Hace unas semanas se destapó el presidente de la Generalitat catalana, Artur Mas, con unas palabras sobre el habla andaluza que contenían tópicos y menosprecio a la vez. En pleno debate parlamentario sobre la lengua vehicular en los centros docentes, tiró de los datos de agencias de evaluación (como PISA) para argumentar que el nivel del castellano en el alumnado catalán no es peor que el de las dos Castillas, siendo incluso mejor que el de Galicia o Andalucía (mencionando a Sevilla y Málaga) y añadiendo que a éstos se les entiende peor. Craso error y también malévola intención. El castellano es una lengua que tiene muchas formas de hablarlo, dialectos incluidos. En algunos casos condicionados por su coexistencia con otras lenguas vernáculas (gallego, catalán, euskera, asturiano...) y en el caso del habla andaluza, por su idiosincrasia. Hay muchas formas de hablar el castellano y ninguna lo es mejor ni peor. Sólo, diferente.
Hace pocos días fue Ana Mato, dirigente del PP, la que volvió a utilizar la educación en Andalucía como objeto de sus dardos, también como una manifestación de menosprecio. No es catalana, es madrileña de pro. Si tres años había dicho que "los niños andaluces son prácticamente analfabetos", ahora "están en los suelos en las escuelas". Para ello hizo uso de una mala información que el diario Sur de Málaga publicó en septiembre, fotografía incluida, confundiendo una actividad didáctica realizada sobre el suelo por niños y niñas con la falta de mobiliario en su colegio. Hoy el Parlamento de Andalucía ha reprobado a Ana Mato, aunque con la oposición del grupo parlamentario del PP.
No importa. El mensaje del PP es claro, como el de CiU. Saben qué público es receptivo. Son los partidos de la burguesía (catalana, española...). El menosprecio está en su ADN de clase.