Creo que fue en su libro Cartas desde la cárcel donde Marcelino Camacho contaba la emoción que sintió cuando la fábrica Perkins, donde trabajaba, sacó un modelo nuevo de tractor. Su emoción derivaba de sentirse copartícipe de lo que se estaba creando, desde una visión del mundo alejada de las jerarquías sociales. Se sentía trabajador, por supuesto, pero un trabajador con conciencia de clase y con ella de de la conciencia de ser parte de la colaboración social necesaria en la producción. Era además un trabajador cualificado, que se había formado con mucho esfuerzo y que quería aportar sus conocimientos, por humildes que fueran, en la obtención de los frutos de su trabajo. Para él tenía tanto valor el papel de un ingeniero que el de un simple trabajador. Era su orgullo, pero no individual, sino colectivo, el orgullo de una clase, la clase obrera, germen de una sociedad nueva donde la cooperación social necesaria debería ser concebida sin diferencias de clase. Un libro, Cartas desde la cárcel, que era toda una concreción de la teoría marxista como militante comunista.
Fue Marcelino Camacho precoz en la lucha política. Las necesidades le pudieron, pero también unas circunstancias que acabaron siendo dramáticas para él, su familia y millones de personas. Militó de muy joven en la UGT y el Partido Comunista de España, combatió durante la guerra en el Ejército Popular, sufrió la cárcel y el exilio desde 1939... Toda una colección de méritos que le reportaron grandes sacrificios. Durante los años sesenta fue uno de los militantes comunistas que organizaron en torno a las comisiones obreras nacientes lo que quizás fue el movimiento social y político más fuerte de oposición al franquismo. Lo pagó caro de nuevo, con más cárcel, pero eso no lo amedrentó. Todo lo contrario.
Se hizo mundialmente famoso cuando se vio involucrado en el Proceso 1001, el nombre que puso la justicia del franquismo a uno más de los juicios contra la oposición al régimen, aunque en este caso se trataba de un juicio contra los dirigentes de Comisiones Obreras que además eran militantes del PCE. La acusación fue de asociación ilícita, pero lo que estaba claro era el objetivo de reprimir a una organización y un movimiento que estaba haciendo mucho daño a un régimen que estaba dando ya síntomas de senilidad.
El juicio Proceso 1001 tuvo que suspenderse el día que tenía que comenzar, porque ese 20 de diciembre de 1973 se produjo el atentado contra Carrero Blanco. Recuerdo muy bien lo que ocurrió ese día, que era el último antes de las vacaciones escolares de navidad. Como salimos del colegio antes de la hora, fui con unos amigos a echar una partida de ping pong, donde nos enteramos del atentado. Por la noche mi hermano Seve, que había llegado de Madrid, nos puso al día de lo que era el Proceso 1001 y el riesgo que corrían los acusados. Fue un riesgo real por las amenazas sufridas por funcionarios de prisiones de la cárcel de Carabanchel. El propio Camacho se refirió a ese hecho en varias veces y también a la actitud de un oficial de la policía armada, que les ofreció su protección. El juicio tuvo lugar en los días siguientes y las penas fueron muy duras, la mayor de las cuales, de 20 años de prisión, le correspondió a Camacho. No estuvo mucho tiempo en la cárcel, porque los acontecimientos se precipitaron en los años finales del franquismo. Era una persona conocida mundialmente, que llegó a ser propuesto para el premio Nobel de la Paz, por lo que el régimen no se podía permitir popularizarlo más. Se hizo por entonces famosa la imagen del luchador sindicalista vestido con los jerseis de lana y cuello alto hechos por su mujer, la abnegada Josefina, que fue la indumentaria antifranquista que tantos jóvenes llevábamos por esos años y que además nos permitía unirnos simbólicamente con la clase obrera.
Camacho fue elegido secretario general de CCOO en la asamblea fundacional del sindicato en 1976, un puesto en el que estuvo hasta 1987. En las elecciones del 15 de junio de 1977 se convirtió en uno de los diputados del PCE y dos años después revalidó su acta. En esos años se involucró mucho en la estrategia política del eurocomunismo que propugnó Santiago Carrillo, lo que le llevó a ser uno de los firmantes de los Pactos de la Moncloa de octubre de 1977. Esa moderación la fue matizando con el tiempo, a la vez que se fue distanciando de Carrillo, quien provocó una ruptura en el PCE y acabó llevando a quienes le siguieron al PSOE. Camacho, por su parte, fue uno de los que más apoyaron la creación de Izquierda Unida en 1976 y durante los años ochenta impulsó una mayor movilización contra las medidas antisociales que estaban tomando los gobiernos del PSOE, con Felipe González al frente. CCOO convocó en solitario la primera huelga general en junio de 1985, motivada por la ampliación a 15 años del periodo de cotización a la seguridad social para poder cobrar una pensión.
En los noventa Camacho apoyó al sector crítico de CCOO, manteniendo fuertes diferencias con su sucesor al frente del sindicato, Antonio Gutiérrez. Éste, pese a manifestar su oposición a las medidas antisociales de los gobiernos del PSOE y organizar otras dos huelgas generales más, ya con la compañía de la UGT, llevó al sindicato a una moderación sin precedentes, a la vez que se situó cercano a la tendencia Nueva Izquierda de IU. Las cabezas visibles de NI (Diego López Garrido, Cristina Almedia...) acabaron integrándose en el PSOE en 1999, como lo hizo años después Gutiérrez, ahora diputado del PSOE.
Durante la Asamblea de IU de 2000, en la que Julio Anguita dejó de ser coordinador general y Gaspar Llamazares fue elegido su sucesor, Camacho apoyó la candidatura de Corriente Roja, liderada por Nines Maestro. Quiso demostrar con ello la defensa de una identidad de IU menos moderada, si bien no acompañó a la Maestro cuando se salió de IU y del PCE. Camacho fue fiel a su trayectoria obrera y sobre todo de aquella parte de la historia de España y de su vida donde jugó un papel más relevante: CCOO, el PCE e IU. Una fidelidad que ha mantenido hasta su muerte.