En Francia cientos de miles de personas han salido de nuevo a la calle, millones se han puesto en huelga. Es un país de rebeldes. Lo fue en 1789, durante la más sonora de las revoluciones de la época que, aunque acabó triunfando como burguesa, tuvo un protagonismo popular que fue el que arrasó al feudalismo y aportó una experiencia que impregnó a los movimientos sociales y políticos de las décadas siguientes. Una rebeldía que estuvo presente también en la Comuna de París de 1871, en la resistencia a la ocupación alemana entre 1940 y 1944, en el apoyo a la causa argelina, en el mayo del 68 y hace cinco años como uno de los países donde triunfó el no en el referéndum sobre el Tratado para la Constitución Europea.
Es un país de grandes contrastes y contradicciones, donde la reacción política y social ha aflorado en determinados momentos de una forma abierta o camuflada. No dudó en regar de sangre las calles de los comuneros parisinos, ni en colaborar con el nazismo durante el régimen de Vichy, ni en preparar un golpe de estado durante la crisis argelina, ni en crear el Frente Nacional xenófobo, ni en aupar a la presidencia al actual presidente...
Francia es un país que mantiene con orgullo la herencia del 89, percibida de distintas formas, es cierto, pero creadora de una conciencia cívica que ha dado lugar a una amalgama de movimientos sociales y políticos diversos y activos. Muchos de ellos fueron la base que alimentó el no del referéndum del 2005. En ellos confluyen tradición y modernidad: desde partidos como el PCF o los trotsquistas, y desde sindicatos como la CGT o la CFDT; hasta los más modernos grupos ecologistas, antiglobalización o antirracistas, o el sindicato Fuerza Obrera...
Un país con una alta capacidad de movilización. La misma que se ha vuelto a demostrar ayer. La misma que se resiste a perder las conquistas sociales que tanto costaron conseguirlas. Un ejemplo.
Es un país de grandes contrastes y contradicciones, donde la reacción política y social ha aflorado en determinados momentos de una forma abierta o camuflada. No dudó en regar de sangre las calles de los comuneros parisinos, ni en colaborar con el nazismo durante el régimen de Vichy, ni en preparar un golpe de estado durante la crisis argelina, ni en crear el Frente Nacional xenófobo, ni en aupar a la presidencia al actual presidente...
Francia es un país que mantiene con orgullo la herencia del 89, percibida de distintas formas, es cierto, pero creadora de una conciencia cívica que ha dado lugar a una amalgama de movimientos sociales y políticos diversos y activos. Muchos de ellos fueron la base que alimentó el no del referéndum del 2005. En ellos confluyen tradición y modernidad: desde partidos como el PCF o los trotsquistas, y desde sindicatos como la CGT o la CFDT; hasta los más modernos grupos ecologistas, antiglobalización o antirracistas, o el sindicato Fuerza Obrera...
Un país con una alta capacidad de movilización. La misma que se ha vuelto a demostrar ayer. La misma que se resiste a perder las conquistas sociales que tanto costaron conseguirlas. Un ejemplo.