Existe una tendencia a considerar que las cosas que tenemos han existido siempre. Como si fueran eternas, inconscientemente se olvida o no se tiene en consideración que la realidad social está en permanente movimiento y que, por lo tanto, las cosas igual que surgen, se transforman. Digo esto, porque parece que para mucha gente y, lo que es peor, para muchos trabajadores y muchas trabajadoras, la existencia de derechos sociales no son motivo de conciencia de que no han sido regalados, sino conquistados. Y que las conquistas han de defenderse para no perderlas. Viene esto a cuento de la fiesta del 1 de mayo, cuya primera celebración tuvo lugar en 1889. Tres años antes, en ese mismo día, varios trabajadores de Chicago, en huelga porque demandaban la jornada laboral de 8 horas, fueron masacrados. La IIª Internacional, la organización que agrupaba a los partidos obreros de los distintos países, consideró que recordar a los mártires de Chicago por la causa por la que luchaban era el mejor homenaje que se les podía hacer. Fue fácil en el mundo de los trabajadores hacer de esta jornada una fiesta y un motivo de lucha, toda vez que ya existía una tradición en algunas ciudades europeas (por ejemplo, en los mineros británicos) de manifestarse aunando reivindicaciones y alegría. Al fin y al cabo se trataba del día en que podían sentirse protagonistas ante la sociedad y afirmarse como clase social, tan castigada, pero con el orgullo de una tradición de lucha que a lo largo del siglo XIX le había permitido ir alcanzando logros y, sobre todo, le aportaba esperanza. "Estábamos todos allí juntos y unidos", decía un trabajador turinés de la época. Por eso cuidaban mucho de mostrar sus mejores galas o crearon una imaginería propia de flores, banderas y estandartes (la bandera roja, el clavel, la rosa). La reivindicación de la jornada de 8 horas se convirtió en la consigna más característica y suponía, no sólo humanizar el mundo del trabajo, sino abrir un tiempo a la formación intelectual de trabajadores y trabajadoras y posibilitarles su enriquecimiento cultural, cosa que tenían vedadas con jornadas que superaban las 10 horas (hasta 16 horas duraban en las primeras décadas del siglo), semanas de 6 días y ausencia de vacaciones. Hoy nos resulta tan natural trabajar 8 horas diarias, 5 días a la semana o disponer de un mes de vacaciones al año, por poner sólo tres ejemplos, que olvidamos los sufrimientos, vidas y luchas que costaron. Un precio demasiado alto para que no nos sirva de lección. Como si hoy no estuviéramos en peligro de ser agredidos en los derechos conquistados o creyésemos que nada queda por hacer. Aunque creo haberlo dicho ya en otro momento, los pueblos que olvidan su Historia corren el riesgo de volver a repetirla.
(1996)
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Hace 14 años escribí este artículo para Debate Ciudadano de Barbate. Ha llovido mucho desde entonces y hasta ha cambiado el panorama político de nuestro país y del mundo. ¿Y los derechos laborales? Ayer mismo leí en el número de mayo de la revista El viejo topo que el 63% de los trabajadores y trabajadoras en España cobra mil euros al mes o menos. Sobran palabras.