El mundo era una línea
en la mano de un niño.
O en su puño apretado,
una centella de color.
O el pie oprimía
primera claridad
pisando espumas.
La mar, la mar
antigua… ¡Y más que historia!
(Vicente Aleixandre)
Fue en un día -ya lejano-,
cuando me iniciaba en sembrar futuros.
Surgió como un relámpago
que se encendió en forma de colores.
Sin pincel,
con lápices de cera.
Líneas negras que delimitan espacios.
Tonalidades que emergen desde la pureza.
Y retazos de papel que, desde el fondo,
las resaltan con su negrura.
No hay un puño que
golpea,
es sólo que advierte
con su fuerza
que algo puede venir.
Hay miradas que se encuentran,
pero también anhelan.
Están las palomas,
con
sus ramas de olivo
y anunciando un deseo:
lo que
tenga que ocurrir,
que lo sea como un abanico
de lluvia
dispuesto a regarlo
todo.
Es, en fin, una llamada
de amor,
de un amor compartido
y con vocación de proyectarse
en la busca de otros horizontes.