Me gusta el paseo que atraviesa el tómbolo que une la península con lo que fue una isla. Han sido el capricho de las olas del mar y de los vientos los que le han ido dando forma a lo largo del tiempo. La dunas se reparten por doquier al ritmo de la fiereza de ese viento que sopla tantas veces desde el levante. Las pequeñas lagunas litorales que afloran en su parte final sufren los vaivenes de las mareas. Y hasta hay plantas, arbustivas o herbáceas, que se atreven a tapizar tímidamente el suelo de roca arenisca y de arenas.
Y sobre el mismo cabo, al final de su pequeña pendiente, se alza un faro. Uno más de los guías costeros que se suceden a lo largo de las costas. Ayer, cuando su luz aún se divisaba tenue, durante un momento dio la impresión que había sido capaz de encender el cielo, para, de esa manera, saludar la llegada de un nuevo solsticio de invierno.