Murió Diego Armando Maradona. Lo normal es referirse a él como futbolista e incluso hacerlo también como persona. Pero no me voy a olvidar de una tercera faceta que, desapercibida o no tenida en cuenta, es la de ciudadano de su país y del mundo.
Como futbolista ha sido inigualable. Y no voy a entrar en los debates sobre quién ha sido el mejor de la historia, sobre lo que mucha gente opina. Se hace sin haber visto apenas jugar a una parte de los grandes. Como también se hace comparando situaciones muy diferentes. ¿Cuánto hemos visto de Di Stéfano? ¿O de Pelé? Yo sólo recuerdo de éste los mundiales de 1966, en Inglaterra, donde apenas jugó porque cayó lesionado, y el de 1970, en México, donde pudimos disfrutar de sus maravillas con un equipo de ensueño. De quienes tienen mi edad, ya con los 60 añitos para arriba, sólo podemos hablar de Cruyff, Maradona, Cristiano o Messi. ¿Pero acaso el fútbol de los 70 -que fue el de Cruyff-, de los 80 -el de Maradona- o de lo que llevamos del siglo XXI -el de Cristiano y Messi - ha sido o es el mismo?
En Argentina no tienen duda acerca de quién ha sido el mejor. Gana con creces Maradona y dejan atrás a Messi. Pero no lo hacen tanto por criterios futbolísticos como el componente anímico de quien devolvió a su país el orgullo perdido tras la guerra de las Malvinas y también -no lo olvidemos- la vergüenza internacional que supuso la dictadura militar.
Quieren al Maradona de la selección, el que fue capaz de tirar de su equipo con todo su empuje, entre épico y maravilloso, en el mundial de 1986, en México. Humilló a Inglaterra en el campo, con su antológico "gol del siglo" y con la pillería del gol con "la mano de Dios". Y alzó la copa de campeón en una final memorable contra la siempre potente Alemania. Cuatro años después estuvo a punto de hacerlo de nuevo, con la propia Alemania, esta vez en la Italia que llevaba desde 1984 disfrutándolo como jugador en su calcio. Por eso lo tienen endiosado e idolatrado.
Quieren a Maradona, por supuesto, en Nápoles, donde consiguió lo que nunca había tenido la ciudad: el orgullo de hacerse con dos scudetti y con una copa de la UEFA. No lo olvidemos: Nápoles, la capital del sur de Italia, la región pobre, la relegada, la mal considerada, la marcada por el estigma de la mafia...Y por todo eso también lo tienen endiosado e idolatrado.
Maradona fue un superdotado con el balón. Capaz de hacer ejercicios de malabarismo con los pies, la rodilla, la cabeza y los hombros, y de hacer de los entrenamientos y calentamientos un espectáculo. Pero, ante todo, fue capaz de llevar ese arte a la cancha de juego. Con su pierna izquierda gambeteaba con todos sus recursos a quien le saliera al paso, mientras conducía la pelota a una velocidad endiablada; la lanzaba buscando el pase más favorable para su compañero o buscando el espacio por donde entrara en la portería; hacía del balón parado el momento de encontrar el ángulo necesario, a cuál más inverosímil; y de la cabeza, otra forma de estrellarlo contra las mallas.
Maradona fue un futbolista intermitente y de momentos -grandes momentos, por supuesto- puntuales. Porque su persona se vio superada por las circunstancias. Que un muchacho salido de la pobreza y su entorno consiguiera llegar a la cumbre de la fama, ahíto de dinero, supuso que se le abriera una puerta a lo desconocido y con ello al peligro de dejarse llevar por el vértigo de lo inmediato. Ignorante de otra cosa que no fuera el fútbol, se le fueron acercando esos buitres carroñeros que sólo saben aprovecharse de la fragilidad de una presa fácil. Y Maradona lo fue. O acabó siéndolo en poco tiempo.
Es la imagen perversa que le marcó buena parte de su vida. El sobreviviente de los excesos, de las adicciones, de las broncas, de los malos tratos..., del mal hacer y de la mala vida. El incapaz de encontrar una regularidad mientras ejercía de jugador o de trazarse un camino profesional en los banquillos o como comentarista. La persona impotente ante la vida, que dio continuos bandazos a diestro y siniestro intentando recuperarse, pero volviendo a hundirse en el pozo.
Y está el tercer Maradona, el menos conocido, pero que fue real. Y como ciudadano no olvidó sus orígenes y fue consecuente a su manera. Es lo que lo llevó a sentirse solidario con las causas de quienes menos tenían. A acercarse y reivindicar las figuras de quienes luchaban en su favor. E incluso a enfrentarse a los dirigentes del mundo del fútbol, mercaderes del dinero por encima de protectores del deporte.
Hace años se contrapusieron dos personalidades representativas: la de un Pelé sumiso a los dirigentes mundiales del fútbol y a las autoridades de su país cuando estaba gobernado por una dictadura militar; y la de un Maradona situado junto a Fidel Castro, Hugo Chávez, Lula da Silva o Evo Morales, o portando la imagen del Che Guevara. No es algo usual en el mundo del deporte, porque en ese mundo predomina el interés personal por el dinero y buena parte de sus protagonistas han olvidado lo que fueron sus orígenes y a quienes se han mantenido en la miseria.
Eduardo Galeano dijo de él que era "el más humano de los dioses". Metáforas y dioses aparte, no debemos olvidar que Maradona fue un ser humano capaz de haber hecho lo mejor e incapaz de haber podido superar los señuelos engañosos que se le cruzaron por el camino. Ése fue Maradona.