Hace unos días salieron a la luz las conclusiones del conocido como Informe Chilcot. Ha tenido al frente a un antiguo alto funcionario británico, después que en 2009 se encargara a una comisión independiente que recabara información sobre lo ocurrido en el Reino Unido sobre la gestación de la Guerra de Irak.
Las dudas que siempre suscitaron los argumentos que habían sostenido el presidente de EEUU, George Bush jr., y el primer ministro británico, Tony Blair, con la complicidad directa del jefe de gobierno español, José Mª Aznar, y el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, no fueron nada convincentes. Los informes de los inspectores internacionales que visitaron entre 2002 y 2003 Irak fueron muy concluyentes acerca de la no existencia de armas de destrucción masiva. Durante los meses previos al inicio de la guerra se sucedieron por todo el mundo numerosas movilizaciones contra la guerra que se estaba preparando y en las que participaron millones de personas. Pero los mandamases mundiales y sus correveidiles ni se inmutaron, porque lo tenían decidido, costase lo que costase en recursos militares y en propaganda.
Desde entonces se ha iniciado en la región un proceso de desestabilización de tal magnitud, que las guerras se han convertido en la dramática normalidad. Sólo la que sigue habiendo de hecho en Irak ha provocado, que se sepa, no menos de un cuarto de millón de muertos. Las que se han ido sucediendo en otros países más próximos (Siria, Yemen...), en otros más lejanos (Libia) y las crisis políticas de otros países del entorno han aumentado el nivel de violencia inusitadamente. La aparición de grupos armados islamistas, financiados y apoyados por EEUU, sus aliados occidentales y los de la región (Arabia Saudita, Turquía...) ha dado lugar a nuevas formas de violencia, que en muchos casos se están volviendo contra algunos de esos países. A ello no son ajenos los distintos atentados cruentos habidos en España, Reino Unido, Francia o los propios EEUU.
Que en el Reino Unido se acabara formando en 2009 la citada comisión independiente, presidida por Chilcot, fue una consecuencia del malestar ocasionado en ese país por las víctimas ocasionadas entre las tropas británicas. Las conclusiones que ahora se han hecho públicas no han hecho más que corroborar lo que ya se sabía y lo que sospechaba. Todo el cúmulo de mentiras inventadas para iniciar la guerra han saltado por los aires.
Según se puede leer en el propio documento los informes que se presentaron por parte de los servicios de inteligencia adolecían de rigor y se basaban en evaluaciones erróneas. Toda una pantomima que tenía como objetivo aplicar los planes que la cúpula del poder de EEUU había montado.
El informe responsabiliza principalmente, dentro del Reino Unido, al primer ministro de entonces, Tony Blair, pero también a sus ministros. Menciona, por supuesto, al presidente Bush, impulsor del desatino desde su puesto de presidente de la primera potencia mundial. Pero no se olvida de los Aznar, Barroso o Berlusconi, que secundaron los planes y, en el caso del jefe de gobierno español, envió destacamentos militares y de inteligencia a Irak. Las ganas de participar en el botín de guerra fue uno de los incentivos y su deseo de gloria pasará a la historia de la vanidad criminal.
Pasados los años hemos tenido que escuchar declaraciones de Bush, Blair o Aznar reconociendo que no había habido armas de destrucción masiva. El gran argumento, tirado por los suelos. Pero lo decían como si nada, como hizo Bush; con cierto aire de compungimiento, en el caso de Blair, que ha tenido que soportar la presión de los familiares de las víctimas de su país; o con la chulería propia de Aznar.
Es necesario que se declare a esas personas como criminales de guerra por su responsabilidad directa en lo ocurrido. Con sus decisiones y acciones han castigado a las poblaciones de los países del Oriente Próximo a tener que soportar una situación insostenible. Las víctimas son numerosas, contadas en muertes, mutilaciones, malnutrición, hambre, etc. La destrucción material ha hipotecado el futuro por décadas. La desestructuración social y política ha dado lugar a prácticas que parecían olvidadas, la expansión del integrismo religioso, la pérdida de la esperanza... Razones suficientes para que Bush, Blair o Aznar tengan que sentarse en un banquillo para ser juzgados.