Acabo de leer la novela Las aventuras del valiente soldado Svejk, de Jaroslav Hasek (Málaga, Editorial Sirio, 2009). Había oído hablar de ella hace algún tiempo y el otro día, cuando la encontré husmeando entre libros, no dudé en comprarla. Es una de las obras de la literatura checa más populares, pese a ser un libro inacabado, dada la prematura muerte de su autor en 1926.
Leer Las aventuras del valiente soldado Svejk puede resultar, al menos inicialmente, extraño por el componente absurdo de las peripecias que el autor va narrando del protagonista. Se ha escrito mucho sobre su personalidad y la forma que tiene de enfrentarse a cada una de las situaciones que le van sucediendo: aparentemente idiota, siempre acaba enredando a quienes desde escalones sociales superiores intentan sojuzgarlo y humillarlo. Todo un pícaro que sólo busca sobrevivir en una sociedad corrompida y violenta, que nos recuerda, salvando los contextos temporales, a otros personajes de la picaresca castellana de los siglo XVI y XVII, y más concretamente, quizás, al Lazarillo que nació a orillas del Tormes.
Y es que al soldado Svejk le tocó vivir un tiempo muy duro y difícil: la Gran Guerra de 1914 a 1918. Una guerra feroz extendida por todo el continente, culminación de otras guerras menores más localizadas, pero también feroces, que provocaron los imperios del momento y las grandes compañías industriales y financieras. Y todo, por el afán de apropiarse del continente europeo y de los otros continentes. La primera guerra de ámbito mundial, superada en dimensión por la que le siguió entre 1939 y 1945, y una más de las tantas que se han ido sucediendo a lo largo del siglo XX.
Un contexto donde el comportamiento entre pícaro e idiota y la palabrería absurda del soldado Svejk no dejan de ser pecata minuta en medio de la corrupción galopante que le rodeaba y, ante todo, la violencia extrema que se estaba viviendo en los frentes de batalla. La narración de cada una de las situaciones que se suceden resulta primorosa, sobresaliendo, a modo de ejemplos, la forma que tiene de enfrentarse al tribunal médico que debate si declararlo loco o no, al capellán castrense vividor e ignorante que acaba vendiéndolo como si fuera un guiñapo o al teniente que acabaría enviándolo al frente de batalla. Supone una verdadera antología de la lucidez humana que surge cuando no se tiene nada que perder y la necesidad te obliga a buscar cualquier subterfugio para sobrevivir y sobreponerte.
Hasek satiriza el mundo que le tocó vivir y con él, a quienes estaban en la cúspide del poder. Pone al descubierto la podredumbre en que se sustenta y ridiculiza a quienes buscan aprovecharse de las gentes sencillas, que acaban yendo al matadero de la guerra defendiendo a sus patrias y sus gobernantes. Es así como acaba la obra:
-Teniente, le informo que me siento tremendamente feliz -contestó el valiente soldado Svejk-. ¡Será algo sublime cuando los dos caigamos por el emperador y su familia!...
Fue tal el éxito de su libro y, sobre todo, el reconocimiento de lo que quiso expresar, que en el Epílogo confiesa al final lo que sigue:
Si la palabra Svejk se convierte en un nuevo insulto dentro de la gran variedad de injurias de nuestro idioma, tendré que contentarme con esta contribución mía al enriquecimiento de la lengua checa.
Y es que, a diferencia de Franz Kafka, que escribió el conjunto de su obra en alemán, Hasek lo hizo siempre en su lengua vernácula. Su vida, llena de grandes sinuosidades, estuvo ligada al sentimiento nacional checo, teniendo en cuenta que hasta 1919 se desarrolló en el marco político-territorial del imperio austro-húngaro. Luego, cuando nació Checoslovaquia como un estado independiente, participó mientras vivió en el movimiento cultural que sentaría las bases de una nueva literatura nacional. Y con ella, aportó al acervo cultural universal su peculiar forma de enfrentarse a las adversidades horrendas y a quienes las generan.
(Imagen: viñeta publicada en http://caminsalasorra.blogspot.com.es/)