Lo he visto envejecido en la fotografía. Puede que demacrado. En parte lo disimula con esa costumbre de hace unos años consistente en raparse el poco pelo que les va quedando en la cabeza a los calvos. La barba la ha sustituido por una perilla. Le da más prestancia y le aleja del desaliño que tuvo -que tuvimos- cuando era joven. El libro en sus manos le da un aire intelectual. Lo es. Es catedrático ya. Posiblemente el culmen de una brillante trayectoria desde que, siendo estudiante, sobresalía en notas y, sobre todo, en sapiencia. Le siguió una carrera académica de becado, doctorado y profesor titular, acompañada de numerosas publicaciones sobre su adorada época pasada.
Recuerdo, por mi opción por lo contemporáneo, cuando me reprocharon él y los amigos de estudios de entonces que escogiera una asignatura que impartía “la monja”, cuando ellos habían optado por el departamento más rojo de la facultad y quizás de la universidad.
Fue pasando el tiempo y cuando la distancia de interpuso, seguimos viéndonos periódicamente para no dejar de hacer lo que más nos gustaba: hablar y discutir en el buen sentido de la palabra. La última vez que vi a mi amigo discutimos, aunque esta vez irremediablemente. Fue hace unos diez años. Me reprochaba, en plena ofensiva electoral españolista en el País Vasco, mi posición federalista y, a la vez, comprensiva con las aspiraciones de buena parte de la sociedad vasca. Me confesó su apoyo al candidato pepero, como también hacía el pesoe vasco que dirigía en esos años el hijo del viejo sindicalista. Mi amigo, el mismo que había presumido de ser más coherente y más rojo que nadie. El mismo que había dicho tantas cosas radicalmente distintas sobre ese país y que no quiero reproducir. El mismo que había mostrado tanta simpatía por la URSS durante los años de la enfermedad crónica que acabaron por llevarla a la muerte. Su ilusión sólo era ya su Real Madrid de fútbol, pletórico porque recién había ganado su octava copa de Europa e iba camino de la novena. Atrás quedaron muchos años de amistad, de conversaciones, de complicidades...
Tenemos más años y ya no tenemos barba, aunque eso es lo de menos.