En 1997 se publicó en Debate Ciudadano (n. 21, octubre) un artículo mío con el título "Defender la dignidad humana" que tiene esta entrada. No surgió del azar o la improvisación, sino que fue una respuesta mía, a modo de reflexión, de lo que un alumno de 2º de BUP me planteó en clase de Historia. Consideraba él que la izquierda política sólo había aportado aspectos negativos a la humanidad, en una línea de argumentación propia de los círculos conservadores. Ésta fue mi respuesta por escrito.
Defender la dignidad humana
¿Qué es la izquierda? El concepto alude a la tendencia sociopolítica que en el siglo XIX recogía la consecución, o su defensa, de unos principios que los regímenes políticos no reconocían o limitaban. Frente a las monarquías absolutas, la izquierda defendió las ideas liberales. Frente a los regímenes liberales restrictivos, la izquierda defendió el sufragio universal o mayores derechos y libertades. Frente a la ausencia de una legislación laboral, defendió derechos para la clase obrera como el de huelga o la reducción de la jornada laboral, entre otros. La democracia, entendida como un régimen político basado en el pueblo, recogió todos esos aspectos. La izquierda, de principio, significa pues desarrollo de derechos y libertades, mayor participación de la ciudadanía, pero también una mayor igualación social, no sólo teórica, sino real. El movimiento obrero, y con él el socialismo, aportaron nuevos contenidos y una nueva dimensión a la izquierda, ya que junto a todo lo anterior planteó modelos sociales y políticos alternativos. Eso es lo que presentaron los primeros socialistas (los utópicos) y más tarde los socialistas (o comunistas) y anarquistas. El siglo XX se abrió con una de las crisis sociales y políticas más profundas, cuando los tambores de guerra y la colonización de otros continentes se mostraron como las pruebas más palpables de la agresividad del orden social dominante. A ello habría que unir las dificultades para conseguir o mantener los logros sociales y políticos. En este contexto surge en el imperio ruso la revolución que marcaría el destino del mundo en las décadas siguientes. Frente a la barbarie del capitalismo imperialista se presentó como una esperanza, ya que fue la primera vez en la historia que triunfó una revolución en nombre de y para las personas oprimidas. La frustración histórica que ha provocado ha sido tremenda, ante los abusos y crímenes que se sucedieron. Defenderla globalmente no puede ser justo ni puede enorgullecer a las gentes de izquierda, que, desde una perspectiva emancipadora, defendemos por principio, como ya dijimos, las ideas de libertad e igualdad social a la vez. Mucho ha llovido desde entonces. En el bagaje de la izquierda se han ido añadiendo nuevos planteamientos (muchos de ellos ya viejos, ya presentes en otras épocas, pero abandonados o no tenidos en consideración). Hoy no podemos olvidar los planteamientos de igualdad entre los géneros, el pacifismo, el ecologismo o la defensa de las minorías de cualquier índole (culturales, nacionales, religiosas, sexuales, etc.). A la vieja reducción de lo universal a lo estrictamente masculino, relegando casi de un plumazo a la otra mitad de la población, están aumentando las demandas de una redistribución igualitaria de las tareas y los tiempos entre los dos géneros. Contra el mundo amenazado por armas destructivas sin parangón en la historia se alzan voces contra las estructuras militares supranacionales, las armas nucleares e incluso contra los ejércitos o abogando por la insumisión. La naturaleza, agredida por la depredación y la contaminación, que define la irracionalidad de un sistema económico que sólo busca el crecimiento económico por sí mismo y el consumo abusivo, está dando paso a una conciencia y práctica ecológicas. Frente al empobrecimiento cada vez mayor de los países del Tercer Mundo, donde existe la miseria más vergonzosa, se suceden las resistencias de quienes la sufren. Las políticas económicas que defienden la reducción del gasto público, la privatización de los servicios sociales, la congelación salarial o la liberalización en las contrataciones dan lugar a una permanente oposición. La imposición de modelos homogeneizadores en los comportamientos, lenguas, ideas, creencias o costumbres no impide que se siga reivindicando el derecho a la diferencia e incluso la individualidad, como una clara muestra de la riqueza de la creatividad y libertad humanas. ¿Qué es la izquierda pues? ¿Algo estático? No, por supuesto. Pero tampoco la asunción de aquello que permite consolidar y legitimar un sistema injusto. La izquierda es inconformista, lucha contra todo aquello que limite o suprima a las personas su integridad y dignidad personales. Defiende la libertad, entendida como la no agresión a las otras personas. Defiende la igualdad, donde cada persona desarrolle sus capacidades y esfuerzos, pero sin la explotación humana. Defiende una relación entre los géneros que respete la diferencia, pero que impida la superioridad de uno sobre otro. Respeta el medio natural, del que somos sólo un elemento de su globalidad. Defiende, en suma, la dignidad humana, que es la que refleja en definitiva el grado de respeto en las relaciones entre las personas.
(Imagen:
pintura de Fernand Léger, Los
constructores con árbol)