En un fragmento, en forma de elipsis, escribió Saramago: “Entonces caín le contó a lilith el caso de un hombre llamado Abraham al que el señor le ordenó que le sacrificara a su propio hijo, después el de una gran torre con la que los hombres querían llegar al cielo y que el señor derribó de un soplo, luego el de una ciudad en la que los hombres preferían acostarse con otros hombres y el castigo de fuego y azufre que el señor hizo caer sobre ellos, sin salvar a los niños, que todavía no sabían qué iban a querer en el futuro, a continuación el de una enorme reunión de personas en la falda de una montaña a la que llamaban sinaí y la fabricación de un becerro de oro que adoraron, a causa de lo cual murieron muchos, el de la ciudad de madián, que se atrevió a matar a treinta y seis soldados de un ejército denominado israelita y cuya población fue por ello exterminada hasta el último niño, el de otra ciudad llamada jericó, cuyas murallas se derrumbaron con el sonido de las trompetas hechas de cuernos de carneros y después fue destruido todo lo que había dentro, incluidos, además de los hombres y las mujeres, jóvenes y viejos, los bueyes, las ovejas y los burros”.
Asentado "en el país de Nod, al oriente de Edén", el libro del Génesis no nos dice qué fue de Caín después de conocer a su mujer, de que tuviera como hijo a Henokh y de que construyera una ciudad a la que puso de nombre el de su hijo. Saramago, sin embargo, le hace recorrer en el tiempo los diversos episodios del Antiguo Testamento. Después de que hubiera matado, menos a Noé, a los habitantes humanos del arca, dejó a Dios y a Caín diciéndose que "morirás de muerte natural en la tierra abandonado y las aves de rapiña vendrán y te devoraran la carne, Sí, después de que tú me hayas devorado primero el espíritu", para proseguir "discutiendo y discutiendo" sobre quién era más malvado.
Saramago desmintió que su último libro fuera un ajuste de cuentas con Dios, porque éste sólo es una obra humana. En ningún momento pretendió herir a quienes son creyentes, pues su fe les pertenece, vino a decir, pero lo que está escrito resulta claro. Advertido sobre la necesidad de que el Antiguo Testamento no debe leerse ad pedem litterae, contestó: “Si la lectura es simbólica, cada uno es libre de interpretar, sí, pero no tanto, no de cambiar lo que está por otra cosa” (La Vanguardia, 2-11-2009). No tuvo reparos en calificar el contenido del libro sagrado: “es un chorro de absurdos que un hombre solo sería incapaz de inventar. Fueron necesarias generaciones y generaciones para producir ese engendro” (El Cultural, 27-08-2009).