En octubre la muerte le llegó a la científica, escritora y feminista Heba Abu Nada, que días antes había dejado escrito este poema, el último suyo, donde reflejaba el horror que estaba viendo:
La
noche en la ciudad es oscura,
excepto
por el brillo de los misiles;
silenciosa,
excepto por el sonido del bombardeo;
aterradora,
excepto por la promesa tranquilizadora de la oración;
negra,
excepto por la luz de los mártires.
Buenas
noches.
Hace unos días Refaat
Alareer, académico, activista por los derechos humanos y escritor, también fue víctima de la barbarie. La misma que apareció en este poema:
Si yo tengo que morir
tú
debes vivir
para
contar mi historia
para
vender mis cosas
para
comprar un trozo de tela
y
algunas cuerdas
(de
color blanco y con una larga cola)
para
un niño en algún lugar de Gaza
mirando
a los ojos del cielo
esperando
a su padre que se fue en llamas
-sin
despedirse de nadie
ni
siquiera de su propia carne
ni
siquiera de sí mismo-
Mira
la cometa, la cometa que me hiciste, volando sobre él
y
piensa por un momento que un ángel está allí
para
traer el amor.
Si
tengo que morir
que venga la esperanza
y que
se convierta en un cuento.
Voces que claman contra el genocidio, el holocausto que está sufriendo el pueblo palestino.
Voces como la de la poeta canaria Cecilia Álvarez en su "Franja del dolor". Fue en el pasado noviembre cuando Pepe Gilabert me hizo llegar el poema, que reza así:
Sé
que en alguna parte llora un niño
bajo
la soledad de las estrellas,
en
medio de un desierto que transitan
sombrías,
sordas multitudes ciegas.
Leopoldo
de Luis
No
quedan sábanas blancas,
ninguna
queda en los confines
de
la Tierra,
todas
están en la Franja
convertidas
en sudarios.
o
quedan camas para vestirlas,
nadie
duerme,
nadie
necesita cubrir su sueño
porque
los sueños no existen.
No
hay techos
que
protejan del rocío,
sólo
hay un cielo raso y oscuro
al
que todos miran con miedo.
Y
confunden las estrellas
con
las bombas
y
no saben
si
la luz les va a alumbrar
o
les quitará la vida.
Ya
no quedan lágrimas ocultas,
todas
han recalado
en
los ojos de su pena,
son
ahora caudalosos ríos
surcando
rostros desamparados,
los
rostros de la orfandad,
los
rostros impotentes de las madres,
de
los padres, de seres
que
sólo quieren vivir.
Ya
no queda pánico,
todo
se ha marchado a Gaza
y
habita –inhumano- en el semblante
lastimoso
de los niños,
en
sus ojos que se agrandan
como
si escaparan de ellos
el
terror de su mirada.
Ya
no queda piel,
toda
se ha roto en pedazos
en
aquella Franja fría,
son
jirones impregnados
en
el corazón
de
los hogares destruidos,
son
parte de las estancias
donde
alguna vez alguien riera,
donde
los niños jugaran.
Ya
no queda sangre,
toda
está cubriendo cuerpos
deshojados,
toda
está adosada
a
la piel maltrecha
de la tristeza.
Corre
lentamente
por
los recodos de un odio
que
los niños no entienden.
Ya
no queda tierra
para
sepultar la muerte,
las
madres sostienen en sus brazos
los
cuerpos inertes de sus hijos,
mientras
la sábana blanca
es
cada vez menos blanca,
mientras
la sangre –que es su sangre-
se
impregna lentamente
del
más desgarrado dolor,
mientras
los padres
cambian
su valentía por llanto.
Ya
no quedan gritos desesperados,
todos
se han marchado
hasta
el horror de la Franja,
a
las bocas de los niños
que
claman por las madres que no ven,
por
la soledad imprevista
de
saberse abandonados,
aprendiendo
solos,
-en
medio del polvo gris de los escombros-
que
apenas hay alguien que les calme,
que
les pueda explicar
por
qué tanto horror ante sus ojos.
Se
preguntan
dónde
están los brazos
de
sus madres,
dónde
la caricia que les cure.
Se
preguntan, sin palabras,
por
qué han de abrazar
la
tierra que les cubre,
la
tumba tosca y seca
que oculta
la
madre que nunca debió irse.
Ya
nadie tiembla,
el
cuerpo estremecido por el pánico
se
ha ido hasta esa tierra
tan
vacía de sonrisas,
esa
tierra donde los niños
deberían
temblar sólo de frío
si
se dejaran olvidada su bufanda.
No
deberían temblar de miedo
sin
tener cerca
el
calor de los abrazos.
Ya
no queda, en fin, misericordia
y
tampoco en aquella Franja.
Somos
-casi- un huerto cultivado
de
corazones adormecidos.
(Imagen: fotografía publicada en Crear en Salamanca; https://www.crearensalamanca.com/franja-del-dolor-de-la-poeta-canaria-cecilia-alvarez/).