Ha pasado medio siglo. Estaba estudiando 5º de Bachillerato y coincidió con el día que nos daban las notas del primer trimestre. Por ello no tuvimos clase y, además, salimos temprano del colegio, lo que aprovechamos cuatro compañeros para ir a jugar al ping-pong. Era el día previsto para el inicio del juicio contra los dirigentes de CCOO encausados en el conocido como Proceso 1001. Pero fue finalmente suspendido, porque se había producido un atentado contra Luis Carrero Blanco, desde el verano jefe del Gobierno.
No recuerdo cuándo fue el momento concreto, pero a lo largo de la mañana nos enteramos del atentado sufrido por Carrero Blanco y algo comentamos mientras jugábamos. Ya en casa, cuando llegó mi padre, lo vimos entrar serio y preocupado, a la vez que soltó un "Estamos como en el 36". A lo largo del día y de los siguientes las noticias se fueron sucediendo.
Y no faltaron las reacciones. Dependiendo de quién fuera, había temor, malestar, alivio, alegría... El temor provenía de quienes, como mi padre, se retrotraían décadas atrás en el tiempo, expresando así el miedo generado durante la dictadura. Un temor que se dio también dentro del mundo antifranquista, pendiente de posibles represalias indiscriminadas. El malestar tenía motivaciones distintas, bien fueran las provenientes de los partidarios del régimen o bien de quienes desde la oposición consideraban que se habían desbaratado las movilizaciones previstas en apoyo a los dirigentes de CCOO. El alivio, e incluso la alegría, cada cual la mostró a su manera, pero, como resulta lógico, sin estridencias, por dentro. Con posterioridad, metidos de lleno en el proceso de transición, la alegría se fue haciendo más explícita entre el mundo antifranquista, incluyendo chistes, comentarios jocosos, cánticos...
Seis años después Gillo Pontecorvo dirigió la película Operación Ogro, cuyo título aludía al nombre que puso ETA a la operación que acabó con Carrero Blanco.