Hace unos días acabé de leer Viaje al sur (Barcelona, Lumen, 2020). Publicado pocas semanas después de su muerte, no se trata del último libro escrito por el narrador barcelonés, sino uno de lo primeros. Data de 1962 y 1963, después de que hubiera realizado un viaje de un mes, entre el 29 de septiembre y el 26 de octubre, por tres provincias de Andalucía: Sevilla, Cádiz y Málaga. Dicho viaje fue un encargo del editor José Martínez, que dirigía por aquellos años en París la recién aparecida editorial Ruedo Ibérico, con la intención de dejar patente las condiciones de vida de buena parte del país y de una manera especial en Andalucía. Estuvo acompañado por el joven fotógrafo Albert Ripoll Guspi y por el escritor Antonio Martín, que debía haber acompañado a Marsé en la redacción del texto, pero que finalmente desistió por las desavenencias que tuvo con el propio Martínez.
A lo largo de la narración puede leerse la descripción que hace de los pormenores de lo que sus ojos vieron, sus oídos escucharon y y también su corazón sintió. En el prólogo de lo que tenía que haber sido la primera edición del libro, en 1963, lo expresó con estas palabras:
"Es difícil escribir una crónica del sur sin cierta amargura y sin caer en la tentación de insultar a alguien. Las causas del abandono y la postración son demasiado evidentes".
Para, un poco más adelante, añadir:
"Andalucía, para el extranjero que la visita, acaso pueda ser una grata sorpresa y un nuevo amor. Para España es, entre otras cosas, como un amor perdido, la nostalgia periódicamente renovada de una feliz y fecunda convivencia que pudo haber sido y que nunca fue; algo entrañable que al país se le fue de las manos mientras crecía y luchaba -para perder, una y otra vez- contra la miseria y el atraso que siempre la han poseído; algo muy simple que yo empecé a comprender en la posguerra: el pan, el trabajo digno y la cultura".
Se ignoran los motivos por los que el libro no fue publicado y que finalmente quedara perdido -así, real- durante más de medio siglo y casi olvidado. El autor de la Introducción, Andreu Jaume, nos habla de ello, describiéndonos el proceso de búsqueda del manuscrito, todavía en vida de Marsé, e incluso de las fotografías que debían acompañar al texto.
Tras el fracaso inicial en torno a lo primero en los archivos del Instituto Internacional de Historia Social de Amsterdam (precisamente donde se encuentra depositada buena parte de la documentación del Ruedo Ibérico), fue el propio Marsé el que le dio la pista definitiva: el título del libro se cambió, a petición de José Martínez, por el de Andalucía, perdido amor, y el nombre que debía figurar como autor era el pseudónimo Manolo Reyes. Curioso, pues este último fue el nombre de pila de uno de sus personajes literarios más conocidos de la obra de Marsé, al que acompañó con el sobrenombre del Pijoaparte. Curioso también, porque dicho personaje coincide en sus orígenes y tiene cierta inspiración en un muchacho que aparece durante su visita a Ronda, al que se conoce con el nombre de el Chato.
¿Por qué no se publicó el libro? En el epistolario, o parte de él, que aparece en el Apéndice de la edición de 2020 aparece información interesante acerca de las vicisitudes previas, durante y posteriores por las que pasó Marsé, con especial presencia de José Martínez. Deja caer al final las dificultades financieras de Ruedo Ibérico, pero también que el resultado final no fue del agrado del editor
Entre las localidades que visitaron Marsé y sus dos compañeros de viaje se encuentra Barbate -cuando tenía como añadido en su nombre el apellido del dictador-. Realizada tras su estancia en Vejer y de camino hacia Tarifa, fue una visita corta, pero muy jugosa y centrada en la barriada del Zapal. Aunque no lo dice, pudo haberla hecho a indicación del novelista sevillano Alfonso Grosso, que en 1963 publicó su novela Testa de copo, con Barbate y su Zapal como escenario principal. El tratamiento que hace de lo que vio resulta impactante, como lo son también las fotografías de Albert Ripoll Guspi. Si su número supera, con diferencia, a las de otras localidades, algunas resultan triste y paradójicamente de una gran belleza. Y una muestra, la que aparece al principio de la entrada, en la parte derecha.
Leer Viaje del sur es una delicia, pese al dramatismo más o menos explícito que refleja a lo largo de sus más de 200 páginas. Ayuda ese sentido del humor, entre ácido y contenido, con que narra magistralmente algunas de las situaciones. Nos transporta a ese tiempo en el que empezaban a relucir los primeros brotes del desarrollismo económico aplicado por el régimen franquista desde pocos años antes, mientras perduraba el paisaje agreste de la dictadura, el rancio caciquismo o la crónica miseria social y cultural.
Lo que ofrezco a continuación son algunos fragmentos, a modo de fogonazos, de cada una de las localidades que visitó Marsé. Una muestra que pone de relieve la maestría narrativa de la que hizo uso cuando empezaba a abrirse camino en el mundo literario y antes de que fuera ocupando un espacio de relieve.
Sevilla
"El Cerro del Águila está de fiestas. VIVA LA VIRGEN DE LOS DOLORES, reza un gran cartel en la entrada de una calle. Es un barrio grande y bullicioso, de casas bajas pintadas con colores tiernos, azul, rosa y blanco, barrio de obreros que produce emigrantes en cantidad considerable. Se ven muchachos endomingados, con trajes estrechos de color crema, buena planta y mirada impertinente, chulos, presumidos, haciendo posturas no según dictamen de la última moda más o menos cinematográfica o introvertida, sino al estilo clásico de barrio, relumbrón de inmediato y con un poco de mala leche, el viejo estilo del que aprendió muy pronto que si algo hay que sea enteramente suyo, ese algo lo tiene entre las piernas" (p. 94).
Jerez de la Frontera
"En el arrabal Federico Mayo (El Chicle) los troncos de los árboles están encalados. A fondo de alzan los modernos edificios del barrio de Santo Tomás. Nos hallamos en una carretera polvorienta y rodeada de lomas cubiertas de cardos. Aplanada y remachada, la hojalata de algunas chabolas centellea al sol. Hay un sendero que baja hasta la vía del tren, en dirección a un grupo de viviendas baratas. Llevamos ya dos niños pegados a nuestros talones, que nos piden fotos y perras chicas o gordas. Una morenita de unos cinco años, completamente desnuda, sale corriendo de la puerta de su casa y se da de narices con nosotros. Tras ella aparece una joven gritando: '¡Negra! ¿ven aquí enseguida...!'. La joven se queda inmóvil al vernos, le decimos 'Buenas tardes', sonríe francamente y se lleva una mano al escote con rapidez" (p. 115).
Sanlúcar de Barrameda
"Por la noche recorremos las tabernas, nos damos una vuelta por el paseo que conduce a la playa, y, al regresar, en la misma calle mayor, vemos a un viejo encogido y borracho, con los brazos en alto en medio de la calle y chillando cono un indio, De momento se dobla por las rodillas, se deja caer al suelo y grita: '¡Viva cristo rey! ¡Muera el comunismo!', una y otra vez. Nadie le hace caso. El hombre se levanta del nuevo y se encara con nosotros: '¡Sí, señor! ¡He dicho viva Cristo rey! ¡Qué pasa! ¿Eh?'" (p. 122).
Rota
"Es de noche. La gente se ha lanzado a las calles, hay atracciones y altavoces que producen un ruido infernal. La banda municipal, en el pasacalle, interpreta el himno americano 'Estrellas y barras'. El cura se pasea risueño y festivo, parándose aquí y allá para saludar a sus feligreses. Le acompaña un hombre mudo y simiesco con pinta de sacristán decimonónico, que lleva en brazos una estatuilla de la Virgen de Fátima y vende números de una rifa. Vagando como sonámbulos entre las mesas de las terrazas y en torno a los americanos hay niños desarrapados que miran con odio, con ojos inyectados de sangre, con manos callosas y rostro de hombres acabados" (p. 144).
El Puerto de Santa María
"Le preguntamos [al cura] qué barrio es este y nos dice que el barrio de Santa Clara. Le hago observar que el barrio de santa Clara, a mi entender, cuenta con un material humano formidable, pero que vive hacinado y pésimas condiciones: ¿quién se ocupa de esas cantidades impresionantes de chiquillos que corretean por las calles? ¿Qué problemas plantea la promiscuidad? El simpático cura, o entiende mal el comentario, o bien lo simula: porque dice que sí, que efectivamente este es el barrio obrero más importante de El Puerto, y si la gente, si vive en hacinada y tantos críos, solo se debe a que, por fortuna y gracias a Dios, estos buenos matrimonios de trabajadores no se han enterado aún de esa diabólica teoría moderna del 'hijo único', idea francesa, seguramente, y nada cristiana" (p. 151).
Cádiz
"Nos alojamos en una pensión muy barata del barrio de Santa María. Luego, lo primero que hacemos es ir en busca de G. G., poeta y redactor literario de una emisora de radio. Es un joven muy simpático, pálido, de baja estatura, soltero, nervioso y con unos ojos negrísimos y parlanchines en medio de unas facciones orientales. Por la tarde G. G. se para al paso de las mujeres entradas en carnes. está muy contento con nuestra llegada:
-¡Qué alegría! Ya tenía ganas de cambiar impresiones con gente de letras... de Madrid o de Barcelona. Aquí es que somos cuatro gatos los que vivimos de la pluma.
-¡Ah, pero ¿vivís de la pluma?
Como en la mayoría de los poetas andaluces que hemos conocido, en él también las ansias de fama y el sentido 'aristocrático' de las letras, de élite, es desmesurado y conmovedor" (pp. 164-165).
Chiclana de la Frontera
"Los arrabales de Chiclana: casas encaladas, sobre un terreno desigual y enfangado, muchos niños desarrapados en las calles y en los interiores sombríos, chumberas y pitas, luce un gran sol, hay un estallido de luz en la cal de las paredes. Nos acompaña Pepe Virués. Al pasar por la calle de los Obreros, Pepe nos dice que lo malo de la gente de este barrio no es que viva tan pobre, sino tan sucia..., y que la visita no tiene, desde luego, ningún interés. Sentados a la sombra de los portales hay algunos hombres adormilados, con chiquillos entre las piernas. La mayoría son braceros, según nos explica Pepe, y de aquí sale toda la emigración.
-Son unos vagos -dice nuestro querido bodeguero-. Mejor que se vayan al extranjero. Y es lo que yo digo, el que en Chiclana es un vago y un inútil lo es en todas partes del mundo, y aunque se vaya a Alemania o a Francia, lo seguirá siendo" (p. 181).
Vejer de la Frontera
"En un barrio extremos una manada de niños nos asalta de pronto- '¿Lo inglece, ya vienen lo inglece!', gritan cambiándonos la nacionalidad, una vez más. Las muchachas asoman la cabeza en los portales y luego se esconden, tapándose el escote de sus pobres vestidos con las dos manos o apretándose las faldas sobre las rodillas como si nosotros fuéramos el mismo viento o el mismísimo diablo. Graves, dignos, llenos de mala leche y de hombría lastimada, algunos campesinos nos miran directamente a los ojos, sin un pestañeo" (p. 193).
Barbate de Franco
"El Zapal es un extenso barrio de chabolas, un amontonamiento dantesco de maderos y hojalata, con tres mil quinientos habitantes. Está junto a la playa y es antiguo barrio de pescadores. Se trata de uno de los espectáculos más miserables de chabolismo andaluz que hemos visto jamás. El barrio se extiende de una manera sorprendente e imprevista, diría que lentamente, como una negruzca mancha de aceite, y llegamos a él caminando sobre una arena sucia y pegajosa. Alberto saca algunas placas con prudencia, sin atreverse todavía: hay en la entrada tres hombres que nos miran severamente en silencio. Tras ellos, el abigarrado amontonamiento de barracas hechas con planchas y cajas de madera desfondadas parece que amenaza caérseles encima" (pp. 201-202).
Tarifa
"El cordón de la ciudad, el del litoral sobre todo, está aún provisto de chabolas y lleno de niños que juegan con el fango, hombres ociosos que pasean con las manos en la espalda y la vista baja, borricos trotando, mujeres de rostro curtido y manos de hombre, que trabajan en las fábricas de salazones o que remiendan redes. El olor de esas fábricas de adobe de pescado, esparcido por el viento, invade la ciudad de punta a punta" (p. 222).
La Línea de la Concepción
"La imponente silueta del Peñón domina la ciudad. En la Línea hay un mercado fabuloso. Vemos gitanos vendiendo ristras de ajos y largas cañas peladas, castañas asadas en chimeneas de ollas superpuestas, y sobre papeles de periódico extendidos sobre el suelo se venden botones, cintas, increíbles peines de plástico, hierros viejos, cerámica, etcétera. Los niños venden lotería, recorriendo calles y tabernas con los ojos rastreando el suelo por si encuentran algo. Algunos de estos niños llaman la atención por su extraña indumentaria, al principio difícil de catalogar; al cabo, uno descubre que son dechados de los ricos: saharianas de lujo apenas reconocibles, hechas jirones, botas de vaquero, abrigos a cuadros con capucha a la espalda, jerséis de tenis que un día fueron blancos"
(pp. 235-236).
Algeciras
"El mencionado grupo lo forman u viejo alto y erguido, de noble rostro, con barba, que tiene un extraordinario parecido con Juan Ramón Jiménez. es tan asombrosa su semejanza con el poeta de Moguer que desde el primer momento, al referirnos a él, le llamamos Juan Ramón. Le acompañan dos jóvenes rubios, tostados por el sol marino, de ojos azules, con anillas de metal en las orejas y gorra de capitán, uno de ellos luciendo una preciosa barba románica. El cuarto es el negrito Chocolate, de Ceuta, futbolista y esporádico acompañante de ingleses. Viven todos en el yate de Juan Ramón, anclado en el muelle, y llevan ya más de dos meses aquí. Juan Ramón, que es un inglés muy rico y amante de las aventuras del mar, se ha traído con él a los dos jóvenes de ojos azules y formidable disposición muscular, y en Ceuta parece ser que pescó al negrito Chocolate. No hace falta decir que Juan Ramón es para ellos un padre.
(...)
El Chocolate está algo triste: dentro de pocos días perderá a sus amigos; el yate -¡ay, ese yate, con qué ojos debe de haberlo devorado el Chocolate cuando lo vio por primera vez!-, el yate se marcha a latitudes más cálidas, a Mallorca. Y los grandes ojos blancos de Chocolate se quedan fijos, viendo navegar el yate, dejando sobre las aguas azules la blanca estela...
-¿Y tú no vas con ellos? ¿No quieren llevarte? ¿Por qué?
El negrito Chocolate no contesta" (pp. 233-234)
Ronda
-"Que no vas a poder, chico. Solo queremos que nos indiques un sitio para dormir... ¿Oyes?
Nos contesta con un gruñido. Ya se las ha arreglado para bajar el equipaje del tren y se dirige hacia la salida sin hacernos caso. Por el camino se pone a lloviznar, y el chico, cojeando, hundido bajo el peso de las maletas, empieza a desgranar una ronca letanía de tacos. Miguel Fernández Galán, más conocido como el Chato, tiene dieciséis años, es pequeño y fuerte, cabeza grande y aviejada, entroncada con la más pura tradición picaresca. Su rostro es un oscuro y vasto retablo de muecas en torno a los dos enormes agujeros de la nariz, y tiene una terrible y profunda voz cascada por el vino. El Chato es maletero y ocasionalmente guía de turistas. En Ronda hay una auténtica escuela callejera de guías turísticos" (p. 240).
Marbella
"Almorzamos en el bar Agrícola -callos y pescado frito-, rodeados de campesinos, camioneros desocupados y obreros de la construcción. La mayoría de estos come siempre en el misma obra comida que les han preparado en sus casas. Las conversaciones versan especialmente sobre cuestiones de trabajo y sueldos: lo que se paga mejor, búsqueda de empleo, dónde hay más trabajo a largo plazo. Hablar de familiares o amigos que están aquí o allá, que se han ido o han vuelto, a los que les ha ido bien o mal. Es un denso mundo de idas y venidas, de citas, de encuentros casuales y de pasos perdidos" (pp. 270-271).
Fuengirola
"Las terrazas de algunos cafés muestran restos de la reciente animación veraniega: farolillos japoneses rotos, desventrados, y banderitas comidas por el viento y la lluvia, sillas descoloridas, cojas y amontonadas en un rincón. Más tarde llegan dos matrimonios ingleses para tomar el té; son bastante viejos, calmosos, dignos, serenos, muy sensibles a la caricia del sol aunque sea débil, dándole siempre la cara y levantando la barbilla (hacen mil operaciones para colocar las sillas en la posición perfecta) con una inefable inmovilidad de estatuas sin ojos. Se retiran temprano para dormir" (pp. 274).
Málaga
"El Perchel está compuesto de apretujados bloques con decenas de familias dentro. Vemos patios interiores con lavaderos colectivos, alineados hasta el fondo, tostaderos de castañas, viejas sentadas en rincones, ropa tendida, camas asomando casi en los portales. Como en tantos sitios semejantes, entre sus moradores se dan curiosas y sorprendentes contradicciones: en mitad de un callejón donde todo rezuma suciedad y miseria se puede ver a un grupo de muchachos desastrados que dan los últimos toques de limpieza y cuidado a una motocicleta deslumbrante, novísima y reluciente, una bella máquina que parece de otro mundo y que ellos contemplan y miman en medio de semejante decorado de pobreza; y también a esa muchacha sucia y pizpireta que camina airosamente con un pulcro y níveo cancán doblado en un brazo y llevando en las manos unos finos zapatos de tacón alto propios para una recepción" (pp. 280-281).
Torremolinos
"Nos hallamos en la médula del dulce escándalo. Torremolinos es la nota más aguda y estridente de este largo y alucinante grito compuesto por miles de exquisitas voces que es la Costa del Sol.
(...)
Hay algunas casitas de pescadores arrimadas a la falda rocosa que cierra la playa, casitas bajas, algo deterioradas pero espaciosas, que permanecen enclavadas en tierra firme con un extraño aire de infantil terquedad: sin duda, el imperialismo hotelero y urbanizador no es aún tan fuerte como para echarlas (o tal vez no quiere por considerarlas típicas y decorativas de cara al turismo). Más allá, a un extremo, por el lado de Málaga, caravanas de burros transportan arena que vacían frente a las obras encaradas al mar. La playa, bañada por la luz cruda del otoño, está cerrada por un alto círculo rocoso donde también se construye frenéticamente.
En un quiosco, junto al bar Pedro's, compramos la prensa de la mañana: un hombre joven, con camisa oscura de cuello abierto y mangas recogidas, pinta de chulo en el paro, tiene un periódico en las manos y comenta con unos amigos:
-¡Mirad, ya se han cagado los rusos! ¿No os lo dije? Los barcos dan marcha atrás. ¡Qué gente más gallina!" (p. 288).