Pedro Sánchez está tocado. Ha recibido un golpe muy duro. No le perdonan que haya buscado una vía independiente, aunque llena de altibajos, de la marcada por el poder real del partido. En diciembre le pusieron unas líneas rojas muy claras: ni Podemos/IU ni los grupos nacionalistas. Es decir, no a un gobierno de izquierdas que pusiera en duda los dos pilares del sistema: el neoliberalismo y la organización territorial del estado. Una forma de decir gran coalición ("si España lo necesita"). Tras el fiasco del pacto con Ciudadanos, que nació sin posibilidades, llegaron las nuevas las elecciones. En junio se volvieron a repetir los resultados y apareció una variante desde el poder real del partido: dejar gobernar al PP. Los intentos, llenos de titubeos, de Sánchez por buscar otro camino que no fueran nuevas elecciones ha exasperado al poder real del partido, que ha encontrado la ocasión en lo ocurrido tras las elecciones vascas y gallegas. Desde el lunes no han parado de repetir que Sánchez es un inútil, dicho a lo bruto. Pero hay varios problemas: la sangría de votos del partido viene de 2011; el desprestigio, desde dos años antes; las nuevas generaciones tienen nuevas actitudes y otros referentes políticos; la pérdida de votos e influencia le está ocurriendo también a la mayoría de partidos socialistas europeos; a ello no es ajeno su progresiva "derechización"; de hecho en el Parlamento Europeo votan igual en lo fundamental que democristianos, liberales... ¿Crisis terminal?