"Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros, la primavera traía a nuestra República de la mano. La naturaleza y la historia parecen fundirse en una clara leyenda anticipada o un romance infantil..." (Antonio Machado).
Durante la dictadura del general Franco fuimos instruidos en el odio a la II ª República, periodo donde -nos decían- se habían acumulado todos los males y demonios de nuestra historia. Tenía su lógica, porque este país fue ahogado en sangre durante la guerra civil y durante la represión por ella. Sin embargo, poca gente hoy sabe lo que ocurrió durante esos años y poco comprende lo que representó, como si ese ejercicio de amnesia colectiva pudiera liberarnos del fantasma que inventó el franquismo. Las movilizaciones de importantes sectores de la población tras las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, donde los partidos monárquicos sufrieron una clara derrota política (sólo ganaron en el mundo rural, paraíso de los caciques, que decidían sobre el destino y voto de la gente), hicieron que el día 14 naciera la II ª República española, dejando atrás la dictadura surgida en 1923 y la larga etapa de corrupción de la restauración borbónica. Que por segunda vez en nuestra historia la jefatura del Estado (la primera tuvo lugar en 1873) fuese elegida y no perteneciera al privilegio de una familia, ya era de por sí un gran avance. Como también lo fue que la constitución aprobada en octubre de 1931 estructurara el primer régimen político democrático habido en nuestro país. Con la posibilidad de dotarse de estatutos de autonomía por los distintos territorios se abrió el camino de una descentralización política y administrativa (Cataluña aprobó su estatuto en 1932; el País Vasco, en 1936; Galicia no pudo aplicarlo por la guerra civil; en Andalucía se elaboró un anteproyecto...). El voto de las mujeres fue una novedad que, junto con otros reconocimientos civiles y políticos (igualdad de ambos sexos, divorcio, etc.), permitieron el acceso de las mujeres a la vida pública (trabajo, política, educación, universidad, etc.) a unos niveles sin precedentes hasta entonces. La formación de un Estado laico se expresó en la libertad de culto, en que la educación pasase a ser sobre todo una tarea pública, en el reconocimiento de los matrimonios civiles, etc., limitando los privilegios que la Iglesia había tenido desde siglos. En el fuerte impulso que la educación tuvo, son claras muestras la construcción de numerosas escuelas, la introducción de la coeducación o el fomento de las bibliotecas. La legislación laboral posibilitó importantes avances en materia de jornada (ocho horas), enfermedades, accidentes, contratos, vacaciones (una semana), etc. No se trata de mitificar un periodo histórico que, por otra parte, fue mucho más complejo. Porque las fuerzas políticas que posibilitaron las reformas antes señaladas (republicanos de izquierda y socialistas) no fueron capaces de satisfacer otras necesidades, como fue el caso de la reforma agraria, insatisfactoria en su aplicación, pero también en su planteamiento. Amplios sectores populares querían más (querían la revolución, por qué no decirlo), bajo la influencia sobre todo del anarcosindicalismo, pero también de socialistas y comunistas. Hubo sectores republicanos conservadores que se decantaron por las clases sociales adineradas frente a las más humildes. Los monárquicos, sectores militares o la Iglesia desde el primer momento hicieron todo lo posible por acabar con la República , defendiendo unos intereses forjados en décadas -y también en siglos- basados en los privilegios sociales, la manipulación política, el oscurantismo cultural o la explotación económica. ¿Por qué hoy se hace poco por recordarla? ¿No será que abrió un camino y una esperanza? Bueno es que hagamos un poco de justicia y la recordemos en su aniversario.
(1997)