He enviado hoy al cuaderno Tres orillas por la paz, que editamos quienes estamos cursando el master Cultura de paz, un breve comentario sobre dos obras, la novela El pan desnudo y el documental Maldita calle, que tienen como común denominador al escritor marroquí Mohamed Chukri, fallecido en 2003. La primera obra es una novela suya, la más conocida. La segunda, un documental donde aparece. En las dos obras se muestra la vida de niños de la calle. En la novela, de hace medio siglo; en el documental, de la actualidad. En la novela el protagonista es el mismo escritor, que fue niño de la calle hasta los veinte años. En el documental los protagonistas son niños de hoy y la aparición del escritor es, para mí, una forma de marcar la continuidad que existe en la cadena de la miseria, aunque la escuela pueda ayudar a salir de ella.
Hace unos años llegó a mi casa el libro El pan desnudo, de Mohamed Chukri. Mi mujer pertenecía a un pequeño grupo de mujeres que se reunía periódicamente para comentar los libros que iban eligiendo. No me acordaba de su existencia ni de su autor hasta que hace unas semanas lo relacioné con el documental Maldita calle, de Juan José Ponce, que pudimos visionar en una de las de las sesiones del curso La Educación para la Cultura de la Paz y la Convivencia en Ámbitos de Intervención Social.
El documental nos muestra el panorama de las calles de las ciudades marroquíes de Tetúan y Tánger, donde vagan numerosos adolescentes y jóvenes, todos varones en la película. Son los sin techo del norte de Marruecos, del Rif, que tienen que buscarse la vida como pueden, prostitución incluida, y sobrevivir con la ayuda de una droga barata, el disolvente que, a la vez que les ayuda a mal llevar su cotidianeidad, mientras van perdiendo sus perversos efectos, los mata lentamente.
Intercalándose con la imágenes y las palabras de sus protagonistas aparece el escritor Mohamed Chukri, para quien esas vidas no son sino su propia vida medio siglo antes, cuando también tuvo que vagar por las calles de Tetuán, Tánger y hasta Orán, en medio de una sociedad vieja, pero desestructurada por los años del colonialismo español y francés, y en el tránsito al Marruecos independiente. Ver a esos jóvenes marroquíes de nuestros días es mostrar la continuidad de los problemas estructurales de un país en el que la gente pobre tiene que seguir buscando cualquier forma de supervivencia. Y entre esa gente sufren de una manera especial los sectores más vulnerables de la sociedad: los niños y las niñas, y las mujeres.
Mohamed Chukri salió del agujero de la marginación mediante la cultura. Aprender a leer y a escribir fue la vía que le permitió escapar y poder escalar en la cima de la literatura marroquí. El pan desnudo, su obra más conocida, está escrita dentro de un fondo autobiográfico. Dentro de un hiperrealismo, crudo y duro a la vez por ello, ha ido trazando su narración. Cuando salió a la luz escandalizó a las mentes estrechas de la moralidad por la crudeza de las situaciones y de las palabras empleadas. También, por supuesto, escandalizó al estado y los grupos sociales que lo sustentan, no dispuestos a permitir que saliera a la luz su fracaso social. Por eso fue prohibida en Marruecos, aunque haya podido leerse por todo el mundo. Él mismo cuenta en el documental que al menos le dejaron seguir escribiendo.
A lo largo del recorrido físico y temporal de la novela Mohamed Chukri nos muestra una violencia permanente, donde quienes son menores de edad deben ir imitando a los mayores, en un aprendizaje forzado por la realidad. Hay una violencia implícita, la que se deriva de una sociedad enferma, profundamente desigualitaria, donde se confunde el peso de la tradición milenaria y el mazazo de las últimas décadas de dominación española. La otra, explícita, es la que ejerce el padre desertor, pobre y pendenciero contra sus familia, desde la madre hasta él, pasando por la muerte del hermano que achaca al padre. Es la violencia de la calle, en la que confluyen la necesidad de robar y de defenderse, o la práctica de la venganza, la violación y la violencia gratuita.
La novela está escrita desde la mirada de un joven varón que está permanentemente alerta para no sentirse derrotado. Las mujeres y las jóvenes que se le van cruzando por el camino le aportan amor, cariño o sexo, pero sufren la violencia física, sexual, psíquica, la sumisión... Son la otra parte de la marginación, de la pobreza, de la injusticia.
El pan desnudo acaba cuando el joven protagonista acude a una librería y compra su primer libro. Tenía veinte años, pero le informaron que en Larache podía ponerse en contacto con un profesor que “tiene mucha simpatía por lo muchachos que no tienen familia y que quieren estudiar seriamente”. Así acaba también el documental Maldita calle, cuando nos ofrecen el contraste de unos niños que son atendidos en un centro de acogida donde pueden vivir en un hogar propio, bajo la supervisión de unos educadores, y acudir a la escuela. Ése también es el momento que elige un niño de la calle para intentar salir de la espiral de la marginación, la violencia y la degradación humana.
Hace unos años llegó a mi casa el libro El pan desnudo, de Mohamed Chukri. Mi mujer pertenecía a un pequeño grupo de mujeres que se reunía periódicamente para comentar los libros que iban eligiendo. No me acordaba de su existencia ni de su autor hasta que hace unas semanas lo relacioné con el documental Maldita calle, de Juan José Ponce, que pudimos visionar en una de las de las sesiones del curso La Educación para la Cultura de la Paz y la Convivencia en Ámbitos de Intervención Social.
El documental nos muestra el panorama de las calles de las ciudades marroquíes de Tetúan y Tánger, donde vagan numerosos adolescentes y jóvenes, todos varones en la película. Son los sin techo del norte de Marruecos, del Rif, que tienen que buscarse la vida como pueden, prostitución incluida, y sobrevivir con la ayuda de una droga barata, el disolvente que, a la vez que les ayuda a mal llevar su cotidianeidad, mientras van perdiendo sus perversos efectos, los mata lentamente.
Intercalándose con la imágenes y las palabras de sus protagonistas aparece el escritor Mohamed Chukri, para quien esas vidas no son sino su propia vida medio siglo antes, cuando también tuvo que vagar por las calles de Tetuán, Tánger y hasta Orán, en medio de una sociedad vieja, pero desestructurada por los años del colonialismo español y francés, y en el tránsito al Marruecos independiente. Ver a esos jóvenes marroquíes de nuestros días es mostrar la continuidad de los problemas estructurales de un país en el que la gente pobre tiene que seguir buscando cualquier forma de supervivencia. Y entre esa gente sufren de una manera especial los sectores más vulnerables de la sociedad: los niños y las niñas, y las mujeres.
Mohamed Chukri salió del agujero de la marginación mediante la cultura. Aprender a leer y a escribir fue la vía que le permitió escapar y poder escalar en la cima de la literatura marroquí. El pan desnudo, su obra más conocida, está escrita dentro de un fondo autobiográfico. Dentro de un hiperrealismo, crudo y duro a la vez por ello, ha ido trazando su narración. Cuando salió a la luz escandalizó a las mentes estrechas de la moralidad por la crudeza de las situaciones y de las palabras empleadas. También, por supuesto, escandalizó al estado y los grupos sociales que lo sustentan, no dispuestos a permitir que saliera a la luz su fracaso social. Por eso fue prohibida en Marruecos, aunque haya podido leerse por todo el mundo. Él mismo cuenta en el documental que al menos le dejaron seguir escribiendo.
A lo largo del recorrido físico y temporal de la novela Mohamed Chukri nos muestra una violencia permanente, donde quienes son menores de edad deben ir imitando a los mayores, en un aprendizaje forzado por la realidad. Hay una violencia implícita, la que se deriva de una sociedad enferma, profundamente desigualitaria, donde se confunde el peso de la tradición milenaria y el mazazo de las últimas décadas de dominación española. La otra, explícita, es la que ejerce el padre desertor, pobre y pendenciero contra sus familia, desde la madre hasta él, pasando por la muerte del hermano que achaca al padre. Es la violencia de la calle, en la que confluyen la necesidad de robar y de defenderse, o la práctica de la venganza, la violación y la violencia gratuita.
La novela está escrita desde la mirada de un joven varón que está permanentemente alerta para no sentirse derrotado. Las mujeres y las jóvenes que se le van cruzando por el camino le aportan amor, cariño o sexo, pero sufren la violencia física, sexual, psíquica, la sumisión... Son la otra parte de la marginación, de la pobreza, de la injusticia.
El pan desnudo acaba cuando el joven protagonista acude a una librería y compra su primer libro. Tenía veinte años, pero le informaron que en Larache podía ponerse en contacto con un profesor que “tiene mucha simpatía por lo muchachos que no tienen familia y que quieren estudiar seriamente”. Así acaba también el documental Maldita calle, cuando nos ofrecen el contraste de unos niños que son atendidos en un centro de acogida donde pueden vivir en un hogar propio, bajo la supervisión de unos educadores, y acudir a la escuela. Ése también es el momento que elige un niño de la calle para intentar salir de la espiral de la marginación, la violencia y la degradación humana.