Y es que el golpe, urdido con la intención de frenar a cuajo el proceso de cambios progresistas iniciado hace 14 años, está adquiriendo un cariz propio: la lucha contra lo indígena, que ha tenido a Evo Morales como referente. Siendo Bolivia un país con una abrumadora presencia de ese componente, que ha sido además el principal protagonista y beneficiario de los cambios habidos, lanzarse a la yugular de ese mundo supone cortar de raíz cualquier atisbo de resistencia. Y se está haciendo con brutalidad.
Llevo semanas leyendo información sobre Bolivia. He leído de todo. En bastantes casos se alude a los errores cometidos por el gobierno del MAS, dando a entender que son el origen de lo ocurrido. Hace unos días el propio García Linera declaró a eldiario.es desde su exilio en México que "no supimos ver las señales. Había un plan previamente establecido, lo han denunciado unas grabaciones publicadas (...). Dos meses antes ya empezó la campaña de que iba a haber fraude (...). Estaban preparando el escenario para no reconocer los resultados". Puede que los errores puedan haber facilitado algunas cosas, pero en ningún caso pueden ser considerados como la causa de lo ocurrido.
En la evolución de los acontecimientos, instalados ya en el golpe, se atisba un futuro negro para Bolivia. Aún quedan muchas cosas por saber. Y también nos quedan muchas cosas por ver. Porque mucha gente, en su mayoría indígenas, está resistiendo. Porque en algunos sectores del ejército no hay unanimidad en el apoyo mostrado al golpe. Porque en el seno de la oposición existen también contradicciones. Porque las diferentes instituciones siguen en disputa por hacer valer su legitimidad, como hace el legislativo en manos del MAS, o su fuerza, como pretende la nueva presidenta, apoyada en la policía, parte del ejército y las bandas paramilitares.
Y quedan unas nuevas elecciones pendientes. A las que apeló la oposición cuando hablaba de fraude y las que anunció Evo Morales poco antes de su renuncia forzada.
(Imagen tomada de Resumen Latinoamericano)