El puerto fluvial
El agua es un remanso. No es agua de mar, aunque no le falte la salinidad necesaria que le suministran las mareas que cada día vienen y van. No tiene un azul límpido, pero su suavidad denota la ausencia de nubes. El agua parece un espejo. Por eso vemos cómo se reflejan, boca abajo, los cascos de los barcos y sus mástiles. Vemos también, reales y aparentes, los cabos de amarre que se cruzan en diagonal sobre la verticalidad de los mástiles, sin que podamos ver los postes o argollas que sirven para protegerlos. Los barcos están en el puerto fluvial, construido hace unas ocho décadas y no mucho después casi abandonado, relegado a los barcos de la almadraba cuando han dejado de faenar. Es la imagen del descanso. El de un oficio milenario. Atrás han dejado la lucha que, en el corazón de cada primavera, llevan los hombres frente a los atunes atrapados en el laberinto de redes que se montan y desmontan entre febrero y junio. La imagen nos muestra el tiempo en que los barcos reposan al abrigo del mar a la espera del siguiente acto.