Hugo Chávez ha ganado. Lo ha hecho con claridad, recibiendo el 54,4% de los votos, diez puntos más que su contrincante, Henrique Capriles. Es la cuarta vez que ha sido elegido presidente de su país. Es su decimoquinta victoria, consecutiva, contando todas las convocatorias en las que ha estado presente. Sólo en 2007 sufrió el único revés, cuando, por un escaso margen y una participación baja, no logró sacar adelante en referéndum su intento de reforma constitucional. Su nueva victoria no lo ha sido contra todo pronóstico, sino haciendo valer las previsiones de la mayoría de los sondeos electorales, salvo los vinculados al líder opositor.
Señaló el otro día en un magnífico artículo Pascual Serrano que la "revolución bolivariana ha sido el proceso político del que más se ha (des)informado de forma diametralmente opuesta a lo que estaba sucediendo". Ejemplos puso unos cuantos y podían añadirse muchos más. Los insultos y vejaciones, de lo más zafio, que ha recibido Hugo Chávez desde que fue elegido por primera vez no han cesado ni se han suavizado. La prensa española ha estado entre la que más y en mayor grado ha participado. Y no sólo la conservadora, sino la llamada progresista (léase El País) y en su día Público. En el Intermedio de La Sexta, un programa muy visto entre la gente progresista, ayer mismo volvió a mofarse de Hugo Chávez mediante los tópicos recurrentes de caudillismo, manipulador... Un personaje poco sospechoso de izquierdista, como es el expresidente estadounidense Jimmy Carter, declaró el mes pasado que "el proceso electoral en Venezuela es el mejor del mundo", después de que la fundación que preside haya "monitoreado" 92 elecciones en el mundo.
El triunfo de Chávez tiene un componente personal, pero está basado en el apoyo entusiasta de un pueblo que reconoce su esfuerzo y el de su gobierno. Toda interacción entre quien está dispuesto a no defraudar en su proyecto político, que denomina bolivariano, y quienes han depositado sus esperanzas de vivir mejor y solidariamente. Una interacción activa, no pasiva, de participación y movilización permanente, y de cumplimiento de promesas electorales. Los resultados obtenidos son evidentes y hasta el líder opositor lo reconoció durante la campaña electoral. Negar la reducción de la pobreza y el paro, la mejora de la educación y la sanidad, el permanente crecimiento económico o el mayor reparto de la riqueza no son asuntos ni baladíes, ni populistas, ni producto de coyunturas. Son expresión de un proyecto social y político que se opone frontalmente a quienes dominaron a su antojo el país desde décadas y al propio imperio del norte. Avances sociales y políticos impecables, que la población además está convirtiendo en irrenunciables, pese a la enorme presión interna y desde el exterior. Enfrente tiene a unos medios de comunicación privados, en manos de la antigua oligarquía o la empresas extranjeras que operan en el país, que controlan el 55% de las cadenas de televisión, el 87% de las emisoras de AM, el 57% de las de FM y el 80% de la prensa escrita. Enfrente tiene a un imperio que no dudó en 2002 en querer desbancarlo a la fuerza del gobierno o, años más tarde, de provocar un enfrentamiento con Colombia cuando Álvaro Uribe presidía su país.
Venezuela es hoy el principal referente mundial de los países que buscan un modelo de sociedad diferente, opuesta al neoliberalismo. Lo que denominan revolución bolivariana, que la inscriben dentro del movimiento más amplio del socialismo del siglo XXI, merece ser defendida. Alienta más esperanzas entre los pueblos vecinos de Latinoamérica, pero sirven a los de otras partes del mundo. Sirve para mejorar las condiciones de vida de cientos y miles de millones de personas de todo el mundo que no disponen de los derechos más elementales. Nos ayuda a reflexionar a quienes vivimos en el mundo más rico para entender que la mejor manera de ser felices es sentir que todas las personas lo son.