Alfredo ha ganado por pocos votos de diferencia -22, concretamente-, lo que refleja, de partida, que estuvo a punto de no hacerlo. Me pregunto qué habría ocurrido si la ganadora hubiera sido Carme. Uno, desde 2006, y otra, desde 2007, coincidieron en el gobierno presidido por José Luis. Representan generaciones distintas de su partido: él, veterano, fuertemente ligado al felipismo; y ella, más joven, al zapaterismo. Él, universitario brillante y promesa en el mundo de la investigación, acabó atrapado desde los ochenta en una carrera de cargos relevantes en el ministerio de Educación, del que acabó siendo su titular, y luego en el de Presidencia, que compartió con la portavocía del gobierno, en el momento más difícil del felipismo (GAL, corrupción…). Ella, más corta en su formación, se inició en cargos de menor relevancia. Recién elegido José Luis como líder del partido en 2000, Alfredo fue el hombre al que se confió negociar con el gobierno del PP un nuevo pacto antiterrorista, que dos años después se transformó en la polémica Ley de Partidos, mediante la que se agilizó la ilegalización de los grupos de la izquierda abertzale vasca y se persiguió obstinadamente a sus dirigentes. Esa legislatura fue la del estreno de Carme como diputada. En el intento de José Luis por aunar fuerzas en 2004, tras la inesperada victoria electoral, Alfredo y Carme formaron parte de la dirigencia parlamentaria cuando él fue elegido portavoz del grupo en el Congreso y ella aumió una vicepresidencia de la Mesa de esa institución. A los dos años Alfredo fue designado ministro del Interior, desde donde protagonizó un nuevo intento de negociación con ETA. En plena burbuja inmobiliaria a Carme se le encargó en 2007 que desde el ministerio de la Vivienda pusiera un imposible orden en la permanente subida de los precios y los alquileres. Con la segunda victoria electoral José Luis ratificó a Alfredo en Interior, mientras Carme ascendía a un ministerio de casi exclusivo componente masculino, el de Defensa, donde, pese a su aparienca frágil, se creó una imagen de mujer fuerte, teniendo que torear además los efectos colaterales de la guerra de Afganistán. En plena debacle política, derivada de la gestión de la crisis y con un José Luis que perdía sus réditos a mansalva, en 2010 Alfredo asumió la vicepresidencia del gobierno y en 2011 fue proclamado candidato para las anunciadas elecciones generales. Carme, que se había postulado como candidata en las primarias, se vio forzada a renunciar ante las duras presiones internas, incluidas las de los líderes del pasado. Alfredo fue presentado por quienes le apoyaron como la única alternativa viable a un Mariano que tenía todas la de ganar, quedando ella como una joven inexperta y de poca talla para hacer frente al líder del PP. A ella la presentaron sus apoyos como una mujer joven, decidida y con capacidad para iniciar una renovación generacional. El papel de José Luis en ese momento fue una incógnita: ¿cedió ante Alfredo por los argumentos que daban sus defensores?, ¿traicionó a quien había sido una de sus principales valedoras en la dirección del partido y en el gobierno? Lo que ocurrió el 20 de noviembre pasado sólo permite hacer cábalas. Pertenece al mundo de la ficción si con ella la cosa le hubiera ido mejor la partido o si hubiera sido aún peor. Lo cierto es que enseguida el uno y la otra vovieron a postularse para liderar a un partido derrotado y fuertemente deprimido. Ambos han hablado de reformarlo, pero en sus discursos han dado pocos argumentos para saber cómo. Lo que ha resultado más fácil de detectar han sido los apoyos recibidos. A Alfredo le han venido desde las generaciones más veteranas, la gente de la vieja guardia, tanto felipista como guerrista, y las federaciones del norte, sobre todo las más apegadas a la idea del nacionalismo español. Carme los ha recibido entre la gente más joven, la mayoría de los apoyos que tuvo José Luis desde su inicio, los sectores más sensibles al nacionalismo periférico, en especial el PSC -de donde proviene la propia Carme- y la buena parte de la federación andaluza, donde la división interna llevó circunstancialmente al presidente José Antonio a optar por Carme. De sus programas sabemos poco. Además de los acentos distintos en materia de organización territorial, en lo económico han tenido algunas diferencias, buscando recuperar el electorado que han perdido por su escoramiento al centro, es decir, por un mayor enteguismo al neoliberalismo. Él ha buscado un mayor equilibrio entre la tradición social-liberal de su partido y tímidas insinuaciones socialdemócratas sobre la banca o los impuestos a las rentas mayores. Ella ha dejado entrever la vuelta al modelo socialdemócrata. El problema proviene de la credibilidad que pueden reportar. Sobre todo, Alfredo, que ha sido el vencedor. Ambos son corresponsables de las decisiones políticas tomadas por los gobiernos presididos por José Luis. Apoyándolas desde el grupo parlamentario o directamente desde el gobierno. Negarlo sería, cuando menos, una necedad. Atrás ha quedado una política económica claramente neoliberal –como lo fue la del felipismo, no lo neguemos-, que hasta 2007 reforzó las prácticas especulativas financieras e inmobiliarias, que se endureció en 2010 con la reforma laboral, la bajada de las pensiones, el castigo al funcionariado o la subida de la edad de jubilación, y que culminó con el acto simbólico de la reforma antidemocrática de la Constitución en 2011, consagrando el principio neoliberal del déficit 0. Una política fiscal basada en el mayor pago de impuestos directos e indirectos por las rentas de trabajo, mientras las más altas y las grandes empresas ven reducida la presión, el fraude fiscal apenas es tocado y, además, se protege, e incluso se indulta, a banqueros. Una política que ha entregado dinero público a los bancos para sanearlos y que ha permitido la privatización de las cajas de ahorro, entregadas a precio de saldo a los propios bancos. Una política que sigue privatizando empresas públicas y externalizando servicios de las administraciones públicas. Una política social que ha seguido dejando a nuestro país por debajo de la media europea en gasto público, reduciendo desde 2008 las partidas presupuestarias de sanidad, educación o dependencia. Una política inmigratoria gravemente lesiva con los derechos humanos, que, entre otras cosas, mantiene a miles de personas en los campos de internamiento para extranjeros. Una política exterior seguidista de EEUU, apoyando el despliegue del escudo antimisiles y cómplice en las guerras de Afganistán y Libia. Unas relaciones con el Vaticano que continúa dando privilegios a la Iglesia Católica, que es financiada a través de los presupuestos generales, recibe sustanciosos subsidios en los centros de enseñanza y está exenta del pago de impuestos. Una política que castiga con dureza las movilizaciones populares y sociales. Una tímida política sobre la recuperación de la memoria de la represión franquista que ha dejado la resolución de las reclamaciones en manos de una admistración de justicia que tiene importantes sectores contrarios a aplicarla. El apoyo a la institución monárquica... Demasiadas cosas para pretender frenar una caída que no se sabe hasta dónde va a llegar. Demasiado lastre. Para ella, hasta ayer, y ahora, para él.