Desde el nacimiento de IU el PCE vivió un proceso de adaptación a
una nueva realidad organizativa. Lo que inicialmente fue una plataforma formada
por diversos grupos políticos y personas independientes, acabó conformándose a
lo largo de los años noventa como un movimiento socio-político que se fue extendiendo a lo largo y ancho del solar hispano. Y en ello jugó
un papel importante Julio Anguita, tanto desde la secretaría general del
partido, a la que llegó en 1988, como desde la coordinación general de la
propia IU, sustituyendo en 1989 a Gerardo Iglesias.
Ese proceso, no obstante, estuvo lleno de tensiones y contratiempos, tanto en el seno del PCE como, por extensión, en la propia IU. Desde el primer momento hubo quienes, como Enrique Curiel,
no vieron en IU el instrumento necesario para incidir en la sociedad. Poco
después, en plena hecatombe de los países socialistas del este de Europa y de la URSS, un sector consideró que el
PCE debía disolverse y hacer de IU el nuevo cuerpo político. Fue el caso de
Nicolás Sartorius, Juan Berga o Francisco Palero, influenciados por los vientos
que venían de Italia con la trasmutación del PCI en el Partido Democrático de
la Izquierda. En ese empeño tuvieron poco éxito, pues el apoyo que recibieron en el
Congreso del partido en 1991 quedó reducido a una cuarta parte. Distinto fue el caso del
PSUC, que en 1990, bajo la dirección de Rafael Ribó, subsumió al partido en
Iniciativa per Catalunya, dejándolo formalmente hibernado, algo que llega hasta nuestros días.
IU, y dentro de ella el PCE, no se conformó como una izquierda
revolucionaria en el sentido tradicional, pero supuso una renovación en ese
espacio político, al recoger con determinación las aportaciones de los nuevos
movimientos sociales, como el ecologismo, el pacifismo y el antimilitarismo, el
feminismo, la solidaridad con el tercer mundo, etc. También permitió en su
interior la diversidad de grupos y la participación más activa de la
militancia, a la vez que se abría hacia la sociedad. Algunas propuestas incidían
en los problemas sociales y políticos desde la izquierda, como la oposición al
servicio militar obligatorio, la insumisión, la defensa de lo público, la oposición
a los nuclear, el reparto del trabajo, el modelo federal, etc. Más que novedosas, resultaron atractivas a amplios
sectores de la población.
IU fue creciendo en afiliación y organizativamente. El PCE, a su
vez, aportó su estructura y experiencia, lo que le permitió aumentar incluso en
militancia. Electoralmente IU duplicó el porcentaje de votos sobre 1986 en las
generales de 1989 y 1993. En las europeas de 1994 consiguió el 13’4%, con una
subida de 7’3 puntos sobre las de 1989. Y en las municipales pasó del 8’4% de
1991 al 11’7% de 1995. En Andalucía el PCA vivió en primera línea todo este
proceso. Pionero como fue con la constitución de Convocatoria por Andalucía, el
17’9% de IU-CA en las elecciones andaluzas de 1986 se vio superado en 1994
cuando, con Luis Carlos Rejón como candidato, llegó al 19’3%. Y los resultados
en las otras contiendas siempre estuvieron por encima de la media del estado,
destacando el 18’1% en las municipales de 1995.
Durante esos años IU mostró una gran valentía en algunos asuntos
espinosos, como hizo en la oposición al Tratado de Maastricht de 1992, la
defensa estricta del estado de derecho frente al terrorismo de estado, la
manera de enfocar el problema vasco (condenando la lucha armada de ETA, pero
reconociendo la necesidad de la paz de inmediato y el derecho de
autodeterminación) y hasta la posición ante la monarquía.
Fue el momento en que tomaron cuerpo dos ideas fuerza: una, el del sorpasso; y la otro, la teoría de las “dos orillas”. Con la primera se pretendía superar electoralmente al PSOE. Y con la segunda se quería dejar patente que, en lo fundamental, tanto el PP como el PSOE se encontraban en la misma orilla. Eso era extensible al conjunto de la derecha, pues en 1993, tras la victoria electoral del PSOE sin mayoría absoluta, Felipe González no dudó en pactar con CiU, pese al ofrecimiento que le hizo Julio Anguita para llegar a un acuerdo programático progresista.
En ese contexto de fricciones entre los distintos espacios
políticos en competencia (PP/PSOE y PSOE/IU) se lanzó desde el PSOE y los
medios afines, especialmente los del grupo PRISA (El País, Cadena SER...), una campaña de demonización
del PCE, IU y el propio Julio Anguita. Tomó cuerpo el término de la “pinza”,
que tuvo a Andalucía como origen, pero que extendió al conjunto del estado,
bajo la acusación de una connivencia entre el PP e IU para acabar con los
gobiernos del PSOE en los dos ámbitos territoriales.
IU, entre el aumento de las divergencias internas y
estancamiento electoral
Las elecciones habidas en 1996 marcaron un antes y un después para IU.
Acosado el gobierno central por los escándalos de la “guerra sucia” contra ETA
y los casos de corrupción, la victoria del PP, aun siendo ajustada, puso fin a 14 años
de gobiernos del PSOE. Por otro lado, en Andalucía, con un gobierno en minoría
del mismo partido que no pudo sacar los presupuestos adelante, las elecciones
tuvieron lugar el mismo día que las generales. Mientras que en estas últimas
IU, con el 10’5% de los votos, obtuvo el máximo de su historia, en las
andaluzas IU-CA perdió 4’2 puntos sobre 1993.
La estrategia de la “pinza” surtió efecto en el electorado de la
izquierda, siendo mayor en Andalucía, independientemente de que los hechos
demostraran, incluso en los años siguientes, que hubo más coincidencias en las
votaciones parlamentarias entre el PP y el PSOE que entre el PP e IU.
Lo que vino después fue un periodo de fuertes controversias
internas dentro de IU, donde los sectores contrarios a la dirección y el
coordinador general se agruparon en torno a Nueva
Izquierda, que tuvo a Diego López Garrido y Cristina Almeida como principales
líderes. La dirección de IU mantuvo su línea política e incluso en 1997,
aprovechando la fiesta septembrina del PCE, Anguita anunció la defensa de la República, el estado federal y el derecho de autodeterminación. Por su parte en
NI se defendió una mayor moderación y el estrechamiento de relaciones con el
PSOE. Después de diversos episodios,
entre los que no faltó la indisciplina de voto parlamentario, en 1997 se
decidió la expulsión de NI, que pasó a constituirse como partido (el PDNI), del que una buena parte de sus cuadros acabaron integrándose en el PSOE.
Esta crisis tuvo en Cataluña Y Galicia dos escenarios específicos. En el primero la mayoría de Iniciativa per Catalunya apoyó a NI, lo que provocó la salida del sector crítico, que en 1998 formó Esquerra Unida i Alternativa. Sus dos integrantes principales fueron el PCC y quienes reivindicaban la herencia del PSUC, que un año antes habían pasado a denominarse como PSUC Viu. En el caso gallego el problema derivó de la decisión de un sector de Esquerda Unida, con Anxo Guerreiro al frente, de presentarse junto al PSG en las elecciones gallegas de 1997. Desautorizado por la dirección federal, Anxo y sus seguidores decidieron salirse de EU-IU.
Pero los problemas de IU no sólo fueron internos, sino que
abarcaron su relación con el movimiento obrero y en especial con CCOO. Ya en los años
anteriores la dirección de esa central sindical, con Antonio Gutiérrez al
frente, se había ido alejando de una práctica combativa. Se concretó en el apoyo
al Tratado de Maastricht o en priorizar la vía negociadora con el gobierno y la
patronal, y prosiguió incluso con el gobierno del PP. Tampoco faltaron las
correspondientes divergencias internas, llegando a formarse una corriente
crítica, con Agustín Moreno o el propio Marcelino Camacho como principales
referentes, pero que nunca logró la mayoría sindical.
Un momento crítico tuvo lugar cuando desde IU se defendió la
implantación de la semana laboral de 35 horas, a lo que se opusieron tanto UGT
como CCOO. La iniciativa legislativa popular, que fue el procedimiento elegido
para llevar esa reivindicación al Congreso, pese a haber resultado exitosa en la recogida de las firmas necesarias, fue desestimada en la sede parlamentaria por los votos contrarios del PP, el PSOE
y los grupos nacionalistas de derecha (CiU y PNV).
Fracasos electorales en 1999 y 2000, y el relevo de Julio Anguita
A finales de 1998 Anguita, después de haber sufrido en el verano un segundo infarto, cedió a Francesc Frutos la secretaría general del PCE. Si bien mantuvo su puesto como coordinador de IU, no dejaba de ser evidente que era una decisión que acabaría dando lugar a un relevo completo.
Las elecciones municipales de 1999 dieron el primer aviso de lo que se estaba avecinando en IU: en las municipales, 6'5% de los votos y pérdida de 5 puntos; y en las europeas, 5'8% y pérdida de de 7'6 puntos. Un fuerte desgaste, después del revuelo por la salida de NI y como víctima de una intensa campaña mediática en contra. A ello se unió una acción de gobierno por parte del PP que había sorprendido por su moderación, su capacidad de llegar a acuerdos con la derecha vasca y catalana, e incluso una negociación con ETA.
Las perspectivas electorales también se presentaban difíciles al PSOE, tras el fallido intento de relevar a Felipe González por parte de Josep Borrell, cuya repentina dimisión hizo que el perdedor de las primarias internas, Joaquín Almunia, se convirtiera en el candidato de su partido. Eso llevó a que IU y el PSOE llegaran a un acuerdo sobre un programa de gobierno de mínimos, la investidura y las listas al Senado. Pero la elevada abstención en el electorado de izquierda y la pérdida de votos moderados en el PSOE no lo hicieron posible y catapultaron al PP hacia la mayoría absoluta.
En medio de ese panorama, la desorientación y la división en el seno de IU y del PCE se pusieron de manifiesto en la VI Asamblea de IU, celebrada en otoño de 2000. Tres fueron los candidatos que se presentaron para relevar a Julio Anguita y los tres eran militantes del PCE: Francesc Frutos, Nines Maestro y Gaspar Llamazares. El primero contó con una buena parte del aparato del PCE. La segunda buscó los apoyos desde la radicalidad política, entre los que estuvo el de Marcelino Camacho. Pero fue Gaspar Llamazares, que se presentó como renovador y con la voluntad de recomponer la unidad y las relaciones perdidas en la izquierda, el que acabó siendo elegido nuevo coordinador.
Una larga travesía en el desierto que duró hasta 2011
Los ocho años que duró el mandato de Llamazares coincidieron con el peor momento electoral de IU y con su intento por recomponer la unidad y las relaciones con otros grupos de izquierda. Y a ello se unió una clara división interna.
Los resultados en general fueron pobres, con unas oscilaciones que fueron desde el 3'7% en las europeas de 2009 y 3'8% en las generales de 2008 hasta el 6'1% en las municipales de 2003. Algo distintos fueron los casos de Cataluña, País Valenciano, Asturias, País Vasco o Andalucía, donde los resultados fueron mejores o adquirieron unas características específicas. En Cataluña la alianza entre IC y EUiA se concretó en 2003 en la integración, junto al PSC y ERC, en el conocido como gobierno tripartito, que estuvo inicialmente presidido por Pasqual Maragall e impulsó la elaboración de un nuevo Estatut. En el País Vasco, por su parte, Esker Batua-Berderak, formó parte del gobierno presidido por el peneuvista Juan José Ibarretxe, a la vez que apoyó el conocido como Plan Ibarretxe, que buscaba la vía del estado libre asociado para ese territorio.
En las elecciones generales de 2004 IU sufrió el impacto del voto útil que se orientó hacia el PSOE, que tenía como candidato a José Luis Rodríguez Zapatero, como consecuencia de lo ocurrido el 15 de marzo con los atentados en Madrid. Cuatro años después se mantuvo el efecto del voto útil ("para que no gane la derecha") y que conllevó para IU aún peores resultados. Fueron años, a su vez, de una bonanza económica, aderezada del modelo neoliberal iniciado por los gobiernos de Felipe González e intensificado por los de José María Aznar. Como contrapartida, la acción de ese gobierno estuvo acompañada de algunas reformas (matrimonio igualitario o segunda ley de aborto), a veces tibias (memoria histórica), de gestos más o menos simbólicos (salida de las tropas de Irak o no saludo de Zapatero a la bandera de EEUU), del apoyo a las reformas de varios estatutos de autonomía (limitada en el caso de Cataluña) o de la negociación con ETA (culminada en un primer momento con el anuncio del abandono de la lucha armada). Todo ello le confirió, de un lado, una popularidad en los sectores progresistas y, de otro, una animadversión creciente en los sectores conservadores del españolismo.
Pese a los intentos del equipo de Llamazares por abrirse a grupos nacionalistas y ecologistas, y dar a IU un tinte ecosocialista, los logros fueron escasos. Durante su mandato se fueron alejando progresivamente algunos grupos que, siendo minoritarios y en algunos casos con escasos integrantes, hicieron que IU fuera perdiendo la pluralidad de la que había hecho gala desde su fundación: el PASOC (2001), Izquierda Republicana (2002), Corriente Roja (2004) o Izquierda Anticapitalista (2007).
En 2008 Cayo Lara tomó el relevo en la dirección de IU, recuperando la hegemonía del PCE, que al año siguiente había elegido a José Luis Centella como secretario general. Esos dos años fueron de gran importancia en el panorama económico internacional, pues coincidieron con el inicio de la crisis económica internacional que puso en entredicho no sólo el modelo neoliberal, sino la especificidad española basada en gran medida en la especulación financiera y urbanística.
IU y el PCE, ante la crisis económica, la contestación social y el nuevo gobierno del PP
Desde 2008, como respuesta a la crisis económica, las movilizaciones se multiplicaron por todos los rincones del país. Inicialmente fueron la respuesta a los recortes sociales que aplicó el gobierno del PSOE y el aumento creciente del paro. El desgaste del gobierno propició la victoria electoral del PP en 2011, que abarcó no sólo a lo concerniente al ámbito central del estado, sino también a buena parte de las comunidades autónomas y municipios.
En Andalucía se vivió, sin embargo, una situación desconocida: en 2012, después de haber obtenido el 11'3% de los votos, IU formó con el PSOE un gobierno de coalición, basado en un pacto programático progresista e intentando dinamizarlo a través de la vicepresidencia y las consejerías que asumió. Entre esas competencias estaban las relativas a la vivienda, que propiciaron, tres años después, la ruptura del pacto a instancias de Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía.
Pero la principal novedad de esos años provino de un movimiento de nuevo tipo, conocido como 15-M, por haberse iniciado en el mes de mayo de 2011, y que aportó una forma distinta de plantear las reivindicaciones, así como nuevas propuestas de cara a hacer posible un nuevo modelo político e incluso una sociedad distinta. Mucha gente de IU participó de dicho movimiento, lo que, unido a las numerosas movilizaciones sectoriales que se fueron sucediendo, propició que en las distintas elecciones habidas en 2011 conociera una mejoría, con casi el 7% de los votos en las generales.
Sin embargo, ya con el PP en el gobierno y en pleno apogeo de sus medidas antisociales, a la vez que de la salida a luz de sus graves y sistémicos escándalos de corrupción, las elecciones europeas de 2014 trajeron como novedad la irrupción de Podemos como una nueva fuerza política. Si bien IU, con el 10% de los votos, la superó en 3 puntos, desde ese momento el crecimiento de la nueva formación resultó imparable hasta las elecciones de finales de 2015.
Todo ello, en medio de la crisis creciente del bipartidismo, la irrupción de Ciudadanos por el flanco de la derecha y las dificultades en la jefatura del estado, que llevaron a la abdicación forzada de Juan Carlos I en el mismo 2014 y el relevo por su hijo.
Esa nueva situación tuvo repercusiones en IU y tampoco faltaron en el PCE. En 2015 en IU se tomó la decisión de proponer a Alberto Garzón como candidato en las elecciones generales, lo que culminó al año siguiente cuando fue elegido nuevo coordinador general, sustituyendo a Cayo Lara. De esa manera no sólo se buscaba una imagen de renovación generacional (dada la juventud de Garzón, que en en 2011, con 26 años, había sido elegido diputado), sino el estar en consonancia con lo ocurrido con el movimiento 15-M y todo lo que conllevaba. Tanto en IU como en el PCE se abrió una brecha sobre la forma de afrontar esos retos, que se fue ampliando ante la actitud mostrada desde Podemos. El sector de Cayo Lara consideraba que IU tenía capacidad por sí misma para seguir en su línea de alianzas con otros grupos, al margen de lo que suponía Podemos. Desde el otro sector, con Alberto Garzón y Enrique Santiago como principales referentes, se incidía en que en el espectro de alianzas no se debía descartar a Podemos, independientemente de la actitud que estaba mostrando.
Con ese escenario político, con unas encuestas que reflejaban una intención de voto creciente, Podemos aspiraba a ser la primera fuerza de la izquierda e incluso a llegar al gobierno ("alcanzar los cielos"), desplegando para ello una intensa e inteligente actividad publicística, incorporando las nuevas tecnologías y aprovechando el empuje de amplios sectores de la sociedad, descontentos con el estado de cosas que se estaba viviendo.
Formado por la agregación de personas y grupos de diversa procedencia, un sector de Podemos lo constituía gente que hasta hacía poco había militado en el PCE o la UJCE, o había tenido determinados vínculos con esos grupos o con IU. El tratamiento que dio a IU, empero, resultó impropio, incluyéndola dentro de las viejas fuerzas del sistema. Eso conllevó que desechara cualquier posibilidad de acuerdo electoral, minusvalorara sus posibilidades electorales y hasta apostara por su desaparición.
Defender espacios de confluencia, mantener la personalidad, seguir dando muestras de vitalidad...
En las elecciones municipales, sobre todo, y autonómicas de mayo de 2015 afloró la nueva realidad. Surgieron numerosas candidaturas que tenían como base confluencias de grupos políticos, colectivos sociales y plataformas ciudadanas, que adoptaron nombres variopintos. Ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, A Coruña, Santiago, etc. pasaron a ser gobernadas por esos nuevos actores políticos. IU participó en ellas y, por su parte, mantuvo o recuperó alcaldías de otro tiempo, y hasta accedió por primera vez a la de Zamora.
En diciembre de 2015 tuvieron lugar las elecciones generales, en las que Podemos obtuvo el 20'7%, 1'3 puntos menos que el PSOE. Por su parte, IU, que se presentó bajo la fórmula Unidad Popular, fue capaz de retener casi un millón de votos, que se tradujeron en tan sólo 2 escaños. La repetición de las elecciones medio año después, con un Congreso muy fraccionado e incapaz de formar una mayoría parlamentaria, facilitó la formación de Unidos Podemos, tras el acuerdo al que llegaron, por fin, IU, Podemos y diversos grupos nacionalistas en Cataluña, Valencia y Galicia. Las reticencias de algunos sectores de ambas organizaciones, así como de parte del electorado de izquierda, impidieron que no consiguieran sumar los votos obtenidos por separado en diciembre.
El retroceso electoral di lugar en Podemos a un proceso de división interna que se expresó, en un primer momento, en lo que se ha conocido como errejonismo. Se concretó a finales de 2018, mientras se fraguaban candidaturas propias en las municipales y autonómicas de Madrid, y luego se extendió a las generales de noviembre, en este caso como Más País. Luego, tras la formación del gobierno de coalición PSOE-UP a principios de 2020, vino el pulso lanzado desde Anticapitalistas. Opuesto al citado gobierno, acabó abandonando la organización e incluso rompiendo la coalición electoral Adelante Andalucía, formada entre Podemos e IU para las elecciones autonómicas de finales de 2018.
Durante todo este tiempo en IU y el PCE se han mantenido las disensiones en torno a la idoneidad de la coalición Unidas Podemos. El sector partidario de su continuidad, e incluso de su profundización, es el que ha conseguido mayores apoyos internos, lo que se vio reforzado en el caso del PCE cuando en 2019 Enrique Santiago asumió la secretaría general del PCE.
Y, ya para terminar, no se puede dejar de lado la designación de Yolanda Díaz y Alberto Garzón como integrantes del gobierno de coalición. Han reforzado la presencia institucional del PCE, algo que sólo había ocurrido ocho décadas atrás. Y
Pero de lo que no cabe duda es que, al cabo de su historia centenaria -con sus errores y sombras- el PCE sigue dando muestras de gran vitalidad, lejos de quienes en diferentes momentos lo habían dado por agotado.
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