Ha pasado medio siglo desde que sucediera uno de los episodios más impactantes ocurridos durante la celebración de los juegos olímpicos. Ciudad de México fue el escenario, cuando tres atletas protagonizaron un momento inolvidable: los afroamericanos Tommie Smith y John Carlos, y el australiano Peter Norman. En EEUU eran los tiempos de la lucha por los derechos civiles para la población afroamericana, también lo eran de la lucha contra la guerra de Vietnam... Meses antes las calles de Praga habían conocido lo que se conoció como su Primavera, en París había estallado el célebre Mayo y en la Plaza de Tlatelolco de la capital mexicana, semanas antes del inicio de los Juegos, caían abatidas por las balas de la policía centenares de personas.
Fue el 16 de octubre cuando, durante la entrega de medallas de la prueba de 200 metros lisos, Smith y Carlos se dirigieron descalzos hacia el podio, el primero con una bufanda negra y el segundo con un rosario. Los tres, además, se colocaron una insignia del Programa Olímpico para los Derechos Civiles. Iniciado el himno de EEUU, los dos afroamericanos levantaron sus puños recubiertos por un guante negro mientras agachaban la cabeza. Se trataba de una reivindicación sobre los derechos humanos, apoyada solidariamente por Norman, que procedía de un país donde los derechos de la comunidad aborigen estaban también pisoteados. Era también una apuesta por el black power, en boga en EEUU durante esos años. Toda una simbología transgresora, que denunciaba ante millones de personas del mundo la realidad de la comunidad afroamericana de EEUU. El color negro, mostrado con orgullo. Los pies descalzaos y el rosario, dejando ver la postración sufrida desde siglos atrás.
El escándalo fue mayúsculo. Desde el propio COI se instó a la expulsión de Smith y Carlos de la villa olímpica. Y lo que vino después para los tres protagonistas en sus respectivos países fue un largo calvario de amenazas y marginación.