El 5 de agosto de 1939 fueron fusilados en las tapias del cementerio de la Almudena de Madrid 56 militantes de las Juventudes Socialistas Unificadas. Trece eran mujeres, que han pasado a la historia con el nombre de las Trece Rosas. Su recuerdo perdura, y la historia, la literatura, el cine y hasta la danza no las han olvidado.
En El silencio roto la historiadora Fernanda Romeu (1994) sacó a la luz las estremecedoras cartas que Julia Conesa manda a su madre, donde se percibe la progresiva pérdida de esperanza por salvarse hasta su célebre frase "que mi nombre no se borre en la historia". Años más tarde el periodista Carlos Fonseca publicó Trece rosas rojas. La historia más conmovedora de la guerra civil (2004), donde narra, apoyándose en una documentación amplia, las circunstancias de la detención y condena de las trece rosas y sus compañeros. La literatura ha sido generosa en recordarlas. Dulce Chacón las incluyó dentro de los personajes de su novela La voz dormida (2002). Jesús Ferrero les dio toda la dimensión en Las Trece Rosas (2003). Julián Fernández del Pozo escribió el poema Homenaje a las Trece Rosas (2004), que comienza con estos versos: "Madrid se viste de luto, / por trece rosas castizas, / trece vidas se cortaron, / siendo jóvenes, casi niñas". Y Ángeles López se centró en una de ellas para su novela Martina, la rosa número trece (2006). Verónica Vigil y José María Almela dirigieron el documental Que mi nombre no se borre de la historia (2004) y Emilio Martínez Lázaro hizo lo propio con la película Trece rosas (2006). No han sido olvidadas tampoco en el mundo de la danza, donde la compañía Arrieritos les dedicó una de sus creaciones: 13 rosas (2007).
En 1998 dediqué a Julia Conesa, una de las trece, un recordatorio en Debate Ciudadano de Barbate (n. 28, junio-julio). Es lo que sigue a continuación.
"Trece rosas han tronchado del eterno rosal", dice uno de los versos escritos poco después de que muriera fusilada junto con Blanquita Brissac, Virtudes González, Martina Barroso, Pilar Bueno, Victoria Muñoz, Avelina García, Joaquina López, Dionisia Manzanero, Carmen Barrero, Ana López, Elena Gil y Luisa Rodríguez. Habían sido detenidas en Madrid en mayo de 1939, en los primeros zarpazos de la dura represión franquista tras el fin de la guerra civil, como militantes de las Juventudes Socialistas Unificadas, dedicadas a buscar refugio a las personas perseguidas. "Como podeis comprender somos inocentes de todo yo o lo aseguro. Decirselo a todos los que puedan hacer por nosotras algo", escribía Julita a su madre antes del consejo de guerra que se formó para juzgarlas. El 4 de agosto, ya condenada, pedía en otra carta a sus familiares que hicieran todo lo posible para salvarlas: "Mama animo y no llores que tu asido siempre muy fuerte y no te ballas aponer mala". Cuando al día siguiente se acercó su madre a la cárcel de las Ventas con un pliego de súplicas y unas firmas con la esperanza de que sirvieran para algo, recibió la noticia de que su hija y sus compañeras habían sido fusiladas junto a las tapias del cementerio del Este de Madrid. "Fueron maravillosamente valientes. Las horas que estuvieron en "capilla" cantaron canciones revolucionarias y repartieron sus cosas personales, escribieron cartas", recordaba años después una compañera de la cárcel. En su última carta, poco antes de morir, Julita pedía que no lloraran por ella y acababa con estas palabras: "Que mi nombre no se borre en la historia". Un grito de una joven humilde que pagó, como tantas otras personas de su tiempo, un alto precio por su valentía. Su nombre y el de "las trece rosas" perdurarán en la memoria, porque siempre fueron historia.