viernes, 26 de junio de 2009

Nicolás M. Sosa





























Hace ocho años falleció mi amigo Nicolás Martín Sosa, un canario de la isla de La Palma afincado en Salamanca, profesor universitario y luchador incansable. Con motivo del homenaje que se le hizo por estas fechas, a modo de funeral laico, viajé fugazmente a mi tierra. Para ello escribí unas líneas, que leí con emoción. Hoy quiero que viajen por la red.



“Papá, Jesús el del comité”. Esas fueron las palabras que me vinieron a la memoria cuando me comunicaron, casi a la vez, la muerte de Nicolás. Eran las palabras con las que Pablo y Samuel, según vinieran al caso, avisaban a su padre cada vez que yo llamaba por teléfono, que no eran pocas veces, cuando andábamos enfrascados en las actividades del renacido Comité Antinuclear de Salamanca allá en la década de los 80. Desde la atalaya del tiempo no puedo más que decir que mi relación –y, en ella, mi amistad- con Nicolás durante ese tiempo estuvo llena de intensidad, de confianza y hasta de momentos entrañables, compartidos en montones de situaciones, desde la propia lucha social y política hasta la más lúdica, incluidas las largas sesiones en que cantábamos hasta reventar y que nos ayudaron a salir adelante.

Pero no está de más hacer un poco de historia. En 1975 había surgido el primer Comité Antinuclear, cuando llegó la noticia de la instalación de la fábrica de nuclear en Juzbado. Coincidiendo con la transición, los grupos de la oposición políticos y sociales de Salamanca y mucha gente de los pueblos, impulsaron un comité que organizó numerosas acciones que tuvieron como momento culminante las multitudinarias movilizaciones de principios de 1976, como la concentración en la explanada de Juzbado, previa caminata desde la capital de unos centenares de personas que sufrimos el acoso de las fuerzas del orden público, y la manifestación por las calles de la ciudad con final en la Plaza Mayor.

Pasaron unos años y es cuando ya recuerdo al Nicolás de la Asamblea Antinuclear que se formó, si no me falla la memoria, en el verano de 1979, momento en que resurgió la oposición a la fábrica nuclear al publicarse en el BOE la autorización previa a la empresa ENUSA de su instalación, lo que motivó la interposición de numerosos recursos. En ese contexto es de donde saldría el nuevo Comité Antinuclear de Salamanca, que empezó a coordinar la oposición a la fábrica de Juzbado y, desde ella, contra la energía nuclear. Por entonces fue cuando el amigo Chema –otra persona de las incombustibles e imprescindibles- me invitó a incorporarme al comité, en concreto en el verano de 1980. Recuerdo el salón del centro vecinal de Cuatro Caminos, donde se encontraban, entre otros, Pedro, José Luis, Chema, Orencio y el propio Nicolás. Ellos fueron básicamente los autores de un librito importante en su día,
La industria nuclear de Salamanca. Informe básico de oposición, que dio los argumentos intelectuales a la oposición de una planta industrial que tenía como objetivo abastecer de material nuclear a las centrales que proliferaban por aquellos años, de la que se sospechaba también que fuera a su vez una planta de almacenamiento de residuos, lo que conllevaba los riesgos propios de cualquier actividad nuclear y, sobre todo, participaba de un modelo de desarrollo de gran consumo energético que no reparaba en las consecuencias negativas para la naturaleza. Desde entonces la actividad desplegada por el comité fue muy intensa: participación en charlas y mesas redondas en la capital, pueblos de la provincia y pueblos de provincias limítrofes, emisión del programa en Radio Popular (que recibió el premio nacional de Medioambiente), envío de escritos a la prensa, entrevistas con alcaldes de la zona y organizaciones agrarias, elaboración de informes, presentación de recursos y alegaciones legales, publicación de boletines, organización de movilizaciones, pegada de carteles, divulgación de material didáctico y participación en actos en los centros de enseñanza (escuelas e institutos) y un largo etcétera... Todo un despliegue de actividades de análisis, información, documentación, reflexión, discusión y acción, digno de encomio en un momento cuando ya desde el poder se habían empezado a mover piezas para ir acallando a la gente, y otra gente y algún grupo empezaron a olvidarse de la oposición de años atrás, con un año 1982 como momento clave.

Cuando me encuentro abrumado por la noticia de la muerte de Nicolás se me agolpan los recuerdos. Y entre ellos, la celebración del Día Antinuclear en junio de 1983, con el pasacalles de disfraces a ritmo de tambor, caja y platillos y la escenificación de la Plaza Mayor; el viaje a la central nuclear de Almaraz en agosto de ese año, donde sufrimos junto con la carga policial la furia de una tormenta de verano; la IIª Marcha a Juzbado en noviembre de 1984, esta vez con sólo centenares de manifestantes, pero llenos de entusiasmo y dignidad; el corte de carretera en las inmediaciones de la fábrica de Juzbado que paró el primer camión cargado de combustible en febrero de 1985; la multitudinaria manifestación contra la OTAN en Madrid en febrero de 1986, una más de las movilizaciones contra la OTAN en las que participó el comité ya desde 1981... No puedo olvidar tampoco las reuniones de los miércoles en la sede de la calle Concejo, donde se desarrolló un estilo de trabajo abierto y participativo, con la planificación de lo que se iba a hacer en los días siguientes, el reparto de responsabilidades y la evaluación de lo hecho anteriormente. En esas reuniones estaban siempre Nicolás, Mari Leo -su compañera-, el amigo Chema y ese ir y venir de gente que nos enganchábamos durante más o menos tiempo hasta que las circunstancias, diversas, nos iban separando. Decir que el papel que jugó Nicolás fue primordial quizás sobre, porque es obvio, pero decir ante todo que fue una persona que, dentro de su gran capacidad intelectual y de entrega, supo ser uno más dentro de un colectivo posiblemente lo engrandezca más.

1986 fue para mí el fin de una etapa y de mi relación directa con el Comité Antinuclear y con él, de Nicolás. Cuando estaba a punto de irme de Salamanca, me habló de sus planes profesionales y de la decisión, atrevida, pero coherente, que había tomado para incorporar a su currículo académico el material intelectual que había elaborado sobre la lucha antinuclear. Lo hacía mientras me entregaba, a modo de despedida, su “Chernobil nunca más. Informe sobre inseguridad nuclear”, que estaba dedicado al reciente y grave accidente de la planta nuclear ucraniana, pero también a los otros accidentes en centrales de países occidentales que, por suerte, no pasaron a mayores. Desde entonces, viviendo yo ya en Andalucía -la tierra que me ha adoptado, igual que hizo con él la castellana Salamanca-, mis encuentros con Nicolás fueron a menos como es lógico. Pero le seguí viendo, oyendo y leyendo, y siempre, directa o indirectamente, supe de él. Chema, de nuevo, Maxi o Mari Sol eran mis confidentes. Tengo presentes, por ejemplo, su “Ecologismo y ecología: un nuevo paradigma”, que me dedicó cuando me lo entregó, y su “Etica en la educación ambiental”, dentro de la obra conjunta Educación ambiental; o la conversación en la que me contó sus impresiones del viaje que hizo a Río de Janeiro en 1992 y en cuya Conferencia Internacional participó. También sé de la injusticia que hicieron con él cuando quiso acceder a la cátedra, de su cambio de facultad, de su actividad en el Foro Castellano, de su persistencia en la lucha ecologista y antinuclear, y hasta del proyecto de Universidad Popular del que participaba.

La última vez que pude hablar con él, hace apenas dos meses, se debió al fallecimiento de mi madre –dos muertes que parecen haberme caído como una maldición. Recordar a Nicolás es hacerle justicia, pero con él también su incansable y permanente hacer en un tiempo en que los valores dominantes en nada se parecen a los que él defendió. De él nos debe quedar su integridad y su coherencia, las de ese tipo de personas que supieron aunar lo que pensaban con lo que ponían en práctica. Que descanse en paz.

(En Barbate, Cádiz, a 25 de junio de 2001)


(Imagen: fotografía hecha en el monte Gargabete, primavera de 1985)