En
1999 se publicó el libro de y Javier Cervera Así terminó la guerra de España
(Marcial Pons, Madrid), donde se dio una interpretación de ese momento alejada
de tópicos y falsedades. Hace unos meses salió Madrid, 1939. La conjura del
coronel Casado (Cátedra, Madrid), escrito esta vez por el primero. En los
dos casos las obras han sido tratadas con una sólida base documental, alejadas
de las interpretaciones interesadas y distorsionadas que, especialmente desde
el campo conservador y/o neofranquista, han pretendido mostrar a un hábil
general Franco como eje central del desmoronamiento final de la España republicana.
En
esta ocasión Bahamonde presenta una investigación que, basada sobre todo en los sumarios de los consejos de guerra seguidos contra militares republicanos
relacionados con el golpe dirigido por Segismundo Casado en marzo de 1939,
completa lo que ya adelantó con Cervera hace una quincena de años y avanza lo
que pueden ser nuevas entregas. A lo largo de casi 250 páginas disecciona
distintos aspectos del campo republicano: el momento histórico de la
sublevación casadista, la trayectoria personal de Casado, las diferentes actitudes
de los militares profesionales en el bando republicano, el mundo de la
clandestinidad y la actuación del espionaje franquista, el papel de las
diversas fuerzas políticas republicanas, la influencia del partido comunista y
la utilización del anticomunismo, los objetivos de Franco, la colaboración
activa del gobierno británico y vergonzante del francés, la propia organización
de la sublevación y, en fin, la represión diferenciada que el régimen
franquista llevó a cabo sobre quienes participaron en la pequeña guerra civil
desencadenada en marzo de 1939.
Bahamonde
evita caer en el maniqueísmo simple. De esta manera, la actuación de Casado la
circunscribe dentro de un entorno muy extendido en el mundo militar: al margen
de la ideología o del posicionamiento sobre
la república, lo incluye en la masa de profesionales convencionales, distantes
de lo político, amantes del orden y con un fuerte componente anticomunista.
Habiendo aceptado la república, actuó en un plano secundario y propiamente
profesional, no participando en conjuras y mostrándose próximo al presidente
Niceto Alcalá Zamora. Como tantos militares, mantuvo una “lealtad geográfica”
durante el sublevación de 1936, participando sin demasiado entusiasmo en la
organización de la defensa militar en el bando republicano.
Para
Bahamonde el desenlace de la batalla de Teruel, a caballo entre 1937 y 1938,
marcó un antes y un después en el campo republicano en general, en los
militares profesionales y en el propio Casado. Las consecuencias que tuvo esa
derrota republicana se dieron en una doble dirección: de un lado volvieron a
exacerbarse las diferencias en el seno del republicanismo político; de otro se
extendió el pesimismo sobre el futuro de la guerra. En la mayoría de los
militares profesionales prendió la idea de una paz honrosa entre militares, en
una suerte de abrazo de Vergara, que evitaría más sufrimientos humanos y
permitiría su reintegración profesional en un ejército de nuevo unido. Y es en
este clima de división y pesimismo donde el mundo clandestino del
quintacolumnismo y del espionaje franquista, dirigido desde Burgos, fue ganando
terreno.
El
papel jugado por Casado es el de un militar que se siente importante desde que
es ascendido en la primavera de 1938, con el asentimiento general, a la cúspide
de los mandos militares. Dentro de los parámetros ya señalados, su objetivo de
un final honroso de la guerra entre militares fue evolucionando en la forma de
conseguirlo, a la vez que fue tomando contacto con el mundo clandestino, al
principio desde la discreción y finalmente desde la complicidad abierta.
Dispuso
para ello de dos ingredientes muy importantes: el militar, cada vez más
entregado hacia la salida “honrosa”; y el político, para lo que contó con el
magma del antinegrinismo. En el primer caso Bahamonde diferencia tres actitudes:
colaboración eficaz, neutralidad pasiva y complicidad activa, que en su conjunto
acabaron con el gobierno de Negrín. En ellas participaron militares de los
distintos niveles jerárquicos, destacando varios jefes militares relevantes, como
los generales José Miaja, Manuel Matallana, Leopoldo Menéndez o Antonio
Escobar. En el segundo caso se encontraban diversos sectores y personalidades
del caballerismo -como Wenceslao Carrillo-, el reformismo socialista -como
Julián Besteiro- y el mundo libertario, en este último caso con Cipriano Mera
como figura decisiva en la concreción militar.
Un aspecto que está siempre presente en el libro es el papel jugado por el partido comunista y el uso que se hizo de su influencia para justificar la conjura contra el gobierno de Negrín. De entrada Bahamonde considera que hubo una sobrevaloración de la influencia de ese partido y, en mayor medida, de su presencia en el ejército. El que jugara un papel importante en el fracaso del golpe militar de 1936 y en la organización del ejército popular no significaba que su influencia tuviera la dimensión que se creyó y menos que estuviera preparando un golpe militar. En todo caso su presencia en puestos de mando en numerosas unidades se debía más a sus méritos. Bahamonde diferencia entre los militares comunistas los fuertemente ideologizados, en su mayoría de extracción popular y provenientes de las milicias, de aquellos que se adhirieron al partido por razones prácticas, a los que denomina neocomunistas. Fue en los primeros, junto con algunos cuadros del partido, sobre los que recayó el peso de la organización del contragolpe, mientras que en los segundos hubo muchos casos de comportamientos entre dudosos y condescendientes, como el del coronel Barceló.
Un aspecto que está siempre presente en el libro es el papel jugado por el partido comunista y el uso que se hizo de su influencia para justificar la conjura contra el gobierno de Negrín. De entrada Bahamonde considera que hubo una sobrevaloración de la influencia de ese partido y, en mayor medida, de su presencia en el ejército. El que jugara un papel importante en el fracaso del golpe militar de 1936 y en la organización del ejército popular no significaba que su influencia tuviera la dimensión que se creyó y menos que estuviera preparando un golpe militar. En todo caso su presencia en puestos de mando en numerosas unidades se debía más a sus méritos. Bahamonde diferencia entre los militares comunistas los fuertemente ideologizados, en su mayoría de extracción popular y provenientes de las milicias, de aquellos que se adhirieron al partido por razones prácticas, a los que denomina neocomunistas. Fue en los primeros, junto con algunos cuadros del partido, sobre los que recayó el peso de la organización del contragolpe, mientras que en los segundos hubo muchos casos de comportamientos entre dudosos y condescendientes, como el del coronel Barceló.
El
anticomunismo de Casado y numerosos militares, además de ideológico, obedecía a
una justificación de su comportamiento. Partía de la consideración de que los
militares eran por definición patriotas, pero en los dos bandos habían sido
manipulados por potencias extranjeras, siendo el partido comunista la expresión
de la influencia de la URSS
en el suyo. Y precisamente el golpe de Casado lo que hace es prestar a Franco
el ingrediente que le faltaba para legitimarse moralmente.
Aunque
la clemencia de Franco nunca existió, pese a las promesas vagas que dio en sus Concesiones, sí hubo un trato
diferenciado, más favorable penalmente,
con los militares profesionales que participaron en el golpe, con penas más
reducidas e indultos rápidos. A Casado Bahamonde lo califica de soberbio y
desleal, huyendo de tratarlo como ingenuo, pese a que fue utilizado por Franco
y su gente. En ningún caso lo deja en buen lugar. Franco forzó su exilio, junto
a una decena de mandos, en una especie de “Roma no paga a traidores”.