Hace unos meses leí la novela Tres días del 33, cuyo autor es Ramón Pérez Montero. Algunos pormenores de su contenido los traté en la entrada que en marzo le dediqué al acto de presentación del libro en Zahara de los Atunes. Y en la espera de que se haga lo propio en Barbate -en este caso con el honor que supone que sea yo mismo quien presente al autor y su obra-, he aprovechado para leer una segunda novela suya: Eras la noche (Libros de la Herida, 2020).
Su lectura me ha permitido entender en parte la estructura narrativa de la primera novela, con una permanente sucesión de saltos temporales (1933, 1939, 1945, 1946, 1948, 1949, 1965...) que en nada hacen perder el hilo de su contenido. También, entender un estilo en el que la prosa está contaminada de lo poético. Y, así mismo, hacer lo propio en el experimento de entablar un diálogo entre la historia y la ficción.
Sus protagonistas, los guerrilleros que actuaron en las sierras de colindantes de Cádiz y Málaga cuando, finalizada en 1939 la Guerra Española, se vieron en el trance de resistir con sus escasas fuerzas al fascismo victorioso. Y de una manera particular, la parida de los montes gaditanos, con el entorno de Medina Sidonia como escenario principal.
Estamos ante personajes que reales, cuyos nombres conocemos y que han sido rescatados en parte parte recordarlos y en parte para reflexionar sobre sus vivencias. En el eje de la narración está la traición de uno de esos guerrilleros: la del asidonense Francisco Fernández Cornejo, "Largo Mayo", que es renombrado en la novela como Largomayo, contra sus compañeros, entre los que destaca la figura de Bernabé López Calle, el "Comandante Abril". Y en la vorágine de esos saltos en el tiempo se van desgranando las historias personales de quienes vivieron y actuaron en el monte a lo largo de los años 40, las aspiraciones que tenían, las contradicciones existentes, las dudas de algunos de ellos, las dificultades con las que se fueron encontrando...
El sentido del título nos lo indica el autor en dos pasajes de la novela, rememorando los encuentros furtivos entre Largomayo y su mujer. En el primero se cuenta de esta manera:
"Habían estado muchas veces acurrucados los dos en mitad de la noche fría, cuando el agua resbalaba sobre los lavaderos verdinosos de los tejados. Rebujados en el temor compartido de que aquello no fuera a ser verdad. O que quizás siendo verdad tuvieran que sentirlo como un sueño: ''Tú eres para mí la noche, Francisco'" (p. 64).
Con el Capitán Abril y Largomayo estamos ante el héroe y el antihéroe; el idealista y el desesperanzado; el que mantiene el ideal como un horizonte del que no hay que apartarse y el que, falto de ese ideal desde el principio, acaba por sucumbir a costa de la delación... Una historia en la que están presentes, en cierta medida, Quijote y Sancho, y, quizás en mayor medida, Jesús de Nazaret y Judas Iscariote.
Consumado la traición, previo pacto para ser exonerado de cualquier delito que hubiera cometido, dos de los guerrilleros de la partida mueren en el acto, siendo uno de ellos el Comandante Abril. Los otros cuatro, aun cuando logran huir, acaban sucumbiendo también a la muerte, salvo uno, del que se cree que pasó a Portugal. Largomayo, empero, hubo de sufrir un castigo de otro tipo:
"Con solo haber cogido la hijuela de los Santos habría sido lo bastante como para llegar a las puertas del cementerio por el camino más corto, sin necesidad de atravesar las calles del pueblo. Pero los dos tenientes pensaron en subir por la Calzada, con la única intención de que todo el mundo nos viera, a ellos cubiertos de gloria, a mí embarrado en mi vergüenza" (p. 335).