Es
hora
de
comenzar la historia de Lenin.
Pero
no
porque
el dolor ya no exista.
Es
hora
porque
de una angustia cortante
ha
devenido un dolor claro y consciente.
¡Hora
es
de
echar de nuevo al viento
las
consignas de Lenin!
¿Acaso
seremos nosotros
los
que llenaremos los charcos de llanto?
Lenin
hoy
está más vivo
que
todos los vivos que andan por la tierra.
Es
nuestro saber,
nuestra
fuerza y nuestra arma.
El
hombre es una barca
aunque
esté en dique seco.
Vivirás
tu breve tiempo
y
muchos y variados caracoles sucios
se
pegarán a tus costados.
Luego,
atravesando la tormenta enfurecida,
te
detendrás cerca del sol,
quitando
las algas,
baba verdosa,
y
la baba rosada de las medusas.
Yo
me
limpio con la luz de Lenin.
para
seguir adelante con la revolución.
Le
tengo miedo a estas mil estrofas
como
un chiquillo
teme la falsedad.
Temo
que las aureolas oculten
la
auténtica,
sabia,
humana,
enorme
frente de Lenin.
Temo
que las procesiones,
el
mausoleo
y los homenajes,
reemplacen
la sencillez de Lenin.
Tiemblo
por él
como
por mis propias pupilas,
temiendo
que profanen su belleza
con
cromos de colorines.
Hoy
vota mi corazón:
yo
debo escribir
por
mandato del deber.
Moscú
entera
es tierra helada,
tierra
estremecida.
Sobre
las hogueras encendidas
está
la noche escarchada.
¿Qué
ha hecho?
¿Quién es?
¿Y de
dónde viene?
¿Por
qué le prodigan tanto honor?
Palabra
tras palabra
trato
de arrancar de la memoria.
¡Qué
pobre es el taller de las palabras!
¿Dónde
encontraré aquélla,
la que merezca un lugar en
este poema?
Todos
tenemos siete días a la semana
y
veinticuatro horas al día.
No
podemos
alargar nuestra existencia.
La
muerte
no sabe perdonar.
Si
nuestro reloj
anda
mal,
si
el calendario
no alcanza a medir una
vida,
nosotros
decimos
“época”,
nosotros
decimos
“era”.
Nosotros
dormimos de noche
y
de día realizamos nuestros actos.
Si
nos place beber agua,
el
agua es nuestra,
y nuestra copa.
Mas
si él
pudo por todos nosotros
dirigir
la corriente de los sucesos,
nosotros
lo llamamos
“profeta”,
nosotros
lo llamamos
“genio”.
Nosotros
no tenemos pretensiones.
Si
no nos llaman,
no nos metemos.
Gustamos
a nuestra mujer
y
eso basta
para tenernos contentos.
Si
el hombre
está hecho de buena pasta
le
decimos
“qué bien plantado”,
o
asombrados,
“qué don de Dios”.
Así
diremos,
aunque
no sea ni tonto ni inteligente el decirlo.
Las
palabras surgen o se esfuman
como el humo.
Poco
queda por hacer por ellas.
¿Pero
acaso
a
Lenin se le puede medir
con esa
medida común?
Con
los ojos
todos veían
y cada uno veía
que
él era
la nueva “era”,
y
la “era” entraba porla puerta,
sin
alcanzar el dintel.
Es
posible
que
de Lenin también se diga:
«Fue
jefe por la gracia de Dios».
Si
Lenin fuese como un rey,
o como un Dios,
de
ira,
sin poder contenerme,
me
enfrentaría a la procesión
ante
la multitud en homenaje.
Pero
son firmes
los
pasos de Dserzhinski
llevando el
ataúd.
Hoy
no hace falta que la CHECA
permanezca
en su puesto.
De
millones de ojos,
y también de los
dos míos,
caen
por nuestras mejillas lágrimas heladas.
¡No!
Hoy
se hiela nuestro corazón
de auténtico dolor.
Hoy
enterramos
al más terrenal
de
todos los hombres
que pasaron por
la tierra.
Terrenal,
pero
no de aquellos
que miran sólo por
su macuto.
Él
abrazó toda la tierra,
él
vio lo que el tiempo encierra,
él
es como usted
y como yo
exactamente
igual.
Tal
vez,
Únicamente,
junto a los ojos
el
mucho pensar
haya hecho más pliegues
en su piel,
y
tal vez
sean más burlones y más firmes sus
finos labios.
No
llegó él,
con la dureza de los sátrapas,
montado
en una carroza triunfal,
aplastándolo
todo a su paso vencedor.
Él
fue indulgente con el camarada,
con
ternura humana.
Él,
ante el enemigo,
se volvía duro como
el acero.
No
le eran extrañas
las debilidades
humanas.
Y,
como nosotros,
sufrió enfermedades.
A
mí
el billar
me afirma la mirada.
A
él
el ajedrez
le era de mayor utilidad.
Y
pasando del ajedrez
al enemigo vivo,
promoviendo
a primera fila
los peones de ayer,
afirmaba
la dictadura obrera
y
humana
contra
la carcelera torre del capital.
Yo
daría mi vida
transido de admiración
por
un solo suspiro de su pecho.
¡Y no
sólo yo!
¿Acaso
yo
valgo
más que vosotros?
¿Quién
de nosotros,
del campo
o la
ciudad,
no
daría el paso
hacia adelante,
sin
ser llamados,
apenas mediante un
gesto,
para
entregar por él nuestra vida?
Normalmente,
aun habiendo bebido una copa
de más,
instintivamente
me cuido
al paso de
los tranvías.
Pero
ahora
¿quién lloraría mi muerte
pequeñita
entre
el luto de esta muerte inmensa?
Ondean
las banderas
y
parece que Rusia
se ha vuelto nómada
de nuevo.
La
Sala de las Columnas (2)
se estremece
atravesada.
¿Por
qué?
¿Para qué?
¿Qué ocurre?
El
telégrafo ya está ronco
de tanto
grito enlutado.
Lágrimas
de nieve
caen de los ojos
enrojecidos.
¿Qué
ha hecho él?
¿Quién es él
éste,
el más humano
de los hombres?
La
breve vida
de Uliánov
la
conocemos
hasta
en los más mínimos detalles.
Pero
la larga vida
del camarada Lenin
debemos
escribirla
y describirla
nuevamente.
Hace
tiempo,
hace unos doscientos años,
comienzan
las primeras noticias de Lenin.
¿Oís,
atravesando los siglos
la voz férrea,
la
voz del abuelo,
del primer fogonero,
Bromey y Goujon?
Su
majestad
el capital,
aún sin coronar,
declaraba
sometida
la fuerza campesina.
Pero
no habían escuchado cómo hablaba Lenin
y
lo sabían todo.
Yo
escuché
el relato
de un campesino
siberiano,
cómo
repartieron
la tierra y las aldeas
y la defendieron con fusiles.
No
habían leído
ni escuchado a Lenin,
pero
eran leninistas.
Yo
he visto las sierras
en las que no
crecía ni la hierba.
Sólo
las nubes
sobre la montaña
caían
por la tarde.
Y
en el pecho
del único serrano
entre
sus harapos,
brillaba
la escarapela leninista.
Dirán
que es cosa de adorno.
Las
señoritas
también se ponen adornos en
el ojal.
Pero
esa insignia,
prendida
en la ropa hasta quemar la tela,
brillaba
sobre su corazón,
lleno de
amor a Lenin.
Esto
no podrá explicarlo
la iglesia
eslava.
No
fue Dios
quien ordenó:
“Tú eres el
elegido”.
Con
paso humano,
con manos obreras,
con
su propia cabeza,
atravesó ese
camino.
…..
Y los relojes
recuerdan
las ciudades y las cárceles.
Yo
les recordaré de nuevo
el camino
pasado
a
vuelo de pájaro.
¿Quién
de ustedes
no ha arañado
o
no ha mordido las rejas de la cárcel?
Era
como para romperse la frente
contra
los muros de piedra.
Cuando
salía un preso,
limpiaban
la celda.
“Ha
sido breve tu camino,
pero
es grande el honor de servir
para
el bien de tu tierra amada” (2).
A
Lenin le gustó
estando en el destierro
la
fuerza de esta canción fúnebre.
Decían
que el campesino
iría
por su camino.
Construiría
un socialismo
simple y
verdadero.
No,
Rusia se ha vuelto severa.
De
tanta chimenea
a
la ciudad
le creció una barba de humo.
No
pedirán el favor
de entrar en el
paraíso.
Por
encima del cadáver de la burguesía
darán
un paso adelante hacia el comunismo.
El
proletariado es el conductor
de
cien millones de campesinos
y
Lenin es el líder
de los proletariados
unidos.
Los
liberales prometen
y los
socialrevolucionarios están impacientes,
deseosos
de castigar al obrero.
Lenin
los pone al desnudo
para
ver
la hilacha que llevan,
los
de la nobleza
se visten con frases de
izquierda.
No
es tiempo
para conversaciones fatuas
sobre
la libertad
y eso de que todos somos
hermanos.
Ya
estamos armados
con el arsenal
marxista
de
este Partido Bolchevique
único en
el mundo.
Acaba
de cruzar Europa
en un tren expreso,
se
acerca
y ante los ojos crece.
Ponen
P. C. R. (3)
y entre paréntesis una
pequeña “b” (4).
Ahora
buscan hasta en Marte
los
del observatorio de Púlkovo (5),
revisando
las reservas siderales.
Pero
para el mundo
es
cien veces más roja
esa letra
grandiosa,
luminosa,
que
la estrella Marte.
Las
palabras entre nosotros,
hasta
las más importantes,
de
tanto uso,
cuelgan gastadas
como
los trajes.
Quiero
obligar a que brille de nuevo
la
solemne palabra
Partido.
El
individuo, solo,
¿a quién hace falta?
La
voz del individuo
es más fina que un
chillido.
¿Quién
la oirá?
Tal vez su esposa.
y
no siempre,
siempre que esté cerca y no en el mercado.
El
Partido
es un huracán
de
voces
finas y gruesas
estrechamente
unidas.
Pueden
hacer
quebrar
la fortaleza enemiga,
como
estallan los tímpanos
por
una descarga del cañón enemigo.
El
hombre está mal
cuando está solo.
Desdichado
es
y no es combatiente.
Cualquiera
se atreve
a mandarle.
Y
aun siendo dos.
Pero
si está en el Partido,
aun siendo
pequeño,
contra
él se entregará el enemigo.
El
Partido
es una mano millonaria,
cerrada
en un enorme puño.
El
individuo,
solo,
no es nada.
El
individuo,
solo,
aun siendo fundamental
no
podrá levantar por sí mismo
una
viga de cinco metros.
Y
menos una casa de cinco plantas.
El
Partido
son millones de hombres
estrechamente unidos.
El
Partido
levantará la vida hasta el cielo,
elevando
a todos
y a cada uno.
El
Partido
es la espina dorsal de la clase
obrera.
El
Partido
es la inmortalidad de nuestra
causa.
El
Partido
es lo único que jamás me
traicionará.
De
la clase,
el cerebro.
De
la clase,
la fuerza.
De
la clase,
la gloria.
Eso
es el Partido.
El
Partido y Lenin
son hermanos gemelos.
¿A
quién prefiere la historia?
Cuando
decimos
Lenin,
entendemos
Partido.
Cuando
decimos
Partido,
entendemos
Lenin.
Todavía
se apilan
montones de cabezas
coronadas
y
los burgueses revolotean
negros
como los cuervos en invierno.
Pero
el ardor
de la lava obrera
sube
de la tierra
por los cráteres del
Partido.
El
9 de enero
fue el fin
de
los fieles al cura Gapón (6).
Caímos
barridos
por el plomo del zar
y
la esperanza en su limosna
acabó
con la matanza de Mukdén (7)
y
la derrota de Tsjusima (8).
¡Basta
ya!
No creemos
en las peticiones ajenas.
Solos
se levantaron
los del barrio de
Présnaia (8).
Parecía
que muy pronto
acabarían con
el trono,
parecía
que el sillón de la burguesía
pronto
también estallaría.
Illich
Lenin estaba en su puesto,
día
tras día,
organizando
a los obreros
en el año
1905.
…..
A
la nueva República de los Soviets
no
le asusta
ningún gran esfuerzo,
avanzamos
con la locomotora del tiempo
y del trabajo.
Pero,
de pronto.
una noticia del peso de
una tonelada:
Anuncian
la muerte de Lenin:
Vladimir
Illich Uliánov.
Si
expusieran en un museo
a un
bolchevique llorando,
todo
el día irían a verlo numerosos papanatas.
Y
no es para menos.
Eso
no se verá en los siglos.
Cuando
en nuestras espaldas
los
coroneles blancos
marcaban
a fuego
en nuestra piel
la
estrella de cinco puntas,
cuando
nos enterraban vivos
hasta
la cabeza
los bandidos de Mámontov,
cuando
en las locomotoras
los
japoneses nos echaban,
en
vez de leña,
y
nos llenaban la boca de plomo y acero,
y
nos gritaban
“entregaos”,
de
nuestras gargantas ardientes
sólo
salían tres palabras:
“¡Viva el Comunismo!”.
Y
estas filas de acero,
estos hombres de
hierro,
eran
los que marchaban
el 22 de enero
hacia
el edificio enlutado
del Congreso
de los Soviets.
Se
colocaban,
sonreían levemente,
discutían
los problemas del día.
Ya
es hora.
¿Por qué no empiezan?
¿Por
qué
está casi vacía la presidencia?
¿Por
qué
todos los ojos
están más rojos
que los palcos?
¿Por
qué Kalinin
apenas se tiene en pie?
¿Acaso
ha sucedido una desgracia?
¿Cuál?
¡No puede ser!
¿Qué
le ha ocurrido a él?
¡No!
¿Será
posible?
El
techo parecía bajar como las alas de un cuervo.
Bajamos
las cabezas,
y luego las
bajamos más aún.
De
pronto temblaron todas las bujías del gran teatro,
y nos quedamos casi a oscuras.
Sonó
la campanilla,
ya innecesaria,
de
la presidencia.
Kalinin,
dominándose,
se puso en pie.
No
podía contener las lágrimas.
Lo
delataban,
brillaban en sus bigotes y en
su barbilla.
Los
pensamientos se confundían
y
la sangre golpeaba en las sienes,
en las venas.
“¡Ayer,
a las seis horas cincuenta minutos,
murió
el camarada Lenin”.
Ese
año vio
lo que no han visto cien.
Ese
día
entrará en los siglos
como
recuerdo de las angustias del pasado.
El
horror hasta parecía arrancar del propio hierro un gemido.
Corrió
el llanto entre las filas bolcheviques.
¡Qué
horrible pena!
Algunos
se marcharon agarrándose a los brazos de otros.
Otros
apenas podían caminar, cargados con tanta pena.
Todos
querían saber
¿cuándo y cómo,
por qué ese misterio?
Por
las callejuelas y las avenidas
flotaba
el catafalco
sobre un mar de
cabezas
en dirección al Gran Teatro (9).
En
la vida
la alegría avanza
lentamente, como un caracol.
El
dolor
corre locamente,
veloz.
Hasta
el sol
y la nieve,
todo,
hasta la escarcha parecía estar de luto.
Para
el hombre del taller
la noticia fue
como un disparo,
un impacto en el cerebro.
Vasos
de lágrimas
parecían derramar
en
los bancos del trabajo.
Y
los campesinos,
que
tanto vieron en su larga vida
y
más de una vez
miraron cara a cara a
la muerte,
escondían
su rostro entre las manos,
ocultándolo de sus mujeres,
pero
los denunciaba
el puño sucio de
tierra y lágrimas.
Hay
gente de piedra
y hasta ellos
se
mordieron los labios hasta sangrar.
Los
niños
se ponían serios como viejos,
y
como niños
lloraban los ancianos
canosos.
El
viento de toda la tierra
aullaba de
insomnio.
Y
no podían dejar de comprender
que
en ese ataúd,
en esa helada sala de
Moscú,
estaba
el hijo
y el padre de la revolución.
Ha
llegado el fin,
el fin,
el fin.
Ya
no hay nada que hacer,
pues bajo
el cristal está él…
Es
a él
a quien llevan
desde la Paveléski (10),
por
la ciudad
que él
tomó a los señores.
La
calle,
como una herida,
sufre,
gime.
Aquí
cada piedra
conocía a Lenin.
Por
aquí
transcurrieron
los primeros
combates de Octubre.
Aquí,
todo,
lo que cada bandera levanta,
ha
sido pensado por él
y por él
ordenado.
Aquí
cada torre
escuchó a Lenin
y
todas irían por él
al fuego y al humo.
Aquí
cada obrero conoció a Lenin,
y
con ramas de pino
le cubrió el
camino.
Él
los
condujo al combate
y profetizó
la victoria,
y
por fin
y por primera vez
el
proletario es el dueño de todo.
Aquí
cada campesino
grabó en su corazón
el nombre de Lenin
con
más amor que a los santos.
Ordenó
que se llamase a la tierra “nuestra”,
la
tierra donde vivieron nuestros abuelos,
donde
soñaron
y por la que lucharon,
y en la que ya descansan.
Los
Comuneros,
bajo la Plaza Roja,
parecían
murmurar:
“¡Amado,
querido!
No
queremos otro destino
mejor
que
dar por ti
cien veces nuestra vida”.
Ahora
es cuando hace falta alguien que haga milagros,
y
pregunte:
¿quién quiere morir
para
que él se levante?
El
dique de la calle
abriría
sus compuertas
de par en par
y
con canciones
se arrojaría la gente
a la muerte.
Pero
no hay milagros
y no hay por qué
soñarlos.
Está
Lenin
en el ataúd
y nuestros hombres
encogidos.
Era
un hombre
humano hasta el fin
y
sufría
con angustia humana.
Nunca
en los siglos
mares y océanos
llevaron
una carga tan liviana
como
su rojo ataúd,
que
va flotando
sobre las espaldas del llanto y la música,
marchando
a la Casa Central de los Sindicatos.
Estaba
en la guardia de honor
la
vieja severa guardia
de temple
leninista.
La
gente
continúa la marcha
por
caminos y calles,
a
lo largo de la avenida Tverskáia,
caracoleando
por la calle Dimítrovka.
En
el año diecisiete,
a veces,
las
muchachas
no
querían pararse
en las colas del pan:
-comeremos mañana.
Pero
en esa noche,
fría y terrible,
formaban
fila
niños y enfermos.
Aldeas
enteras
Iban
junto a las ciudades.
Sonaba
el dolor varonil
y otras veces el
llanto infantil.
El
mundo del trabajo
pasó desfilando
por la tierra,
resumen
vivo
de la vida múltiple de Lenin.
Un
sol amarillo,
oblicuo y acharolado,
sale
y arroja
a los pies sus rayos.
Y
como si fuera llorando
por una
esperanza perdida,
inclinados
de dolor,
pasan los chinos.
Subían
las noches
sobre las espaldas del
día,
confundiendo
horas,
confundiendo
fechas,
como
si no fuera de noche
y en la
noche no hubiera estrellas,
como
si lloraran por Lenin
todos los
negros de Norteamérica.
Una
escarcha inaudita
quemaba las
suelas.
Nadie
se atrevía
a hacer ruido,
a golpear las manos
para quitarse el frío.
La
helada mordía
para
probar el temple
de los que lo
querían.
El
frío se metía
y marchaba
con
nosotros en las columnas.
Las
plantas de los pies,
frías,
se
endurecían, crecían,
como
si fuesen arrecifes de coral.
Pero,
de pronto,
se detienen las canciones
y hasta la respiración.
Es
terrible avanzar,
dar un paso más,
y
parecen un abismo,
un abismo sin fondo,
los
cuatro escalones
para bajar a la
sala mortuoria.
Un
abismo
pasado
desde la esclavitud de
cien generaciones,
que
sólo conoce
la única razón aplastante
del oro sonoro.
Un
abismo y su borde,
el ataúd de
Lenin,
y
a lo lejos,
la Comuna en todo su horizonte.
¿Qué
vemos?
Sólo su frente
y
a Nadiezda Constantínova (11)
envuelta en la
niebla.
Tal
vez
con los ojos sin llanto
podría
ver mejor.
Pero
así estaban mis ojos
y los ojos
de todos.
Banderas
de seda
se inclinan
flotando,
rindiéndole
su último homenaje.
“Adiós,
camarada,
honradamente has
terminado
tu
camino audaz,
noble y glorioso” (12).
Miedo,
cierra los ojos,
y no mires
como
si caminaras
sobre un alambre
tendido en el aire.
Y
parece
como si minuto tras minuto
te
hubieras quedado
solo,
con una
verdad enorme.
Me
siento feliz
al sentir
que, bajo una
marcha sonora,
flota
mi cuerpo,
sin
peso,
como
por el agua.
Yo
sé,
desde hoy,
que este
mismo instante
quedará grabado en mí para siempre.
Me
siento feliz
de ser
un átomo de esa
fuerza,
y
sé que hasta las lágrimas de mis ojos
pertenecen
a ese dolor común.
Es
imposible
confesarse
con más pureza y
fuerza,
ante
este gran sentimiento
en nombre
de la clase obrera.
Las
banderas,
de nuevo,
inclinan sus alas
para
levantarse nuevamente
mañana
en los próximos combates.
“Nosotros
mismos, querido,
hemos
cerrado tus ojos de águila” (13).
Con
tal de no caer,
nos apretamos hombro
con hombro.
Enlutadas
de negro las banderas
y
enrojecidos los párpados,
íbamos
acortando el paso
para
despedirnos de Vladimir Illich,
aproximándonos
al ataúd.
La
ceremonia seguía su curso,
se hacían discursos,
hablaban
y bueno…
Pero
el dolor tiene un plazo corto de minutos.
¿Acaso
se puede abarcar
lo
inabarcable?
Pasan
y miran con miedo
el
círculo negro,
cubierto de nieve.
¡Cómo
saltan
locas
las
agujas
del reloj de la torre del Kremlin!
De
pronto
saltó y se detuvo
en el
último cuarto de hora.
¡Morid
un instante
ante este suceso!
¡Deteneos,
movimiento y vida!
¡Los
que levantasteis el martillo,
permaneced
así por un instante! (14).
¡Tierra,
detente,
acuéstate y quédate quieta!
¡Silencio!
Su gran camino ha terminado.
Disparaban
los cañones,
tal vez millones,
y,
sin embargo,
las salvas de artillería parecían
más débiles
que
monedas sonando
en el bolsillo de
un mendigo.
Abro
los ojos,
dolorido
hasta no poder más.
Estoy
de pie,
helado,
inmóvil,
casi sin respirar,
y
veo
ante
mí,
por encima del mundo,
su
ataúd inmóvil y mudo,
envuelto
en banderas,
en
medio de la tierra oscura.
Y
ante su ataúd,
nosotros,
representantes
del género humano,
sabemos
que
multiplicaremos en tempestades de revoluciones,
en
grandes obras y poemas,
lo que
hoy presenciamos.
Pero
de pronto,
a lo lejos,
desde el fondo
purpúreo de banderas,
desde el silencio de la
/ guardia de turno,
sonó
una voz
en la noche helada:
-¡De
frente, marchen…!
Esa
orden
no era necesaria.
Respirando
más hondo,
moviendo
con esfuerzo nuestros cuerpos,
con
paso más pequeño,
abandonamos la
plaza.
Nuevamente
ondean las banderas
alzadas
por manos firmes
sobre
nuestras cabezas.
Marcando
el paso del diluvio,
ampliando el horizonte,
se
propaga
su idea por el mundo.
Un
pensamiento común
unifica a
todos vibrando,
a
obreros,
campesinos,
soldados,
marinos:
-Será
más difícil
para la República
sin
Lenin.
Hay
que reemplazarlo.
Pero ¿por quién?
¿Y cómo?
Basta
de
andar tirado
sobre colchones de pluma.
-Camarada
secretario:
aquí tienes
la lista.
Queremos
inscribirnos
en la
célula del Partido,
todos
juntos,
toda la fábrica.
Miran
los burgueses
con ojitos
espantados
al enterarse de esa marcha colectiva,
tiemblan.
Cuatrocientos
mil obreros
de las fábricas
formaron
la
primera promoción
del
homenaje a Lenin
-Camarada
secretario,
toma el lápiz…
Queremos
reemplazarle…
debemos,
queremos…
Yo
estoy viejo,
dijo uno,
apuntad a mi
nieto,
trabaja
firme,
entrará en la Juventud Comunista.
Y
la escuadra levanta sus anclas,
ya
es tiempo de surcar los mares.
“Por
el mar,
por el mar,
hoy
aquí,
mañana allá” (15).
¡Sol,
más alto!
Serán testigos
de
cómo pronto se borrarán
las
arrugas del luto.
Junto
a los adultos,
dan un paso adelante
los niños:
¡Tra-ta-ta-tá!
¡Tra-ta-ta-tá!
“Uno,
dos,
tres
somos
los pioneros,
a
los facciosos no tememos,
iremos a
luchar» (16).
En
vano Europa
nos amenaza con su puño.
Los
tapamos con nuestra tormenta.
¡Atrás!
¡Ni se atrevan!
Hasta
la propia muerte de Lenin
devino
en una fuerza poderosa,
organizada,
comunista.
Por
encima de las torres
un bosque
fragoroso
de
millones de brazos
se
alza como banderas clamorosas
en la Plaza Roja.
De
cada pliegue,
de cada bandera,
salen
de nuevo clamando
las palabras
de Lenin:
-¡Proletarios,
preparaos para la lucha
final!
¡Esclavos,
enderezad vuestras rodillas y espaldas!
¡Ejércitos
del trabajo,
en pie!
¡Viva
la revolución
alegre y cercana!
¡Ésta
es
la única
gran guerra
de todas
las
que conoció la historia!
Notas
(1) La Sala Blanca de las Columnas era la sala de bailes de la nobleza zarista.
(2) Marcha revolucionaria favorita de Lenin; conocida como "La Varsoviana", se canta como "A las barricadas".
(3) Sigla de Partido Comunista Ruso.
(4) Bolchevique
(5) Púlkovo era el observatorio ruso de mayores dimensiones.
(6) Pope de la Iglesia Ortodoxa, partidario de la conciliación de clases sociales; la manifestación que convocó en la plaza del Palacio de Ivierno acabó con una matanza.
(7) y (8 ) Batallas de la guerra ruso-japonesa de 1904-05, que acabaron en derrotas del ejército ruso.
(9) El barrio de Présnaia fue primero en rebelarse en la revolución de 1905.
(10) Lenin murió en las afueras de Moscú, siendo llevado en tren hasta la estación de Paveléski y después hasta la Sala de las Columnas, en la sede de los Sindicatos.
(11) Nadiedna Constantinovna Krúpskaia era la esposa de Lenin y ocupa el cargo de vicecomisaria del pueblo para la Instrucción Pública.
(12) Estrofa de la marcha "La Varsoviana".
(13) Idem.
(14) En el momento del entierro de Lenin se suspendieron todas actividades.
(15) Estrofa de una canción de los marinos.
(16) Canción de los pioneros; quizás pueda referirse a la canción "Despedida de komsomoles".
(Imágenes: "Lenin", situado en un jardín anexo al monasterio de Serguei Posad; y "Maiakovski", de Aleksander Kibalnikov, en la plaza del Triunfo de Moscú).
(Imágenes: "Lenin", situado en un jardín anexo al monasterio de Serguei Posad; y "Maiakovski", de Aleksander Kibalnikov, en la plaza del Triunfo de Moscú).