domingo, 3 de mayo de 2020

Ignacio Ramonet y su artículo “La pandemia y el sistema-mundo”

La edición del mes de mayo de Le Monde diplomatique en español ha publicado un extenso artículo de Ignacio Ramonet, que fue hasta pocos años director de la revista. Titulado “La pandemia y el sistema-mundo”, se ha publicado simultáneamente en otras publicaciones: Le Monde diplomatique Edición Cono Sur El Diplo (Buenos Aires), Le Monde diplomatique Edición Chilena (Santiago de Chile), NODAL (Argentina), La Jornada (México), Cubadebate (Cuba) y Mémoire des luttes (Francia).

A  lo largo del artículo Ramonet analiza con detalle los distintos aspectos que contienen la realidad de la pandemia global que estamos sufriendo. Desde los propiamente epidemiológicos y sanitarios hasta sus causas, en las que se encuentra el modelo económico dominante de capitalismo neoliberal. No debemos olvidar que las políticas implementadas por los gobiernos de las potencias occidentales y de buena parte de otros países han supuesto recortes en los gastos de salud. Como tampoco debemos perder de vista la responsabilidad de los gobiernos de esas potencias, que se han mostrado pasivos a la hora de tomar medidas ante las advertencias desde hace años por parte de la comunidad científica de una posible crisis sanitaria global. O la responsabilidad que han tenido en la tardanza para tomar medidas cuando la crisis estuvo presente. Y eso sin contar la actitud de los Trump, Johnson, Balsonaro u Orbán, y sobre los que Ramonet no le ha temblado la mano en decir: "Quizás, cuando se derrote al coronavirus, algunos responsables tendrán que rendir cuentas ante una justicia semejante al Tribunal de Nuremberg".

No se ha olvidado de otra cosas, como reconocer la labor altruista y solidaria que está desarrollando Cuba, cercada económicamente desde hace décadas por los diferentes gobiernos de EEUU, pero que ha sido capaz de haberse convertido en "una superpotencia médica  con más de 30.000 médicos y enfermeros desplegados en 66 naciones". Algo que se sigue silenciando por parte de la mayor parte de los medios de comunicación. Tampoco se ha olvidado del ejemplo dado por los gobiernos de Islandia o Nueva Zelanda. O del de  Venezuela, donde el presidente "Nicolás Maduro ha sido, en Suramérica, el líder que más pronto entendió cómo actuar drásticamente frente al patógeno" y haber posibilitado que su país sea el país menos afectado del continente.

Y nos advierte de cosas. Como que "Lo que parecía distópico y propio de dictaduras de ciencia ficción se ha vuelto ‘normal’". O no pecar de inocentes y seguir peleando, porque "los poderes dominantes, por mucho que se hayan tambaleado, se esforzarán por retomar el control".

Dada su extensión, he optado por entresacar algunos fragmentos del artículo, independientemente de que se pueda leer en su totalidad, cosa que recomiendo por ser un buen ejercicio de información, y reflexión, frente a la desinformación, cuando no expansión de noticias falsas.  


A estas alturas, ya nadie ignora que la pandemia no es sólo una crisis sanitaria. Es lo que las ciencias sociales califican de “hecho social total”, en el sentido de que convulsiona el conjunto de las relaciones sociales, y conmociona a la totalidad de los actores, de las instituciones y de los valores.

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Lo que parecía distópico y propio de dictaduras de ciencia ficción se ha vuelto ‘normal’. Se multa a la gente por salir de su casa a estirar las piernas, o por pasear su perro. Aceptamos que nuestro móvil nos vigile y nos denuncie a las autoridades. Y se está proponiendo que quien salga a la calle sin su teléfono sea sancionado y castigado con prisión.

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existe un amplio acuerdo entre los investigadores internacionales  para reconocer que este nuevo germen ha surgido del mismo modo que otros anteriormente: saltando de un animal a los seres humanos… Murciélagos, pájaros y varios mamíferos (en particular los cerdos) albergan naturalmente múltiples coronavirus. En los humanos, hay siete tipos de coronavirus conocidos que pueden infectarnos. Cuatro de ellos causan diversas variedades del resfriado común. Y otros tres, de aparición reciente, producen trastornos mucho más letales como el síndrome respiratorio agudo y grave (SARS), emergido en 2002; el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), surgido en 2012; y por último esta nueva enfermedad, la covid-19, causada por el SARS-CoV-2, cuyo primer brote se detectó, como ya dijimos, en el mercado de mariscos de Wuhan en diciembre de 2019.

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El más importante quizás de estos análisis fue presentado, en noviembre de 2008, por el National Intelligence Council (NIC), la oficina de anticipación geopolítica de la CIA, que publicó para la Casa Blanca un informe titulado “Global Trends 2025: A Transformed World”. Este documento resultaba de la puesta en común –revisada por las agencias de inteligencia de Estados Unidos– de estudios elaborados por unos dos mil quinientos expertos independientes de universidades de unos treinta y cinco países de Europa, China, la India, África, América Latina, mundo árabe-musulmán, etc.

Con insólito sentido de anticipación, el documento confidencial anunciaba, para antes de 2025, “la aparición de una enfermedad respiratoria humana nueva, altamente transmisible y virulenta para la cual no existen contramedidas adecuadas, y que se podría convertir en una pandemia global”.

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Lo que está realmente en causa es el modelo de producción que lleva decenios saqueando la naturaleza y modificando el clima. Desde hace lustros, los militantes ecologistas vienen advirtiendo que la destrucción humana de la biodiversidad está creando las condiciones objetivas para que nuevos virus y nuevas enfermedades aparezcan: “La deforestación, la apertura de nuevas carreteras, la minería y la caza son actividades implicadas en el desencadenamiento de diferentes epidemias –explica, por ejemplo, Alex Richter-Boix, doctor en biología y especialista en cambio climático– Diversos virus y otros patógenos se encuentran en los animales salvajes. Cuando las actividades humanas entran en contacto con la fauna salvaje, un patógeno puede saltar e infectar animales domésticos y de ahí saltar de nuevo a los humanos; o directamente de un animal salvaje a los humanos (…) Murciélagos, primates e incluso caracoles pueden tener enfermedades que, en un momento dado, cuando alteramos sus hábitats naturales, pueden saltar a los humanos”.

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la espectacular supremacía tecnológica de la que tanto nos ufanábamos, con nuestros teléfonos inteligentes de última generación, los drones futuristas, los robots de ciencia ficción y las biotecnologías innovadoras han servido de poco, como ya lo hemos dicho, a la hora de contener el primer impacto de la marea pandémica. Para tres objetivos urgentísimos –desinfectarnos las manos, confeccionar mascarillas y frenar el avance del virus–, la humanidad ha tenido que recurrir a productos y a técnicas viejos de varios siglos atrás. Respectivamente: el jabón, descubierto por los romanos antes de nuestra era; la máquina de coser, inventada por Thomas Saint en Londres hacia 1790; y, sobre todo, la ciencia del confinamiento y del aislamiento social, afinada en Europa contra decenas de oleadas de pestes sucesivas desde el siglo V… ¡Qué lección de humildad!

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las personas mayores constituyen el grupo con mayor índice de mortalidad. Ignoramos por qué. Algunos fanáticos ultraliberales no han tardado en reclamar sin tapujos la eliminación maltusiana de los más débiles. Un vice-gobernador, en Estados Unidos, declaró: “Los abuelos deberían sacrificarse y dejarse morir para salvar la economía”. En esa misma vena aniquiladora, el analista neoliberal del canal estadounidense CNBC, Rick Santelli reclamó un ‘darwinismo sanitario’ y pidió “inocular el virus a toda la población. Eso sólo aceleraría el curso inevitable… Pero los mercados se estabilizarían”. En Holanda, donde el primer ministro ultraliberal Mark Rutte apuesta también por la “inmunidad de rebaño”, el jefe de epidemiología del Centro Médico de la Universidad de Leiden, Frits Rosendaal, declaró que “no se deben admitir en las UCI a personas demasiado viejas o demasiado débiles” .

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La pandemia también tiene sus héroes y sus mártires. Y en esta pelea, los guerreros que han subido a primera línea, a los puestos de avanzada a afrontar el letal SARS-CoV-2 han sido los médicos, las enfermeras, el personal auxiliar y otros trabajadores de la salud convertidos en protagonistas involuntarios, conquistando elogios y aplausos desde los balcones, las plazas y las calles de ciudades de todo el mundo. Casi todos ellos funcionarios públicos, para quienes la salud de la población no es una mercancía sino una necesidad básica, un derecho humano.

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Al respecto, un pequeño país, también digno de admiración, se ha distinguido por su altruismo y generosidad. Se trata de Cuba. Sitiada y bloqueada desde hace sesenta años por Estados Unidos y sometida además por Washington a brutales medidas coercitivas unilaterales, la isla fue la primera en acudir en ayuda de China cuando estalló esta pandemia. Desde entonces las autoridades cubanas no han cesado de enviar brigadas de médicos y personal sanitario a combatir la covid-19 a una veintena de países, respondiendo a las solicitaciones angustiadas de sus Gobiernos. Entre ellos tres de la rica Europa: Italia, Francia y Andorra. Estas Brigadas Internacionales de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias existen desde los años 1960.

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Los grandes medios silencian la solidaridad médica de Cuba mientras realizan una cobertura universal y permanente de la pandemia como nunca se había visto. Durante meses, sin respiro, los principales medios de todo el planeta nos han hablado de un único tema: el coronavirus. Sobreinformación a la potencia mil. Un fenómeno coral, hipermediático, de semejante envergadura global no había ocurrido jamás. Ni cuando cayó el Muro de Berlín, ni con los atentados de las torres gemelas de Nueva York…

Al mismo tiempo estamos asistiendo a una guerra feroz entre diversas facciones para imponer un relato dominante sobre esta crisis. Lo que provoca una auténtica epidemia de fake news y de posverdades. La OMS ha definido este fenómeno como infodemia, pandemia de info-falsedades.

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se cierne la perspectiva de un desastre económico sin parangón. Nunca se había visto la economía de todo el planeta frenar en seco. Los territorios más afectados –por ahora– por la covid-19 son China y Asia del este, Europa y Estados Unidos, o sea el triángulo central del desarrollo mundial. Millones de empresas, grandes y pequeñas, se hallan en crisis, cerradas, al borde de la quiebra. Varios centenares de millones de trabajadores han perdido su empleo, total o parcialmente… Como en tantas ocasiones anteriores, los asalariados peor remunerados y las pequeñas empresas pagarán el precio más alto. Quinientos millones de personas podrían ser arrastradas de nuevo a la pobreza. Esta crisis económica, de alcance planetario, no tiene precedentes y superará en profundidad y duración a la de 1929. También excede en gravedad a la crisis financiera de 2008.

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La mayoría de los Gobiernos han defraudado. Zarandeados como nunca en tiempos de paz no han sabido estar a la altura del descomunal desafío. Ni asumir una de sus principales competencias constitucionales: la responsabilidad de proteger a su población. Abundan los ejemplos (…). Johnson, [primer ministro de Reino Unido]  apostó al principio por la teoría de la “inmunidad de rebaño”, dejando que la población británica se infectase… (…) Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, [sigue] exhibiendo una actitud negacionista y califican con risitas la pandemia asesina de “gripecita sin importancia”… Quizás, cuando se derrote al coronavirus, algunos responsables tendrán que rendir cuentas ante una justicia semejante al Tribunal de Nuremberg… (…) Donald Trump (…) se ha ganado, por su pésima gestión, la distinción de “peor presidente estadounidense de todos los tiempos”. Para él y para unos cuantos más, el nuevo coronavirus ha actuado como una suerte de Principio de Peter, despojándolos de sus máscaras, dejando al desnudo su impostura y su estrepitoso nivel de incompetencia…

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“Muchos expertos consideran que Islandia y Nueva Zelanda, junto con Corea del Sur, son las naciones que mejor han enfrentado la pandemia. Pero hay que añadir el caso de Venezuela. Aunque los medios dominantes internacionales se nieguen a admitirlo, el presidente Nicolás Maduro ha sido, en Suramérica, el líder que más pronto entendió cómo actuar drásticamente frente al patógeno. Gracias a la batería de medidas (confinamiento, cierre de fronteras, pesquisaje voluntarista casa por casa, hospitalización de todos los positivos) decididas por su Gobierno –y a pesar del ilegal bloqueo económico, financiero y comercial impuesto por Estados Unidos, y de las amenazas militares –, Venezuela ha podido evitar los errores cometidos en Italia, en España o en Estados Unidos y salvar cientos de vidas. El “método Venezuela” ha resultado ser uno de los más eficaces del mundo.

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Muchos líderes autoritarios han sido lentos y torpes frente al coronavirus, decepcionaron, disimularon informaciones o mintieron: por ejemplo, Donald Trump en Estados Unidos, Viktor Orbán en Hungría, Jair Bolsonaro en Brasil, Rodrigo Duterte en Filipinas, Narendra Modi en la India, Jeanine Áñez en Bolivia, etc..

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Y un virus, por perturbador que sea, no sustituye a una revolución… No podemos pecar de inocentes. Las luchas sociales seguirán siendo indispensables. Como dice el historiador británico Neal Ascherson: “Después de la pandemia, el nuevo mundo no surgirá por arte de magia. Habrá que pelear por él”. Porque, pasado el susto, los poderes dominantes, por mucho que se hayan tambaleado, se esforzarán por retomar el control. Con mayor violencia, si cabe. Tratarán de hacernos regresar a la vieja ‘normalidad’. O sea, al Estado de las desigualdades permanentes.