No fue la única vez que lo escuché en directo. Lo hice en otras cuatro ocasiones: la primera fue en la Plaza de Toros de la Málaga, en junio de 1986, con motivo de las elecciones generales y andaluzas; la segunda, en el instituto Valcárcel de Cádiz, en junio de 1998; y las otras dos, un mismo día de mayo de 1999, coincidiendo con las elecciones municipales y europeas, en un hotel de Cádiz y en el cine municipal de Conil.
Con su dimisión Anguita había dejado atrás una larga trayectoria política. La mayor parte del tiempo, ligada al Partido Comunista de España, que con los años extendió a lo que fue Convocatoria por Andalucía, desde 1985, e Izquierda Unida, desde 1986. Se hizo famoso como alcalde de Córdoba, desde 1979, pero no sólo por ser el único comunista al frente del ayuntamiento de una capital, sino por la labor que desarrolló al frente de su equipo de gobierno y la forma decidida con la que asumió responsabilidades, incluido el episodio del golpe de estado del 23 de febrero de 1981. Tuvo como premio la mayoría absoluta que obtuvo en las elecciones de 1983, pero, como contrapartida, que pronto fue demandado para empresas más altas.
Tras el fracaso del PCE en las elecciones generales de 1982, con un Santiago Carrillo y su eurocomunismo no sólo en horas más que bajas, sino conjurando contra Gerardo Iglesias, del que pretendía que fuera su delfín, Anguita acabó presentándose como un líder sólido, capaz de salir adelante en cuantos retos se planteasen. Fue el artífice de la constitución de Convocatoria por Andalucía, producto de un proceso asambleario, abierto y unitario iniciado en 1985. Tuvo como resultado un 18% de votos en las elecciones andaluzas de 1986, el doble de los obtenidos cuatro años antes.
Pero las urgencias por lo que ocurría en el resto de los territorios le llevó a que en 1988 aceptara ser el secretario general del PCE. Desde el primer momento fue claro ante la propuesta que le hicieron y es que advirtió que tenía su propio estilo de trabajo, que además era heterodoxo. Y fue así, pese a las presiones que tuvo para que IU se convirtiera en una nueva versión del eurocomunismo y para que el PCE se disolviera. Sólo admitió la "transmigración del alma" del segundo sobre la primera, pero manteniendo la autonomía de su partido. En el fondo se pretendía por algunos sectores que IU fuese el bastón de apoyo de un gobierno socialista cada vez más debilitado (las medidas económicas neoliberales, los GAL, la corrupción...) ante una derecha en proceso de reorganización (refundación de AP en el PP, absorción del CDS y de los restos de la UCD...).
Fue el momento de lo que Alfonso Guerra llamó la casa común de la izquierda, con la intención de atraer lo que había a la izquierda de su partido. Y lo hizo con sucesivas operaciones: Carrillo y su PTE-UC, Sartorius y sus renovadores, o López Garrido junto a Almeida y su Nueva Izquierda, Ribo e Iniciativa per Catalunya, e incluso Gutiérrez y CCOO. Siempre buscando horadar una fuerza política, la de IU, que estaba en crecimiento. En las elecciones generales: 9,6%, en 1993; y 10,5%, en 1996. En las municipales: 8,5%, en 1991; y 11,9%, en 1995. En las andaluzas: 12,7%, en 1990; 19,1%, en 1994; y 14,1%, en 1996. Y en las europeas: 6,1% en 1987; y 13,5%, en 1994. Y ni lo olvidemos, pues fue tras las elecciones de 1993 cuando Felipe González expresó ese célebre "lo he entendido", esto es, pactar con la derecha catalana de CiU, olvidándose de lo que estaba creciendo por su izquierda. Lo tenía claro.
Es cierto que los resultados estuvieron por debajo de las expectativas, pero también lo es la ferocidad con que se orquestó una campaña contra Anguita e IU a través de determinados medios de comunicación, especialmente los del grupo PRISA, con el El País y la SER a la cabeza. A la par, desde los medios de la derecha, sobre todo El Mundo, se utilizó a Anguita para debilitar al PSOE. Todo ello dio como resultado una estrategia bien calculada y dirigida, pero no por ello falaz: la conocida como "pinza". De nada sirvió que se demostrase con datos que entre 1993 y 1999 PP y PSOE coincidieran en las votaciones del Congreso mucho más veces y de mayor calado que lo había hecho IU con el PP. O que lo ocurrido en Andalucía en 1994, cuando Diego Valderas ocupó la presidencia del Parlamento, no fue más que un acuerdo entre IU, PA y PP para que el PSOE no concentrara todos los puestos en las instituciones principales. No fue "pinza", sin embargo, que en 1995 el PSOE rechazara el apoyo para que IU asumiera las alcaldías de Málaga y Córdoba, que pasaron a manos del PP.
Y es que, en lo principal, PP y PSOE coincidieron. Sus gobiernos (desde 1996, el del PP) aplicaron políticas neoliberales (privatizaciones, recortes en el gasto público...) y atlantistas (guerras en Somalia y Yugoslavia, bloqueo económico a Irak...). Los dos partidos apoyaron el Tratado de Maastricht de 1993, base del modelo de instituciones y de gestión política de lo que desde ese momento se empezó a llamar Unión Europea. Ya se sabe, un club de dirigentes políticos al servicio de los poderes económicos. Se cedió soberanía en cada país, pero no para crear otra superior, federada o confederada, sino para dejarla en manos de una Comisión Europea y un Banco Central Europeo que dictan lo que hay que hacer.
Sólo IU se opuso al Tratado de Maastricht. Con decisión y con Anguita al frente, y apoyado por un equipo de asesores económicos que en su momento, con 15 años de antelación, advirtieron lo que podía ocurrir y ocurrió a partir de 2008. Pese a los poderes económicos, los grupos del bipartidismo, CiU y PNV, y -también hay que decirlo- CCOO y UGT. Sindicatos que en ese momento, con Gutiérrez y Méndez al frente, se negaron a apoyar una iniciativa legislativa popular en demanda de la semana laboral de 35 horas.
Ése fue Anguita, al que llamaban Califa Rojo, iluminado, sectario, joseantoniano, el de la "pinza", el que incidía en lo de "programa, programa, programa"... El mismo que recibía de sueldo la misma cantidad que cobraría como maestro de escuela. O que regresó a su puesto de trabajo en un instituto de la capital cordobesa. O que, ya jubilado, rechazó el privilegio económico conferido a quienes han formado parte del Congreso, quedándose con la que le correspondía como profesional de la enseñanza.
Y también el mismo que con una gran entereza, cuando supo de la muerte de su hijo -también, Julio- mientras cubría como periodista la ocupación de Irak por las tropas de EEUU y con la ayuda del Reino Unido y España, lanzó esa frase acusatoria contra los gerifaltes de la reunión de las Azores, los Bush jr., Blair y Aznar: "Malditas sean las guerras y malditos los que las hacen".
Julio Anguita, utópico y luchador, ya está entre los imprescindibles.
(Imagen: retrato de Julio Anguita, obra de Tato Cort).