domingo, 2 de septiembre de 2018

De héroes y criminales (a propósito de la muerte de John McCain)
























El otro día falleció John McCain. Los medios de comunicación del sistema lo han presentado, en contraposición a Donald Trump, como la expresión del viejo republicanismo, edulcorando una trayectoria política que venía de lejos, a lo que se unió lo vivido como piloto de guerra en Vietnam. Y es que como tal estuvo entre los tantos aviadores que se dedicaban a masacrar con napalm a la población vietnamita, y destruir sus infraestructuras y campos de cultivo. Que fuera derribado y capturado como prisionero fue motivo, tras su liberación, de su consideración como héroe por las autoridades a las que sirvió. Después no le faltó mucho tiempo para pasar al mundo de la política, desde donde se convirtió en un adalid del belicismo imperial de EEUU. Como uno de los halcones más sonados, fue siempre un firme defensor del estado de Israel, y apoyó las intervenciones militares en Nicaragua, Granada o Panamá de los años ochenta, la de varios países africanos, Yugoslavia o Irak en los noventa, y ya en el siglo actual, durante la presidencia del segundo de los Bush, en Afganistán e Irak. Fracasó en 2008 ante Barak Obama en su intento por alcanzar la presidencia, pero no por ello cesó en su vocación guerrera, instigando o apoyando las acciones llevadas a cabo por EEUU en Libia, Ucrania o Siria. Es cierto que Trump no era de su agrado, hasta el punto de repudiarlo públicamente e incluso pedirle, ante la inminencia de su muerte, que no acudiera a su entierro. Como así ha sido, al que, por cierto, ha ido la corte de grandes servidores del imperio, incluidos Clinton y Obama, con quienes coincidió en tantas aventuras imperiales. Al fin y al cabo pertenecen a la misma casta. ¿Héroe, pues? No, criminal de guerras.