Romeo se coló en la fiesta.
Julieta se sintió obnubilada al percibir su mirada.
Sus manos anacaradas
se posaron sobre las otras,
impregnadas de metal ardiente.
Al poco las bocas acabaron selladas
por el dardo de Cupido.
El fraile quiso sacralizar
lo que pretendía ser eterno,
pero la rueda del tiempo
se interpuso para lustrar el linaje.
De nada sirvió el éxtasis del brebaje,
porque la herradura de la suerte
acabó extraviándose por el camino.
La rueda siguió su camino
y acabó triturándolo todo.
Quienes quisieron amarse eternamente,
se salvaron por la leyenda hecha literatura.