Estamos en tiempo de Semana Santa. Lo que en España ha significado mucho más que unas simples festividades religiosas. Y en los momentos actuales, por lo que estamos viendo, algo que resulta más que llamativo.
El régimen franquista, como variante hispana del fascismo, tuvo en el catolicismo integrista y autoritario la dosis ideológica correspondiente para que el nacional-catolicismo tomara cuerpo. Una forma de aunar una tradición que venía de lejos con la aparente modernidad que aportaba el fascismo desde que, tras el fin de la Gran Guerra, fuera aflorando como un modelo político distinto al liberalismo decimonónico que permitiera hacer frente al peligro que ofrecían los movimientos populares que estaban desafiando al sistema capitalista.
Agotado el nacional-catolicismo del franquismo, el triunfo de la opción reformista durante la Transición permitió que prosiguiera la hegemonía del bloque dominante conformado desde el siglo XIX, que se acabó adaptando a los nuevos tiempos del europeísmo y el atlantismo.
Aunque pueda parecer que han pasado muchos años desde entonces -cuatro décadas, nada menos-, buena parte de los cimientos del nacional-catolicismo están volviendo a aflorar. El recorte de las libertades civiles, los crecientes privilegios de la Iglesia Católica, la laminación de la aconfesionalidad del Estado, la represión contra la disidencia política catalana, el reforzamiento del españolismo centralista, el clasismo judicial, los homenajes a personajes de la España negra, la revalorización de sus símbolos, la permanente humillación de las víctimas del fascismo, etc. cada vez más van formando parte del paisaje cotidiano. Todo, disfrazado de una legalidad que se califica de constitucional. Lo viejo, que se mantuvo en lo fundamental, recuperando elementos que parecían perdidos u olvidados. El resurgir de lo que fue el nacional-catolicismo.
(Imagen: https://www.eldiario.es/sociedad/politicos-van-procesiones-Semana-Santa_0_632736981.html)