He estado releyendo estos días dos libros: El libro negro del capitalismo (Tafalla/Lizarra, Txalaparta, 2002; edición original en francés de 1998), de Gilles Perrault et alii; y El libro negro del colonialismo. Siglos XVI al XXI: del exterminio al arrepentimiento (Madrid, La Esfera de los Libros, 2005; edición original en francés de 2003), dirigido por Marc Ferro. Hacerlo me ha hecho no tanto recordar aspectos olvidados como reforzar mis convicciones. Me explicaré.
Siguiendo al propio Perrault, el capitalismo es un sistema económico cuyos "crímenes son casi perfectos. Ningún rastro escrito que demuestre premeditación" (p. 9); "está en todos lados y en ninguna parte" (p. 10); y, sin embargo, con rotundidad, concluye que "es el mayor genocida de la historia (...), un asesino sin rostro ni código genético, que opera impunemente en los cinco continentes desde hace siglos" (p. 11). A lo largo de 26 capítulos, de otras tantas autorías de gente de los campos de la historia y el periodismo, se van desentrañando aspectos diferentes que nos permiten conocer mejor la figura poliédrica del sistema económico dominante.
Sería largo referirme a cada uno de ellos, porque desfilan las guerras mundiales, las guerras locales, las intervenciones extranjeras, el negocio de la fabricación de armas, las situaciones en espacios concretos, la sucesión de potencias imperialistas, la hegemonía estadounidense, la mundialización/globalización...
Se ofrecen datos de víctimas, que lo son no por millones, sino por cientos y hasta por miles de millones. Porque entre ellas no sólo hay muertes en las guerras y en las represiones (que suman no menos de 100 millones a lo largo del siglo XX), sino por el hambre, la desnutrición, las enfermedades epidémicas, la falta de asistencia médica..., esto es, por las secuelas de las políticas económicas liberales y/o neoliberales que conllevan ajustes estructurales que sólo favorecen a unas minorías y condenan a la mayoría. Éstas últimas, incontables.
Me ha llamado la atención que, siendo un libro escrito a finales del siglo XX, ya se aluda a la creciente extensión del modelo neoliberal. Si las primeras víctimas masivas lo fueron en los países del Tercer Mundo e incluso en los países del este europeo que estuvieron bajo la órbita soviética, ya en esos años se estaban sentando los pilares de lo que hoy es una realidad uniforme y consolidada en la Europa continental. Pioneros como fueron EEUU y el Reino Unido durante los gobiernos de Reagan y Thatcher, lo que se expone en el libro de lo que estaba pasando a finales del siglo XX hoy nos puede resultar una broma. Porque en el mundo rico ya estamos instalados en el mundo de la desregulación económica, la precarización laboral, la privatización de los servicios sociales, la bajada de salarios... Y en el mundo pobre las cosas están aún peor, porque, donde hubo ciertos derechos sociales, se están perdiendo, y donde no los hubo, van a peor.
Philippe Paraire concluye así su artículo "Los muertos-vivientes de la mundialización": "el alineamiento forzoso sobre las reglas del capitalismo mundializado ha matado quizás mil millones de personas en cincuenta años y ha devastado infinitamente el planeta hasta el punto de plantear el problema ecológico en términos de supervivencia" (p. 435). Han pasado dos décadas desde que se escribieron esas líneas. Con lo que ha llovido desde entonces, que cada cual saque sus conclusiones.
En cuanto al libro dirigido por Ferro, en este caso centrado en el colonialismo, su contenido no difiere en lo esencial del anterior, si bien, como diferencia, quienes han participado en su elaboración, en número de 22, pertenecen en su totalidad a diversos campos de las ciencias sociales (historia, ciencia política, antropología...). Así mismo, las algo de más 1.000 páginas la convierten en una obra de mayor dimensión, correspondiendo 30 de ellas a lo que se indica que es una breve bibliografía traducida o escrita en la lengua castellana.
Dividido en cinco partes, más una Introducción y un Epílogo, se refieren al exterminio, la trata de esclavos y esclavas y la esclavitud, las dominaciones y resistencias, las mujeres, y las representaciones y discursos del fenómeno colonial.
Ferro, autor de la "Introducción: el colonialismo, reverso de la colonización", advierte que "la colonización no se limita a estos excesos del colonialismo, pero no por ello hay que olvidar lo que les ha precedido -la violencia de la conquista, la 'pacificación'- relegándolo a su pasado remoto" (p. 18). Responde, así mismo, a la pregunta sobre la diferencia entre el imperialismo y la expansión colonial de los siglos anteriores mediante el rasgo: una "opinión pública [que] es movilizada por los agentes de la expansión" (p. 25). No se olvida de cómo, durante la segunda mitad del siglo XX, "el imperialismo se adapta a la descolonización y se perpetúa sin necesidad de controlar los territorios (p. 27). Y concluye que "en los comienzos del siglo XXI (...) constatamos que las enfermedades que causó la colonización, y que dieron lugar a nuevas figuras -neocolonialismo, globalización o mundialización acelerada, imperialismo multinacional-, se refiere a la vez a los territorios y las poblaciones antaño dominadas a las metrópolis" (p. 45).
Entre la gran cantidad de artículos, he prestado más atención, sin desmerecer los otros, a los referidos a la trata y la esclavitud, escritos por el propio Ferro, en un nivel más general, y Pap Ndiaye, sobre EEUU; y a las mujeres, cuyo único artículo ha sido escrito por Arlette Gautier. Resalta la historiadora francesa cómo la presencia colonial ya desde el primer momento afectó, desde la desestructuración de las sociedades indígenas, al papel que en muchas ellas estaban jugando las mujeres, donde mantenían un papel más relevante que el que acabaron perdiendo después (pp. 680-682). También pone de relieve el elevado componente masculino de las migraciones europeas hacia otros continentes, lo que no ha dejado de tener repercusiones negativas sobre las mujeres indígenas, víctimas de todo tipo de violencias que se ejerció sobre ellas (p. 691 y ss.). Dentro de la creación de unas "tradiciones inventadas" acerca de los pueblos colonizados, se destaca que conllevó la aparición de mitos sobre prácticas incivilizadas y de un derecho consuetudinario restrictivo para el conjunto de mujeres (p. 697 y ss.). Eso explica que pervivan unos estigmas que pueden verse "en los derechos a la tierra perdidos, en el turismo sexual que abusa de los menores" (p. 723).
Es cierto que los dos libros aparecieron después que se publicara El libro negro del comunismo. Crímenes, terror y represión (Madrid/Barcelona, Espasa Calpe/Planeta, 1998; edición original en francés de 1997), si bien no voy a entrar ahora a valorarlo. Puede que en el caso de la obra de Perrault et alii sí se haya tenido como intención dar una respuesta al mismo. No hay, en todo caso, una negación de los crímenes del comunismo, de los que se dice que "las fichas antropométricas son fáciles de establecer" (p. 8). La cosa varía algo en el coordinado por Ferro, quien manifiesta que su libro debe formar una pareja con El libro negro del comunismo como "una necesidad evidente" (p. 11). Dejo, pues, a quienes quieran hojearlos y/o leerlos que saquen sus propias conclusiones.
Siguiendo al propio Perrault, el capitalismo es un sistema económico cuyos "crímenes son casi perfectos. Ningún rastro escrito que demuestre premeditación" (p. 9); "está en todos lados y en ninguna parte" (p. 10); y, sin embargo, con rotundidad, concluye que "es el mayor genocida de la historia (...), un asesino sin rostro ni código genético, que opera impunemente en los cinco continentes desde hace siglos" (p. 11). A lo largo de 26 capítulos, de otras tantas autorías de gente de los campos de la historia y el periodismo, se van desentrañando aspectos diferentes que nos permiten conocer mejor la figura poliédrica del sistema económico dominante.
Sería largo referirme a cada uno de ellos, porque desfilan las guerras mundiales, las guerras locales, las intervenciones extranjeras, el negocio de la fabricación de armas, las situaciones en espacios concretos, la sucesión de potencias imperialistas, la hegemonía estadounidense, la mundialización/globalización...
Se ofrecen datos de víctimas, que lo son no por millones, sino por cientos y hasta por miles de millones. Porque entre ellas no sólo hay muertes en las guerras y en las represiones (que suman no menos de 100 millones a lo largo del siglo XX), sino por el hambre, la desnutrición, las enfermedades epidémicas, la falta de asistencia médica..., esto es, por las secuelas de las políticas económicas liberales y/o neoliberales que conllevan ajustes estructurales que sólo favorecen a unas minorías y condenan a la mayoría. Éstas últimas, incontables.
Me ha llamado la atención que, siendo un libro escrito a finales del siglo XX, ya se aluda a la creciente extensión del modelo neoliberal. Si las primeras víctimas masivas lo fueron en los países del Tercer Mundo e incluso en los países del este europeo que estuvieron bajo la órbita soviética, ya en esos años se estaban sentando los pilares de lo que hoy es una realidad uniforme y consolidada en la Europa continental. Pioneros como fueron EEUU y el Reino Unido durante los gobiernos de Reagan y Thatcher, lo que se expone en el libro de lo que estaba pasando a finales del siglo XX hoy nos puede resultar una broma. Porque en el mundo rico ya estamos instalados en el mundo de la desregulación económica, la precarización laboral, la privatización de los servicios sociales, la bajada de salarios... Y en el mundo pobre las cosas están aún peor, porque, donde hubo ciertos derechos sociales, se están perdiendo, y donde no los hubo, van a peor.
Philippe Paraire concluye así su artículo "Los muertos-vivientes de la mundialización": "el alineamiento forzoso sobre las reglas del capitalismo mundializado ha matado quizás mil millones de personas en cincuenta años y ha devastado infinitamente el planeta hasta el punto de plantear el problema ecológico en términos de supervivencia" (p. 435). Han pasado dos décadas desde que se escribieron esas líneas. Con lo que ha llovido desde entonces, que cada cual saque sus conclusiones.
En cuanto al libro dirigido por Ferro, en este caso centrado en el colonialismo, su contenido no difiere en lo esencial del anterior, si bien, como diferencia, quienes han participado en su elaboración, en número de 22, pertenecen en su totalidad a diversos campos de las ciencias sociales (historia, ciencia política, antropología...). Así mismo, las algo de más 1.000 páginas la convierten en una obra de mayor dimensión, correspondiendo 30 de ellas a lo que se indica que es una breve bibliografía traducida o escrita en la lengua castellana.
Dividido en cinco partes, más una Introducción y un Epílogo, se refieren al exterminio, la trata de esclavos y esclavas y la esclavitud, las dominaciones y resistencias, las mujeres, y las representaciones y discursos del fenómeno colonial.
Ferro, autor de la "Introducción: el colonialismo, reverso de la colonización", advierte que "la colonización no se limita a estos excesos del colonialismo, pero no por ello hay que olvidar lo que les ha precedido -la violencia de la conquista, la 'pacificación'- relegándolo a su pasado remoto" (p. 18). Responde, así mismo, a la pregunta sobre la diferencia entre el imperialismo y la expansión colonial de los siglos anteriores mediante el rasgo: una "opinión pública [que] es movilizada por los agentes de la expansión" (p. 25). No se olvida de cómo, durante la segunda mitad del siglo XX, "el imperialismo se adapta a la descolonización y se perpetúa sin necesidad de controlar los territorios (p. 27). Y concluye que "en los comienzos del siglo XXI (...) constatamos que las enfermedades que causó la colonización, y que dieron lugar a nuevas figuras -neocolonialismo, globalización o mundialización acelerada, imperialismo multinacional-, se refiere a la vez a los territorios y las poblaciones antaño dominadas a las metrópolis" (p. 45).
Entre la gran cantidad de artículos, he prestado más atención, sin desmerecer los otros, a los referidos a la trata y la esclavitud, escritos por el propio Ferro, en un nivel más general, y Pap Ndiaye, sobre EEUU; y a las mujeres, cuyo único artículo ha sido escrito por Arlette Gautier. Resalta la historiadora francesa cómo la presencia colonial ya desde el primer momento afectó, desde la desestructuración de las sociedades indígenas, al papel que en muchas ellas estaban jugando las mujeres, donde mantenían un papel más relevante que el que acabaron perdiendo después (pp. 680-682). También pone de relieve el elevado componente masculino de las migraciones europeas hacia otros continentes, lo que no ha dejado de tener repercusiones negativas sobre las mujeres indígenas, víctimas de todo tipo de violencias que se ejerció sobre ellas (p. 691 y ss.). Dentro de la creación de unas "tradiciones inventadas" acerca de los pueblos colonizados, se destaca que conllevó la aparición de mitos sobre prácticas incivilizadas y de un derecho consuetudinario restrictivo para el conjunto de mujeres (p. 697 y ss.). Eso explica que pervivan unos estigmas que pueden verse "en los derechos a la tierra perdidos, en el turismo sexual que abusa de los menores" (p. 723).
Es cierto que los dos libros aparecieron después que se publicara El libro negro del comunismo. Crímenes, terror y represión (Madrid/Barcelona, Espasa Calpe/Planeta, 1998; edición original en francés de 1997), si bien no voy a entrar ahora a valorarlo. Puede que en el caso de la obra de Perrault et alii sí se haya tenido como intención dar una respuesta al mismo. No hay, en todo caso, una negación de los crímenes del comunismo, de los que se dice que "las fichas antropométricas son fáciles de establecer" (p. 8). La cosa varía algo en el coordinado por Ferro, quien manifiesta que su libro debe formar una pareja con El libro negro del comunismo como "una necesidad evidente" (p. 11). Dejo, pues, a quienes quieran hojearlos y/o leerlos que saquen sus propias conclusiones.