lunes, 31 de octubre de 2022

Lula ha ganado, con la esperanza de que Brasil recupere lo perdido en los últimos cinco años


El candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Lula da Silva, ha ganado las elecciones presidenciales brasileñas. Sus 60'3 millones de votos (50'9%) han superado en 
2'1 millones (1'8 puntos) a los 58'2 millones (49'1%) que ha obtenido Jair Bolsonaro.  Una victoria que, aun apretada, no ha dejado de ser clara. Y en cierta medida, no sorprendente, después que en la primera vuelta de las elecciones  Bolsonaro cosechara más votos de los que le daban los sondeos. La participación, por su parte, se ha incrementado en unos 600.000 votantes (0'36 puntos).

Lula da Silva ha sumado en relación al pasado de octubre casi 3'1 millones de votos (2'5 puntos), mientras que su rival lo ha hecho en 7'1 millones (5'9 puntos). A la  espera de más información y sin que se tenga que dar una correlación directa entre los votos de las dos candidaturas que no lograron pasar a la segunda vuelta, puede decirse lo siguiente: los casi 5 millones de votos de la derechista Simone Tebet podrían haber pasado en buena medida a Bolsonaro; y los 3'6 millones de Ciro Gomes, de centro-izquierda, podrían haberlo sido hacia Lula. A ello habría que añadir el incremento de votantes.

El panorama político brasileño se ha aclarado en parte y, ante todo, por los grupos que van a ostentar el poder ejecutivo, ya que van a dejar de estar en manos de un presidente de extrema derecha, apoyado por una amalgama de fuerzas a cuáles más reaccionarias. Otra cosa son las dificultades con las que se van a encontrar el nuevo presidente y su gobierno. Enfrente van a tener dos cámaras parlamentarias con mayoría conservadora. A ello hay que unir que en el triunfo de Lula existe un importante número de apoyos que provienen de otros grupos, tanto de izquierda como de centro, e incluso de derecha. 

Lula y su nuevo gobierno, por tanto, han de hacer un gran esfuerzo para encontrar el suficiente número de apoyos que les permita aplicar los puntos más esenciales del programa defendido. El primero, primordial, volver a volcarse en las medidas de redistribución de la riqueza, tan exitosas durante los mandatos de Lula y Dilma Rousseff, entre 2002 y 2016, y que fueron dilapidadas por Bolsonaro desde 2019. Medidas que afecten tanto en lo tocante a los subsidios sociales, los derechos laborales o los salarios como a los servicios públicos (sanidad, educación...). Tampoco se debe perder de vista el poner freno a la deforestación salvaje de los últimos años. Y dentro del ámbito más propiamente político, resulta necesario democratizar los aparatos e instituciones del estado, desde el mundo judicial hasta las fuerzas policiales y el ejército, donde las fuerzas reaccionarias han actuado de una forma perniciosa, cuando no antidemocrática.

La victoria electoral de Lula se une a las más recientes de carácter progresista habidas en Colombia, Chile u Honduras, además de las de otros países, un poco más lejanas, como Perú, Bolivia, México, Argentina, Venezuela o Nicaragua, sin olvidarnos, por supuesto del caso de Cuba. Independientemente de la diversidad existente, del margen de maniobra que se tenga o del mayor grado de atrevimiento en las políticas aplicadas, el común denominador está en el freno que están suponiendo a las fuerzas de la derecha, donde, además, están creciendo las más extremas. Un freno a las medidas más neoliberales y a la agresividad del imperio del norte.

Por ahora, no cabe otra cosa que alegrarse de lo ocurrido ayer en Brasil e ir viendo el devenir de los acontecimientos. Y siempre con la esperanza de que ese país recupere, al menos, lo perdido en los últimos cinco años y con ello la ilusión de tanta más gente de la que ha votado a Lula.  


(Imagen obtenida en Resumen Latinoamericano y después tratada digitalmente).