Eso me pregunto, porque el hombre no deja de recibir, uno tras otro, varapalos en los medios judiciales de diferentes países europeos: Bélgica, Alemania, Suiza, Reino Unido... Y ahora, Italia, donde se ha decidido que no procede la extradición de Carles Puigdemont, porque el Tribunal de Justicia de la Unión Europea aún no ha tomado una decisión. Pablo Llarena es una muestra más del mundo judicial que nos rodea en España y que actúa con arreglo a unas pautas que, presumiendo de independencia, rezuman ranciedumbre. He negado siempre que el poder judicial no sea político. ¡Claro que lo es! Y porque lo es, al decidir sobre lo que los otros dos poderes políticos ponen en práctica, su acción influye sobre los hechos de la vida, donde hay conflictos y sobre ellos hay que actuar. El poder judicial no debe ni dificultarlos ni aumentarlos, sino ayudar a resolverlos, como deben hacer los otros dos. Con jueces como el señor Llarena sólo cabe esperar que la cosa vaya a peor. El papelón que está haciendo en sus actuaciones allende las fronteras no hace más que llevarlo al ridículo. Y así nos va.