El barrio malagueño del El Palo tiene para mí un sabor especial, pues viví en él durante un tiempo a finales de los años ochenta, manteniendo una relación estrecha en los siguientes. Paseando el otro día por su playa, me topé con algo nuevo: un monumento dedicado a Emilio Prados y el libro que escribió entre 1926 y 1927 titulado El misterio del agua, que se añade a un pequeño monolito situado en las cercanías unos años antes.
Prados formó parte de la generación poética del 27, aunque su nombre no está entre los más conocidos y reconocidos. De joven estudió en Madrid, hasta que una grave enfermedad hizo que regresara a Málaga, donde había nacido en 1899. A partir de 1924 inició una nueva etapa en su vida, dedicada preferentemente a la difusión de literatura, para lo que contó con la colaboración del también poeta malagueño Manuel Altolaguirre. Primero, con la revista Litoral y luego, con la editorial Sur, desde donde prestaron una especial atención a la poesía del momento y en ella, la de la generación del 27.
Fue en El Palo, por entonces el barrio marinero de Málaga por excelencia, donde Prados encontró una fuerte inspiración para su escritos y su orientación en la vida. La contemplación del mar y sus gentes le permitió llegar, como un embrujo, a una especie de panteísmo vital. En sus escritos, en mayor medida poemas, fueron quedando reflejados el paisaje y el quehacer de quienes trabajan en la mar.
Es lo que puede verse y leerse en sus primeros libros, como Tiempo (1925), dos de cuyos poemas rezan así:
Media noche
Duerme
la calma en el puerto
bajo
su colcha de laca,
mientras
la luna en el cielo
clava
sus anclas doradas.
¡Corazón,
rema!
Nocturno
Abrí
la caja de los peces
y se
cuajó el cielo
de
luceros verdes...
¡Dadme
mi doble aparejo,
con
su compás de caña
y con su doble anzuelo!...
(Abrí
la caja de los peces,
y se
cuajó el cielo
de
luceros verdes).
¡Dejadme
dormir!...
¡Silencio!...
¡Dejadme
dormir abierto!
En el antes referido libro-poema El misterio del agua hace una meditación a base de cinco milagros, que son los pasos por los que trascurren el crepúsculo, la noche, la sombra, la soledad y el amanecer. El primero de los poemas, titulado "Tránsito al crepúsculo", comienza de esta manera:
¡Abre el cielo las puertas!
¡Abre el amor las alas!
Se le va el pulso al día.
Su corazón se agua
-se desnuda-,
se tiende deshilado,
huye por las sombras,
se desabrocha en vahos (...).
Y en el último cierra ese transitar por el tiempo con "Amanecer":
Noche y agua,
despacio,
van entrando en la hora
sin apenas pisarla:
latiendo sobre los vahos
casi sin presencia;
en palmas fugitivas
para cederse en ellas,
escaparse en aliento
y mudarse de cambio
(...)
Y van altas, seguras,
en desmayos de vida:
una en otra,
hombro en hombro,
mezclándose de brillos,
de manos transparentes,
de calor y de ánima.
La mayor parte de estos poemas quedó escondida entre sus escritos durante años. Tuvo que ser, ya durante su exilio en México, cuando decidió incluirlos en su totalidad dentro de la Antología que publicó en 1954, para lo que incluyó en El misterio del agua la dedicatoria: “A Juan Matías, José, Gabriel y Pedro de la Cruz, pescadores
sin cielo, en mi memoria”, que precisamente aparece en el monumento.
La presencia de Prados en El Palo tuvo otra vertiente, no tanto más humana
-porque la poesía siempre lo es-, como eminentemente solidaria. Como una especie de apostolado laico, se dedicó a ayudar a las familias del barrio, carentes de necesidades materiales y culturales básicas. Enseñó a leer y escribir, se prodigó en el fomento de actividades culturales y no le faltó prestar su apoyo en la reparación de barcos. Ya durante los años de la República se inició en la actividad sindical, participando en la formación del sindicato de pescadores y en el del gremio de artes gráficas, y también en la política, con su ingreso en el Partido Comunista de España.
En ese barrio vivió hasta 1936, cuando desde el comienzo de la guerra fue trasladándose sucesivamente a Madrid, Valencia y Barcelona. Salió de España a principios de 1939, pasando primero por Francia, para recalar finalmente en México, donde murió en 1962.
Málaga siempre estuvo presente en Prados. También lo estuvieron los pescadores del barrio que lo acogió durante más de una década. El recuerdo de ese paisaje lo dejó patente en los años 50 en una de las cartas que envió a un amigo:
¿Sabes
nadar? ¿Sí? Pues vete un día a ese “Peñón del Cuervo” (que tal vez sea yo
mismo) y nada hasta encontrarme frente al mar, en donde solamente se ve el mar.
Allí hay una lengua de piedra que el agua va lamiendo ¡Súbete! ¡Tiéndete allí
contra el sol más fuerte! Y escúchame, porque allí estoy: al fondo, herido en
una cueva del costado; álzalo al cielo, ardiendo al sol y ausente.
La información ha sido obtenida de Carlos Blanco Aguinaga, Julio Rodríguez Puértolas y Iris M. Zavala, Historia social de la Literatura española (en lengua castellana) (vv. II y III, Madrid, Castalia, 1978); y Francisco Chica Hermoso, "Emilio Prados, cincuenta años después" (Cuadernos del Rebalaje, n. 16, 2012; https://www.amigosjabega.org/wp-content/uploads/20120701-Emilio-Prados.pdf).