viernes, 8 de octubre de 2021

En recuerdo de Patricio Manns, tras su muerte


Hace un par de semanas falleció Patricio Manns (1937-2021). Su fama proviene en mayor medida del mundo de la música, como autor e intérprete de canciones conocidas. Pero en su persona estamos también ante otra faceta por la que ha sido reconocido sobre todo en su Chile natal: la creación literaria, en forma de poesía, novela y relato, y el ensayo, lo que ha llegado a ser objeto de estudios académicos. Si de lo primero puedo dar muestra de mi reconocimiento, al haber escuchado muchas de sus composiciones, de lo segundo confieso mi total ignorancia, salvo lo que se deriva de las letras de sus canciones, que en general están cargadas de una gran calidez.

Mi primer conocimiento de su música data de principios de los años setenta, tras el golpe de estado de septiembre de 1973. Tengo el recuerdo de la canción "Arriba en la cordillera", aunque por entonces no sabia quién era su autor. Compuesta a mediados de los sesenta e incluida en el álbum Entre mar y cordillera, a lo largo de los años ha conocido diversas versiones e interpretaciones.

¿Qué sabes de cordilleras
si tu naciste tan lejos?
Hay que conocer la piedra
que corona al ventisquero.
Hay que recorrer callado
los atajos del silencio
y cortar por las orillas
de los lagos cumbrereños.
¡Mi padre anduvo su vida
por entre piedras y cerros!

La viuda blanca en su grupa,
la maldición del arriero,
llevó a mi viejo esa noche
a robar ganado ajeno.
Junto al paso de Atacalpo,
a la entrada del invierno,
le preguntaron a golpes
y él respondió con silencios.
Los guardias cordilleranos
clavaron su cruz al viento.

Los ángeles de Santa Fe
fueron nombres del infierno.
Hasta mi casa llegaba
la ley buscando al cuatrero.
Mi madre escondió la cara
cuando él no volvió del cerro
y arriba en la cordillera
la noche entraba en sus huesos.
Él, que fue tan hombre y sólo
llevó la muerte en su arreo.

Nosotros cruzamos hoy
con un rebaño del bueno.
Arriba en la cordillera
no nos vio cruzar ni el viento.
¡Con qué orgullo me querría
si ahora llegara a saberlo!
Pero el viento no más sabe
dónde se durmió mi viejo
con su pena de hombre pobre
y dos balas en el pecho.

Algo parecido me ocurrió con su participación en la película La cantata de Chile (1974), dirigida por Humberto Solas. Las cinco canciones que en ella aparecen fueron musicadas por el cubano Leo Brouwer, pero las letras pertenecen a Patricio Manns. Una de ellas es "Mis fronteras".

Mis fronteras no pasan por tu cumbre,
ni me separa un río de tu pueblo,
por más de alguna cuerda subterránea
unta tu garganta a mi garganta,
mi inquietud amanece en tu inquietud,
se comprende mejor con dos respuestas.

Mis fronteras no encierran a tu pueblo,
ni me separa un vuelo de tu cumbre.

Se reúne mi sueño con tu sueño,
se amanceba mi puño con tu puño,
se establece el rigor de la amistad,
gorjean dos palomas en su rama.

Mis fronteras no borran el camino
por el cual hallarás mi palomera.
Si unimos nuestros ojos un instante,
veremos sin cejar la tierra entera,
veremos dos estrellas luminosas
y también dos semillas en la vera.
 
Mis fronteras no pasan por tu noche,
ni me separa un día de tu pueblo.
 
Mi pensar se dirige a tu pensar
por más de alguna grieta subterránea.
La pregunta nos abre varios mundos
que cerramos mejor con dos respuestas.  

Su relación con el mundo del cine tuvo otra muestra en Actas de Marusia (1975), película dirigida por su compatriota Miguel Littin. En este caso partió de una novela homónima suya, publicada en 1974, en la que se narra la vida y la lucha de los trabajadores chilenos del salitre a principios del siglo XX. Precisamente la música de la película fue obra del griego Nikos Theodorakis. 

Fue a finales de los años setenta cuando supe por primera vez quién era Patricio Manns. Fue en la canción "1917", que estaba incluida en el álbum colectivo Canto a la revolución de octubre (1977), un tema que también formaba parte de otro álbum, Canción sin límites, editado con sus propias canciones.

A bordo del pasado yo atravesé la tierra,
los mares solitarios, la vastedad salvaje,
un crepúsculo en llamas, los glaciares perfectos,
la dentellada pura del vendaval marítimo,
hasta San Petersburgo, para encontrar a Lenin.

Aquí caminó alzando su expresivo vocablo,
rehízo muchas veces sus múltiples destierros,
palpó el severo musgo de las cadenas muertas
y construyó en su mesa las luces aurorales,
los fértiles racimos de octubre, fértilmente.

El orgulloso visionario,
el gran demiurgo del corazón soviético,
el hondo capitán llamado
a restaurar el orden de la vida,
paciente como una semilla
se propagó sobre el tiempo y la memoria,
se hizo alfabeto orgánico y rebelde,
acrisoló los hornos del deber.

Con él se despertó su pueblo
llenando de altos martillos la mañana.
El trueno rojo de los cantos
se alzó radiante entre ráfagas de nieve.
Y un mar de mástiles ardiendo
hizo estandarte el fuego que rugía,
hizo constante el peso de la aurora,
estableció las leyes del futuro.

Pueblo es la tierra, pueblo la semilla,
pueblo el agua, la siembra,
el viento y el molino;
pueblo es la letra, pueblo la ventana,
la cosecha, la espuela,
el canto y la palabra,
y suyos son los combates,
suyos los deberes
y el derecho incesante de alumbrar la tierra
con el incendio de sus cárceles.

Si en esa canción hizo de Lenin el personaje referente de su contenido, años después utilizó la figura de otro revolucionario, el argentino Ernesto Guevara,  en "El Che", en la que mantuvo la melodía, pero adaptando la letra.

A bordo del pasado yo atravesé los páramos,
los bosques solitarios, la vastedad salvaje,
un crepúsculo en llamas, el glaciar imperfecto,
la dentellada pura del vendaval andino
hasta este Valle Grande para encontrar al Che.

Aquí caminó alzando sus pródigos vocablos,
rehízo muchas veces los múltiples caminos,
palpó el amargo musgo de las conciencias muertas
y construyó en su carpa las luces aurorales,
las lides y los sueños de la victoria siempre.

El orgulloso visionario, 
el gran demiurgo latinoamericano,
el hondo capitán llamado 
a restaurar el orden de la vida,
paciente como una semilla, 
se propagó sobre el tiempo y la memoria,
se hizo alfabeto, orgánico y rebelde,
acrisoló los hornos del deber.

Fue el Che el que despertó a los pueblos
llenando de altos martillos la mañana.
Fue el Che el que levantó los cantos
entre metralla y ráfagas de muerte.
Fue el Che el que con su estrella ardiendo
hizo estandartes del fuego que rugía,
hizo constante el peso de la aurora:
el Che escribió las leyes del futuro.

Pueblo es la tierra...

No pretendo hacer en esta entrada un recorrido exhaustivo de la trayectoria musical de Patricio Manns, sino detenerme en algunas de sus canciones, aquellas de las que, por distintas razones, tengo mayores recuerdos o me siendo más identificado. Está entre ellas "Palimpsesto", que la escuché por primera vez interpretada por Inti Illimani, dentro del disco homónimo del grupo chileno (1981) y que fue el inicio de una colaboración musical asidua y fructífera.

Huelga deciros que yo os quiero más
en la profunda pulpa de antesueño,
cuando el glaciar se reconvierte al sol
y se nos va la esperma en el empeño
y se nos cuaja el ceño de cenizas
ávidas de hendir el cavilar del leño.

Huelga deciros, Libertad Osuna,
que os sueño arando en hierro y sabio azote,
volviendo a errar y a herrar sin miramientos
sobre un caballo y sobre un brioso brote,
que es una forma de entender amar
y otra jornada que vencéis al trote
con ansia de echar
la tierra a mugir,
la luz a rodar.

Huelga dudar que Libertad amando
me vuelva a herir la gana regresando.

Qué hambre tener que Libertad Osuna
os una en la memoria del ultraje,
os rememore y os despierte al vuelo,
os calce el corazón con los corajes,
os arremeta sin parar la estancia
oscura en que bebéis
la injuria y su brebaje.

Qué hombre volver para que Osuna libre
su libre su nombre y su veloz corpiño,
su vientre cuarzo y su agonía historia
y sus cadenas, su reloj, su niño,
y os avecine, os una y os ausculte
con sus dos manos y sus tres cariños,
y su refulgir,
su oficio de herir
la luz por venir.

Si nos va a arder la gana en toda luna
y hemos de andarla juntos tierra a tierra
que en las raíces Libertad nos una.  

Patricio Manns, vinculado desde años atrás con el Partico Comunista de Chile, fue un combatiente de la dictadura militar de Pinochet. Eso lo llevó a componer canciones dedicadas a militantes comunistas, heroínas populares, anónimas o con nombre propio, a las que rindió tributo. Lo hizo, por ejemplo, en "Elegía para una muchacha roja":

Nació en un pueblo donde el sol
llueve su lluvia de hidromiel,
donde los trenes desde el riel
manchan con humo el arrebol
y la naranja es un farol
que multiplica luz frutal
y en que la abeja colosal
trota los aires con pasión
para guardar en un cajón
rubios misterios de cristal.

Fue un largo invierno su niñez:
hambre y distancias que borrar
con los cuadernos de escolar
y las heridas en los pies,
peregrinar de cuando en vez,
más y más lejos del hogar
sin un madero que quemar,
sin una mano que coger,
sin una luz que defender,
pero una llaga que cerrar.

Así creció la compañera,
-áspera llama combatida-,
siempre golpeada y ofendida
por una ráfaga de cera,
la compañera.

Se la tragó la gran ciudad
con tanta ropa que lavar,
con tanta leña que cortar,
con tanta gris necesidad.
hizo trabajo de verdad:
hirvió en la mesa del gandul,
cosió en un siglo un traje azul,
estuvo un día sin bordar
y guardó el tiempo de soñar
en lo más hondo del baúl.

Entonces vio la compañera
que había un mundo que cambiar;
que era preciso batallar
en busca de la primavera
y con revuelta cabellera
y con dos manos desgarradas
se confundió en la marejada
que destrozaba los cimientos
del viejo mundo descontento,
para hacer limpia la alborada.

Así luchó la compañera
-áspera llama combatida-,
siempre golpeada y ofendida
por una ráfaga de cera,
la compañera.

Con mano roja desplomó
piedra por piedra la pared,
fue interminable como red,
fue una bandera que flameó,
fue una leona que atacó, 
fue cama dulce y fue pañuelo,
fue vigilante en el desvelo,
fue brazo y trueno combatiente,
hasta que un tiro -simplemente-,
cubrió su corazón con hielo.

Así cayó la compañera,
condecorada por su herida,
la más hermosa, la elegida,
bajo la piel de las banderas,
la compañera.

En el caso de "Vino del mar" sí hay un nombre concreto: el de Marta Ugarte, una dirigente del PCCh que en 1976 había sido detenida, torturada y asesinada por agentes de la DINA, la temible policía de la dictadura. Su cuerpo fue lanzado al mar con un lastre de hierro con la intención de hacerlo desaparecer, pero el propio mar acabó devolviéndolo a la playa de Longotoma.  

Vino del mar
envuelta en agua azul,
la trajo el viento del más allá,
dormida en las
olas de espuma y sal
sobre su propia herida mortal.

Vino del mar
con una cicatriz
que dividía su pecho en dos,
trazada por
un furioso puñal
que eternizó su indefensión.

Vino del mar
más blanca que la sal
hacia la oscura arteria de mi amor
y allí quedó
muerta en la playa gris
bajo un fulgor crepuscular.

Vino del mar
más negra que el carbón
para alumbrar la noche de mi amor
y allí encendió
un fuego sin furor
para entibiar mi corazón.

Vino del mar
y era una estrella azul
danzando en altas olas de sal.

(Volviste a mí
porque me ataste
al nudo de la eternidad).

Lo ocurrido con Marta Ugarte inspiró también al propio Patricio Manns a escribir un relato estremecedor que tituló "La novia del regimiento". Por mi parte, hace ocho años publiqué la entrada "Marta Ugarte vino de mar para quedarse", en la que aludo al título de la canción y menciono diversos trabajos periodísticos, musicales y literarios realizados sobre ella. 

El compromiso político de Patricio Manns lo llevó a involucrarse en la lucha armada contra la dictadura, convirtiéndose en los años ochenta en portavoz del Frente Patriótico Manuel Rodríguez e incluso en autor de su "Himno". Pese a la deriva en la que acabó dicho grupo en los años noventa, después de que rompiera su relación con el PCCh, Manns siempre se reconoció como militante rodriguista. Recientemente ha llegado a reivindicar a través de una entrevista su participación en la organización del atentado fallido contra Augusto Pinochet, que tuvo lugar en 1986.

Dos décadas antes, en 1966, ya compuso una canción dedicada a Manuel Rodríguez, a la que puso el título de "El cautivo de Til-til". El protagonista es el mítico guerrillero de principios del siglo XIX que luchó contra la colonización española y acabó siendo víctima de la nueva situación creada tras la independencia. Fue apresado y ajusticiado por las nuevas autoridades, entre otras cosas por su oposición a la deriva oligárquica de la recién proclamada república de Chile.

Por unas pupilas claras
que entre muchos sables
viera relucir
y esa risa que escondía
no sé qué secretos
y si era para mí,
cuando altivo se marchó,
entre gritos de alguacil,
me nubló un presentimiento
al verlo partir

Dicen que es Manuel su nombre
y que se lo llevan
camino a Til-til,
que el gobernador no quiere
ver por la cañada
su porte gentil.
Dicen que en la guerra fue
el mejor y en la ciudad
lo llaman el guerrillero
de la libertad

Sólo sé que ausente va,
que lo llevan los soldados,
que amarrado a la montura
la tropa lo aleja de su general.
Sólo sé que el viento va
jugueteando en sus cabellos
y que el Sol brilla en sus ojos
cuando le conducen
camino a Til-til
 
Dicen que era como un rayo
cuando galopaba
sobre su corcel
y que al paso del jinete
todos murmuraban
su nombre: "Manuel".
 
Yo no sé si volveré
a verlo libre y gentil,
sólo sé que sonreía
camino a Til-til

Aunque aún quedaba una década para el fin de la dictadura, el deseo y la esperanza para que así sucediera le inspiró la letra de otra de sus canciones más conocidas, "Vuelvo", que fue musicada por Horacio Salinas, uno de los integrantes de Inti Illimani:

Con cenizas, con desgarros,
con nuestra altiva impaciencia,
con una honesta conciencia,
con enfado, con sospecha,
con activa certidumbre
pongo el pie en mi país.
Pongo el pie en mi país
y en lugar de sollozar,
de moler mi pena al viento,
abro el ojo y su mirar
y contengo el descontento.

Vuelvo hermoso, vuelvo tierno,
vuelvo con mi espera dura,
vuelvo con mis armaduras,
con mi espada, mi desvelo,
mi tajante desconsuelo,
mi presagio, mi dulzura,
vuelvo con mi amor espeso,
vuelvo en alma y vuelvo en hueso
a encontrar la patria pura,
al fin, del último beso.

Vuelvo al fin sin humillarme
sin pedir perdón ni olvido,
nunca el hombre está vencido,
su derrota es siempre breve,
un estímulo que mueve
la vocación de su guerra,
pues la raza que destierra
y la raza que recibe
le dirán al fin que él vive
dolores de toda tierra.

Quien fuera presidente de Chile entre 1970 y 1973, Salvador Allende, fue motivo de un homenaje en el disco Allende: la dignidad se convierte en costumbre (2003). En el mismo está incluida la canción "Allende", compuesta con  anterioridad, y que interpretada por primera vez en 2003 en Santiago, durante el recital que protagonizó en el Estadio Nacional de Chile. 

Presidente:
he marchado por las calles del mundo,
las plazas y los parques,
los lagos, los volcanes,
los ríos memorables,
los páramos, las ruinas,
los trigales, los bosques llenos de voces verdes
en busca de tu nombre
y allá encontré tu nombre.
He pescado botellas en el mar con tu rostro
dibujado en oscuros papeles navegantes,
y poemas tallados a cuchillo en las mesas
de bares infinitos, cerca del fin del mundo,
pero en Chile, tu patria,
no hay nada que te nombre.

Tú no estás en las calles de Chile, ni en sus muros,
no estás en los mercados ni en las escuelas rotas,
pero sí en la memoria de los que defendiste
con tu ideal, tus manos y tu muerte inmortal.

Nada, nada, sólo el amor de tu pueblo, Allende.

Presidente:
está escrito tu nombre en una estrella,
y Salvador Allende se llaman los tranvías,
los barcos castigados que surcan el oleaje,
los trenes sudorosos de aceites y de lluvia,
pero en tu patria nada lleva tu nombre, Allende.

No volverás jamás puesto que no te has ido.
No partirás jamás puesto que te quedaste.
No borrarán tu gesto ni esconderán tu sangre,
ni harán de tu legado un manuscrito muerto
pues eres parte altiva de la historia de Chile.

Tú no estás en las calles de Chile, ni en sus muros,
no estás en los mercados ni en las escuelas rotas,
pero sí en la memoria de los que defendiste
con tu ideal, tus manos y tu muerte inmortal.

Nada, nada, sólo el amor de tu pueblo, Allende.

Hay que escribirte en las murallas,
hay que sacarte del silencio,
hay que romper la cordillera para que vuelvas a caballo,
hay que abrir huecos en el cielo para que bajes como un rayo,
hay que abrir tumbas y panteones para que subas de la muerte
porque no hay nada que nos una como tú, Salvador Allende.

No quiero acabar este recorrido sin mencionar la "Balada de los amantes del camino de Taverney", que compuso a mediados de los ochenta durante su estancia en Suiza como exiliado y dedicó a su compañera Alejandra Lastra. Una canción de amor, que el propio Patricio Manns llegó a calificar en alguna ocasión de erótica.

El cuarto donde habita mi ruiseñora
se nutre con el ruido de mi demora,
los cantos de la calle se están plegando
y el mórbido reloj mira blasfemando.
Después la lluvia encumbra sus volantines
y moja alguna estrella que agoniza entre violines
y agolpa sus rebenques desmelenados
al anca de mi potro que no ha piafado.

De noche todo es claro si en su cortina
ondula una cadera que se adivina,
sacude su pañuelo la amante raza
y enciende las señales por donde pasa
mi atávico desvelo buscando casa.

La cama donde espera mi buena moza
es tibia como el vientre y es luminosa.
Viniendo de la lluvia y forzando puerta
aprecio que su gana ya esté despierta.
La cama donde escurro mis homenajes
es donde desterramos la barrera de los trajes
y es donde, de algún modo, su resolana
se adueña de mi lengua tan soberana.

Allí nos respiramos de diestra suerte,
allí nos cobijamos por si la muerte,
allí yo le regalo mis estertores 
y allí ella me devora con mil amores
cogiendo de mi sangre las frescas flores.

La cama adonde anida su pulpa suave
es ésa donde yergue su cuello de ave
y aquélla donde estira su claro modo
amándome de cerca y mordiendo todo.
Su cama multiplica mi envergadura,
que es llave con la que abro su opulenta sabrosura,
que es fuego con el que hecho su frío afuera
y avivo su gemido cuando lo quiera.

Viniendo de tan lejos estoy tan hondo,
tan cerca de su dentro y tan al fondo,
tan ávido y completo, tan estrujado,
tan posesivo y pleno, tan aplicado,
que cuando el nuevo día se asoma, me alza
desangrado, desangrado, desangrado, desangrado.

Durante estos días son numerosos los homenajes que se están haciendo en honor de Patricio Manns. Y como muestra, ofrezco esta interpretación coral de "Arriba en la cordillera"