Hace un par de semanas falleció Patricio Manns (1937-2021). Su fama proviene en mayor medida del mundo de la música, como autor e intérprete de canciones conocidas. Pero en su persona estamos también ante otra faceta por la que ha sido reconocido sobre todo en su Chile natal: la creación literaria, en forma de poesía, novela y relato, y el ensayo, lo que ha llegado a ser objeto de estudios académicos. Si de lo primero puedo dar muestra de mi reconocimiento, al haber escuchado muchas de sus composiciones, de lo segundo confieso mi total ignorancia, salvo lo que se deriva de las letras de sus canciones, que en general están cargadas de una gran calidez.
Mi primer conocimiento de su música data de principios de los años setenta, tras el golpe de estado de septiembre de 1973. Tengo el recuerdo de la canción "Arriba en la cordillera", aunque por entonces no sabia quién era su autor. Compuesta a mediados de los sesenta e incluida en el álbum Entre mar y cordillera, a lo largo de los años ha conocido diversas versiones e interpretaciones.
¿Qué sabes de cordilleras
si
tu naciste tan lejos?
Hay
que conocer la piedra
que
corona al ventisquero.
Hay
que recorrer callado
los
atajos del silencio
y
cortar por las orillas
de
los lagos cumbrereños.
¡Mi
padre anduvo su vida
por
entre piedras y cerros!
La
viuda blanca en su grupa,
la
maldición del arriero,
llevó a mi viejo esa noche
a
robar ganado ajeno.
Junto
al paso de Atacalpo,
a
la entrada del invierno,
le
preguntaron a golpes
y él respondió con silencios.
Los
guardias cordilleranos
clavaron
su cruz al viento.
Los ángeles de Santa Fe
fueron
nombres del infierno.
Hasta
mi casa llegaba
la
ley buscando al cuatrero.
Mi
madre escondió la cara
cuando él no volvió del cerro
y
arriba en la cordillera
la
noche entraba en sus huesos.
Él, que fue tan hombre y sólo
llevó la muerte en su arreo.
Nosotros
cruzamos hoy
con
un rebaño del bueno.
Arriba en la cordillera
no
nos vio cruzar ni el viento.
¡Con
qué orgullo me querría
si
ahora llegara a saberlo!
Pero
el viento no más sabe
dónde
se durmió mi viejo
con
su pena de hombre pobre
y dos balas en el pecho.
Algo parecido me ocurrió con su participación en la película La cantata de Chile (1974), dirigida por Humberto Solas. Las cinco canciones que en ella aparecen fueron musicadas por el cubano Leo Brouwer, pero las letras pertenecen a Patricio Manns. Una de ellas es "Mis fronteras".
Mis
fronteras no pasan por tu cumbre,
ni
me separa un río de tu pueblo,
por
más de alguna cuerda subterránea
unta tu garganta a mi garganta,
mi
inquietud amanece en tu inquietud,
se
comprende mejor con dos respuestas.
Mis
fronteras no encierran a tu pueblo,
ni
me separa un vuelo de tu cumbre.
Se
reúne mi sueño con tu sueño,
se
amanceba mi puño con tu puño,
se
establece el rigor de la amistad,
gorjean
dos palomas en su rama.
Mis
fronteras no borran el camino
por
el cual hallarás mi palomera.
Si
unimos nuestros ojos un instante,
veremos
sin cejar la tierra entera,
veremos
dos estrellas luminosas
y
también dos semillas en la vera.
Mis
fronteras no pasan por tu noche,
ni
me separa un día de tu pueblo.
Mi
pensar se dirige a tu pensar
por
más de alguna grieta subterránea.
La
pregunta nos abre varios mundos
que
cerramos mejor con dos respuestas.
Su relación con el mundo del cine tuvo otra muestra en Actas de Marusia (1975), película dirigida por su compatriota Miguel Littin. En este caso partió de una novela homónima suya, publicada en 1974, en la que se narra la vida y la lucha de los trabajadores chilenos del salitre a principios del siglo XX. Precisamente la música de la película fue obra del griego Nikos Theodorakis.
Fue a finales de los años setenta cuando supe por primera vez quién era Patricio Manns. Fue en la canción "1917", que estaba incluida en el álbum colectivo Canto a la revolución de octubre (1977), un tema que también formaba parte de otro álbum, Canción sin límites, editado con sus propias canciones.
A
bordo del pasado yo atravesé la tierra,
los
mares solitarios, la vastedad salvaje,
un
crepúsculo en llamas, los glaciares perfectos,
la
dentellada pura del vendaval marítimo,
hasta
San Petersburgo, para encontrar a Lenin.
Aquí
caminó alzando su expresivo vocablo,
rehízo
muchas veces sus múltiples destierros,
palpó
el severo musgo de las cadenas muertas
y
construyó en su mesa las luces aurorales,
los
fértiles racimos de octubre, fértilmente.
El
orgulloso visionario,
el
gran demiurgo del corazón soviético,
el
hondo capitán llamado
a
restaurar el orden de la vida,
paciente
como una semilla
se
propagó sobre el tiempo y la memoria,
se
hizo alfabeto orgánico y rebelde,
acrisoló
los hornos del deber.
Con
él se despertó su pueblo
llenando
de altos martillos la mañana.
El
trueno rojo de los cantos
se
alzó radiante entre ráfagas de nieve.
Y
un mar de mástiles ardiendo
hizo
estandarte el fuego que rugía,
hizo
constante el peso de la aurora,
estableció
las leyes del futuro.
Pueblo
es la tierra, pueblo la semilla,
pueblo
el agua, la siembra,
el
viento y el molino;
pueblo
es la letra, pueblo la ventana,
la
cosecha, la espuela,
el
canto y la palabra,
y
suyos son los combates,
suyos
los deberes
y
el derecho incesante de alumbrar la tierra
con
el incendio de sus cárceles.
Si en esa canción hizo de Lenin el personaje referente de su contenido, años después utilizó la figura de otro revolucionario, el argentino Ernesto Guevara, en "El Che", en la que mantuvo la melodía, pero adaptando la letra.
A
bordo del pasado yo atravesé los páramos,
los
bosques solitarios, la vastedad salvaje,
un
crepúsculo en llamas, el glaciar imperfecto,
la
dentellada pura del vendaval andino
hasta
este Valle Grande para encontrar al Che.
Aquí
caminó alzando sus pródigos vocablos,
rehízo
muchas veces los múltiples caminos,
palpó
el amargo musgo de las conciencias muertas
y construyó en su carpa las luces aurorales,
las
lides y los sueños de la victoria siempre.
El
orgulloso visionario,
el gran demiurgo latinoamericano,
el
hondo capitán llamado
a restaurar el orden de la vida,
paciente
como una semilla,
se propagó sobre el tiempo y la memoria,
se
hizo alfabeto, orgánico y rebelde,
acrisoló
los hornos del deber.
Fue
el Che el que despertó a los pueblos
llenando
de altos martillos la mañana.
Fue
el Che el que levantó los cantos
entre
metralla y ráfagas de muerte.
Fue
el Che el que con su estrella ardiendo
hizo
estandartes del fuego que rugía,
hizo
constante el peso de la aurora:
el
Che escribió las leyes del futuro.
Pueblo
es la tierra...
No pretendo hacer en esta entrada un recorrido exhaustivo de la trayectoria musical de Patricio Manns, sino detenerme en algunas de sus canciones, aquellas de las que, por distintas razones, tengo mayores recuerdos o me siendo más identificado. Está entre ellas "Palimpsesto", que la escuché por primera vez interpretada por Inti Illimani, dentro del disco homónimo del grupo chileno (1981) y que fue el inicio de una colaboración musical asidua y fructífera.
Huelga
deciros que yo os quiero más
en
la profunda pulpa de antesueño,
cuando
el glaciar se reconvierte al sol
y
se nos va la esperma en el empeño
y
se nos cuaja el ceño de cenizas
ávidas
de hendir el cavilar del leño.
Huelga
deciros, Libertad Osuna,
que
os sueño arando en hierro y sabio azote,
volviendo
a errar y a herrar sin miramientos
sobre
un caballo y sobre un brioso brote,
que
es una forma de entender amar
y
otra jornada que vencéis al trote
con
ansia de echar
la
tierra a mugir,
la
luz a rodar.
Huelga
dudar que Libertad amando
me
vuelva a herir la gana regresando.
Qué
hambre tener que Libertad Osuna
os
una en la memoria del ultraje,
os
rememore y os despierte al vuelo,
os
calce el corazón con los corajes,
os
arremeta sin parar la estancia
oscura
en que bebéis
la
injuria y su brebaje.
Qué
hombre volver para que Osuna libre
su libre
su nombre y su veloz corpiño,
su
vientre cuarzo y su agonía historia
y
sus cadenas, su reloj, su niño,
y
os avecine, os una y os ausculte
con
sus dos manos y sus tres cariños,
y
su refulgir,
su
oficio de herir
la
luz por venir.
Si
nos va a arder la gana en toda luna
y
hemos de andarla juntos tierra a tierra
que
en las raíces Libertad nos una.
Patricio Manns, vinculado desde años atrás con el Partico Comunista de Chile, fue un combatiente de la dictadura militar de Pinochet. Eso lo llevó a componer canciones dedicadas a militantes comunistas, heroínas populares, anónimas o con nombre propio, a las que rindió tributo. Lo hizo, por ejemplo, en "Elegía para una muchacha roja":
Nació
en un pueblo donde el sol
llueve
su lluvia de hidromiel,
donde
los trenes desde el riel
manchan
con humo el arrebol
y la naranja es un farol
que
multiplica luz frutal
y en que la abeja colosal
trota
los aires con pasión
para
guardar en un cajón
rubios
misterios de cristal.
Fue
un largo invierno su niñez:
hambre
y distancias que borrar
con
los cuadernos de escolar
y las heridas en los pies,
peregrinar
de cuando en vez,
más
y más lejos del hogar
sin
un madero que quemar,
sin
una mano que coger,
sin
una luz que defender,
pero
una llaga que cerrar.
Así
creció la compañera,
-áspera
llama combatida-,
siempre
golpeada y ofendida
por
una ráfaga de cera,
la
compañera.
Se
la tragó la gran ciudad
con
tanta ropa que lavar,
con
tanta leña que cortar,
con
tanta gris necesidad.
hizo
trabajo de verdad:
hirvió
en la mesa del gandul,
cosió
en un siglo un traje azul,
estuvo
un día sin bordar
y guardó el tiempo de soñar
en
lo más hondo del baúl.
Entonces
vio la compañera
que
había un mundo que cambiar;
que
era preciso batallar
en
busca de la primavera
y con revuelta cabellera
y con dos manos desgarradas
se
confundió en la marejada
que
destrozaba los cimientos
del
viejo mundo descontento,
para
hacer limpia la alborada.
Así
luchó la compañera
-áspera
llama combatida-,
siempre
golpeada y ofendida
por
una ráfaga de cera,
la
compañera.
Con
mano roja desplomó
piedra
por piedra la pared,
fue
interminable como red,
fue
una bandera que flameó,
fue
una leona que atacó,
fue
cama dulce y fue pañuelo,
fue
vigilante en el desvelo,
fue
brazo y trueno combatiente,
hasta
que un tiro -simplemente-,
cubrió
su corazón con hielo.
Así
cayó la compañera,
condecorada
por su herida,
la
más hermosa, la elegida,
bajo
la piel de las banderas,
la
compañera.
En el caso de "Vino del mar" sí hay un nombre concreto: el de Marta Ugarte, una dirigente del PCCh que en 1976 había sido detenida, torturada y asesinada por agentes de la DINA, la temible policía de la dictadura. Su cuerpo fue lanzado al mar con un lastre de hierro con la intención de hacerlo desaparecer, pero el propio mar acabó devolviéndolo a la playa de Longotoma.
Vino
del mar
envuelta
en agua azul,
la
trajo el viento del más allá,
dormida
en las
olas
de espuma y sal
sobre
su propia herida mortal.
Vino
del mar
con
una cicatriz
que
dividía su pecho en dos,
trazada
por
un
furioso puñal
que
eternizó su indefensión.
Vino
del mar
más
blanca que la sal
hacia
la oscura arteria de mi amor
y
allí quedó
muerta
en la playa gris
bajo
un fulgor crepuscular.
Vino
del mar
más
negra que el carbón
para
alumbrar la noche de mi amor
y
allí encendió
un
fuego sin furor
para
entibiar mi corazón.
Vino
del mar
y
era una estrella azul
danzando
en altas olas de sal.
(Volviste
a mí
porque
me ataste
al
nudo de la eternidad).
Lo ocurrido con Marta Ugarte inspiró también al propio Patricio Manns a escribir un relato estremecedor que tituló "La novia del regimiento". Por mi parte, hace ocho años publiqué la entrada "Marta Ugarte vino de mar para quedarse", en la que aludo al título de la canción y menciono diversos trabajos periodísticos, musicales y literarios realizados sobre ella.
El compromiso político de Patricio Manns lo llevó a involucrarse en la lucha armada contra la dictadura, convirtiéndose en los años ochenta en portavoz del Frente Patriótico Manuel Rodríguez e incluso en autor de su "Himno". Pese a la deriva en la que acabó dicho grupo en los años noventa, después de que rompiera su relación con el PCCh, Manns siempre se reconoció como militante rodriguista. Recientemente ha llegado a reivindicar a través de una entrevista su participación en la organización del atentado fallido contra Augusto Pinochet, que tuvo lugar en 1986.
Dos décadas antes, en 1966, ya compuso una canción dedicada a Manuel Rodríguez, a la que puso el título de "El cautivo de Til-til". El protagonista es el mítico guerrillero de principios del siglo XIX que luchó contra la colonización española y acabó siendo víctima de la nueva situación creada tras la independencia. Fue apresado y ajusticiado por las nuevas autoridades, entre otras cosas por su oposición a la deriva oligárquica de la recién proclamada república de Chile.
Por
unas pupilas claras
que
entre muchos sables
viera
relucir
y esa risa que escondía
no
sé qué secretos
y si era para mí,
cuando
altivo se marchó,
entre
gritos de alguacil,
me
nubló un presentimiento
al
verlo partir
Dicen
que es Manuel su nombre
y que se lo llevan
camino
a Til-til,
que
el gobernador no quiere
ver
por la cañada
su
porte gentil.
Dicen
que en la guerra fue
el
mejor y en la ciudad
lo
llaman el guerrillero
de
la libertad
Sólo
sé que ausente va,
que
lo llevan los soldados,
que
amarrado a la montura
la
tropa lo aleja de su general.
Sólo
sé que el viento va
jugueteando
en sus cabellos
y que el Sol brilla en sus ojos
cuando
le conducen
camino
a Til-til
Dicen
que era como un rayo
cuando
galopaba
sobre
su corcel
y que al paso del jinete
todos
murmuraban
su
nombre: "Manuel".
Yo
no sé si volveré
a verlo libre y gentil,
sólo
sé que sonreía
camino
a Til-til
Aunque aún quedaba una década para el fin de la dictadura, el deseo y la esperanza para que así sucediera le inspiró la letra de otra de sus canciones más conocidas, "Vuelvo", que fue musicada por Horacio Salinas, uno de los integrantes de Inti Illimani:
Con
cenizas, con desgarros,
con
nuestra altiva impaciencia,
con
una honesta conciencia,
con
enfado, con sospecha,
con
activa certidumbre
pongo
el pie en mi país.
Pongo
el pie en mi país
y
en lugar de sollozar,
de
moler mi pena al viento,
abro
el ojo y su mirar
y
contengo el descontento.
Vuelvo
hermoso, vuelvo tierno,
vuelvo
con mi espera dura,
vuelvo
con mis armaduras,
con
mi espada, mi desvelo,
mi
tajante desconsuelo,
mi
presagio, mi dulzura,
vuelvo
con mi amor espeso,
vuelvo
en alma y vuelvo en hueso
a
encontrar la patria pura,
al
fin, del último beso.
Vuelvo
al fin sin humillarme
sin
pedir perdón ni olvido,
nunca
el hombre está vencido,
su
derrota es siempre breve,
un
estímulo que mueve
la
vocación de su guerra,
pues
la raza que destierra
y
la raza que recibe
le
dirán al fin que él vive
dolores
de toda tierra.
Quien fuera presidente de Chile entre 1970 y 1973, Salvador Allende, fue motivo de un homenaje en el disco Allende: la dignidad se convierte en costumbre (2003). En el mismo está incluida la canción "Allende", compuesta con anterioridad, y que interpretada por primera vez en 2003 en Santiago, durante el recital que protagonizó en el Estadio Nacional de Chile.
Presidente:
he
marchado por las calles del mundo,
las
plazas y los parques,
los
lagos, los volcanes,
los
ríos memorables,
los
páramos, las ruinas,
los
trigales, los bosques llenos de voces verdes
en
busca de tu nombre
y
allá encontré tu nombre.
He
pescado botellas en el mar con tu rostro
dibujado
en oscuros papeles navegantes,
y
poemas tallados a cuchillo en las mesas
de
bares infinitos, cerca del fin del mundo,
pero
en Chile, tu patria,
no
hay nada que te nombre.
Tú
no estás en las calles de Chile, ni en sus muros,
no
estás en los mercados ni en las escuelas rotas,
pero
sí en la memoria de los que defendiste
con
tu ideal, tus manos y tu muerte inmortal.
Nada,
nada, sólo el amor de tu pueblo, Allende.
Presidente:
está
escrito tu nombre en una estrella,
y
Salvador Allende se llaman los tranvías,
los
barcos castigados que surcan el oleaje,
los
trenes sudorosos de aceites y de lluvia,
pero
en tu patria nada lleva tu nombre, Allende.
No
volverás jamás puesto que no te has ido.
No
partirás jamás puesto que te quedaste.
No
borrarán tu gesto ni esconderán tu sangre,
ni
harán de tu legado un manuscrito muerto
pues
eres parte altiva de la historia de Chile.
Tú
no estás en las calles de Chile, ni en sus muros,
no
estás en los mercados ni en las escuelas rotas,
pero
sí en la memoria de los que defendiste
con
tu ideal, tus manos y tu muerte inmortal.
Nada,
nada, sólo el amor de tu pueblo, Allende.
Hay
que escribirte en las murallas,
hay
que sacarte del silencio,
hay
que romper la cordillera para que vuelvas a caballo,
hay
que abrir huecos en el cielo para que bajes como un rayo,
hay
que abrir tumbas y panteones para que subas de la muerte
porque no hay nada que nos
una como tú, Salvador Allende.
No quiero acabar este recorrido sin mencionar la "Balada de los amantes del camino de Taverney", que compuso a mediados de los ochenta durante su estancia en Suiza como exiliado y dedicó a su compañera Alejandra Lastra. Una canción de amor, que el propio Patricio Manns llegó a calificar en alguna ocasión de erótica.
El
cuarto donde habita mi ruiseñora
se
nutre con el ruido de mi demora,
los
cantos de la calle se están plegando
y el mórbido reloj mira blasfemando.
Después
la lluvia encumbra sus volantines
y moja alguna estrella que agoniza entre violines
y agolpa sus rebenques desmelenados
al anca de mi potro que no ha piafado.
De
noche todo es claro si en su cortina
ondula
una cadera que se adivina,
sacude
su pañuelo la amante raza
y enciende las señales por donde pasa
mi
atávico desvelo buscando casa.
La
cama donde espera mi buena moza
es
tibia como el vientre y es luminosa.
Viniendo
de la lluvia y forzando puerta
aprecio
que su gana ya esté despierta.
La
cama donde escurro mis homenajes
es
donde desterramos la barrera de los trajes
y es donde, de algún modo, su resolana
se
adueña de mi lengua tan soberana.
Allí
nos respiramos de diestra suerte,
allí
nos cobijamos por si la muerte,
allí
yo le regalo mis estertores
y allí ella me devora con mil amores
cogiendo
de mi sangre las frescas flores.
La
cama adonde anida su pulpa suave
es ésa donde yergue su cuello de ave
y aquélla donde estira su claro modo
amándome
de cerca y mordiendo todo.
Su
cama multiplica mi envergadura,
que
es llave con la que abro su opulenta sabrosura,
que
es fuego con el que hecho su frío afuera
y avivo su gemido cuando lo quiera.
Viniendo
de tan lejos estoy tan hondo,
tan
cerca de su dentro y tan al fondo,
tan
ávido y completo, tan estrujado,
tan
posesivo y pleno, tan aplicado,
que
cuando el nuevo día se asoma, me alza
desangrado,
desangrado, desangrado, desangrado.
Durante estos días son numerosos los homenajes que se están haciendo en honor de Patricio Manns. Y como muestra, ofrezco esta interpretación coral de "Arriba en la cordillera".