Las polis griegas eran unas entidades políticas independientes que abarcaban tanto el núcleo urbano como el territorio circundante. Lo propiamente urbano estaba ordenado en torno a dos núcleos principales: el asty, en la zona baja y donde se encontraba el ágora; y la acrópolis (etimológicamente, lo más alto de la polis), que fue en un primer momento el recinto amurallado, si bien, con el paso del tiempo, fue adquiriendo también un carácter religioso. En el caso de Atenas, por ser la polis más significativa de ese mundo, su Acrópolis, así como los templos que la contienen, se ha convertido quizás en la imagen más icónica de lo que fue la Hélade. Por las características de la colina donde se encuentra, en su tiempo resaltaba su porte majestuoso desde la lejanía, algo que, incluso en la actualidad, podemos contemplarlo desde los alrededores. Lo que hoy conocemos, en sus murallas y los templos, fue construido durante la segunda mitad del siglo -V a instancias de Pericles, que encargó su dirección a los arquitectos Ictino y Calícrates, bajo la supervisión de Fidias. Coincidió con el periodo de apogeo de la polis, cuyo prestigio alcanzó varias facetas: la militar, por la victoria contra el imperio Persa; la política, por la democratización de las instituciones (para los ciudadanos, esto es, los varones libres); y la cultural, como foco sublime del saber (filosofía), del escribir (literatura) y del hacer (arte). La entrada, orientada al oeste y conocida como Propileos (antepuertas), se realiza a través de una escalinata y un pórtico monumentales, desde donde se divisa, a su derecha, el pequeño templo dedicado a la diosa Atenea Niké. Fue la última obra acabada de la Acrópolis, lo que fue necesario para facilitar
el transporte de los materiales de los templos. Ya en su interior, tras una pequeña explanada en pendiente, en que se situó una estatua de Atenea desaparecida, puede contemplarse el Partenón, hacia la derecha, y el Erecteión, hacia la izquierda.