Ayer conocimos que el ministro del Interior, la directora general de la Guardia Civil y Pablo Iglesias recibieron días pasados sendas cartas que contenían amenazas de muerte y varias balas de armas de fuego. Rocío Monasterio, según manifestó esta mañana, lo puso en duda, porque "del gobierno no nos creemos nada". Iglesias, antes de que se iniciase un debate en la cadena SER (en el que no quiso estar Isabel Díaz Ayuso), advirtió que lo abandonaría si previamente Monasterio no rectificaba sus declaraciones. Esto último no ocurrió, sino todo lo contrario, pues Iglesias tuvo que escuchar cosas como éstas: "si usted es tan valiente, levántese y lárguese".
Visto lo visto, la respuesta de Iglesias de irse del debate a las continuas provocaciones de una chulesca y faltona candidata de Vox fue la correcta. Tarda fue la reacción de Ángel Gabilondo y Mónica García, aunque, si aplicamos el dicho de "nunca es tarde...", al menos acabaron yéndose. Inoperante lo que hizo Edmundo Bal, que ni siquiera los acompañó. Vergonzosa (doblemente) la respuesta del PP de Madrid cuando en un mensaje de su cuenta oficial de twitter dijo sobre Iglesias que cerrara la puerta al salir, para acabar borrándolo como si nada. No estuvieron mal las palabras de la moderadora, Angels Barceló, acerca de que "los demócratas somos más" o de que "no
hay duda ya de quién es Vox, un partido neofascista y de ultraderecha", pero parece que, como en tantos otros medios de comunicación, ha tardado en saberlo o, al menos, en reaccionar.
Al fascismo no se le puede ni apaciguar ni menos blanquear. Y estamos en el momento en que no afrontarlo puede traer consecuencias desastrosas. Malo es que huyamos de la memoria vivida en este país, del que el poeta Jaime Gil de Biedma escribió: "De todas las historias de la Historia, / sin duda la más triste es la de España / porque termina mal. Como si el hombre, / harto ya de luchar con sus demonios, / decidiese encargarles el gobierno / y la administración de su pobreza". Ya nos lo advirtió en los años treinta el pastor luterano Martin Niemöller con ese conocido poema cuyos primeros versos empiezan así: "Cuando los nazis se llevaron a los comunistas, / guardé silencio, / pues no era comunista"; luego se refiere a los socialdemócratas, los sindicalistas y los judíos, y finalmente acaba de esta manera: "Cuando vinieron a buscarme, / ya no había nadie que pudiera protestar".