martes, 27 de abril de 2021

Chernóbil, a través del informe de Nicolás Martín Sosa, 35 años después


"La energía nuclear ha sumado otra tragedia a su historia. Desde su uso con fines bélicos en la Segunda Guerra Mundial por parte de Estados Unidos, la energía atómica no ha parado de producir víctimas, aun en su empleo para fines civiles. Aunque el accidente de Harrisburg no había sido, ni mucho menos, la última de la ya larga serie de percances nucleares, su importancia  y gravedad hacían suponer, para muchos, que algo así no volvería a repetirse. Ahora, siete años después, el mes de abril se nos despedía con la nueva catástrofe. El fantasma de Harrisburg llegó a la URSS, a la central nuclear de Chernobyl, cerca de Kiev. Y, como siempre, ha venido acompañado de la desinformación y el ocultamiento, esta vez más agravados por el peculiar hermetismo de las autoridades soviéticas".

Así comenzaba Nicolás Martín Sosa su ¡Nunca más Chernobyl. Informe sobre la inseguridad nuclear, publicado en junio de 1986. Nicolás, un amigo y compañero del Comité Antinuclear de Salamanca, en el que era, en cierta medida, su alma principal (sin desmerecer, por supuesto, a Chema, Leo, Pedro, José Luis...). Una persona llena de sabiduría, vitalidad y corazón. Cuando se produjo ese grave accidente, el 26 de abril de 1986, me encontraba ya en las últimas semanas de mi marcha de Salamanca. Fue el momento en el que tomé la decisión de venirme para las tierras andaluzas, donde todavía me mantengo y procurando, en lo posible, un equilibrio, aunque sea emocional, que me permita estar entre el mar y la meseta.

El trabajo que Nicolás dedicó al accidente de Chernóbil es breve, pues ocupa apenas medio centenar de páginas, pero eso no le quita mérito. Su propósito era hacer llegar a la opinión pública un escrito que tuviera la capacidad de informar, con celeridad y rigor, sobre un acontecimiento que puso de relieve el peligro inherente de una forma de energía que por aquellos años estaba conociendo un fuerte crecimiento. Y lo consiguió. Pese a que en ese tiempo la información proveniente de la URSS era prácticamente nula, a lo largo de sus páginas se desvelan las contradicciones que hubo a la hora de informar sobre lo ocurrido por parte de quienes en los países occidentales tenían responsabilidad de hacerlo. Dichas contradicciones se derivaban del interés que tenían las autoridades de EEUU, por un lado, de poner en entredicho la capacidad científico-técnica de su potencia enemiga y, por otro, de matizar su propia responsabilidad en el empleo de una energía tan peligrosa. 

En la primera parte, dedicada a ponerlas al descubierto, Nicolás utilizó como fuente principal el Herald Tribune, uno de cuyos reportajes llevó el título de "La unidad de Chernobyl y las plantas de Estados Unidos tienen características similares". A través de varios testimonios de técnicos de ese país, dejó claro que lo ocurrido en la URSS podría haberlo sido también en EEUU. Uno de esos técnicos llegó a decir: "No está claro si la probabilidad de fracaso en la planta de Chernobyl, tal como había sido calculada por los rusos, era más alta que la de una planta norteamericana". 

Por eso Nicolás redundó, subrayándola, en su tesis de fondo: "el riesgo nuclear está presente allí donde hay industrias nucleares, sean éstas rusas, americanas, japonesas o españolas".

En la segunda parte del informe, titulada "Inseguridad nuclear", presentó un recordatorio sintético y detallado de los numerosos incidentes y accidentes nucleares  habidos en distintos países, que conllevaron, entre otras cosas, cierres temporales o definitivos de instalaciones. En EEUU, la URSS, Francia, Japón, Suecia, la República Federal de Alemania... y también España. Especial mención le dedicó a tres centrales nucleares, que fueron escenario de graves accidentes: la de La Hague, en Francia, en septiembre de 1973, abril de 1980 y mayo de 1986; Windscale, en Gran Bretaña, en octubre de 1957 y febrero de 1983; y Harrisburg, en el estado de Pensilvania, en marzo de 1979 y enero de 1982. En el accidente de 1979 de esta última central su reactor estuvo al borde de una fusión nuclear, por lo que faltó poco para que las autoridades hubieran tomado la decisión de evacuar a su población.

Han pasado 36 años desde entonces y hemos ido conociendo muchas más cosas. En mayor medida, después que fuera fluyendo más información proveniente de la URSS, inmersa en los años siguientes en su perestroika glasnost informativa, y luego, desde 1991, de Ucrania, Rusia o Bielorrusia, ya como estados independientes. Por mi parte, he seguido leyendo diversos artículos acerca de lo ocurrido y hasta he mantenido en varias ocasiones conversaciones con una técnica del Consejo de Seguridad Nuclear. La causa inmediata del accidente de Chernóbil fue un cúmulo sucesivas decisiones técnicas erróneas por parte de quienes dirigían la instalación, que buscaban un aumento en la capacidad de producción de energía y cuyo atrevimiento, por perverso, se pagó muy caro. Una prueba de que el factor humano, bien personal o bien inducido por intereses económicos corporativos, puede dar lugar a situaciones que nos acerquen a apocalipsis reales. 

Hace diez años tuvo lugar en la central japonesa de Fukushima el que quizás haya sido el segundo accidente nuclear más grave. Sus consecuencias han marcado un punto de inflexión en el empleo de esa energía, a la vez que en la opinión pública mundial se ha producido un aumento en su rechazo. Por eso me quedo con lo que defendíamos desde el Comité Antinuclear de Salamanca y el amigo Nicolás señaló en su trabajo de 1986: "dar un ¡NO! rotundo a la energía nuclear, en su doble uso militar y civil, porque no compensa lo que nos da con lo que nos quita. (...) Es hora ya de que, sobre las razones del capital de los Estados, imperen las razones de los pueblos".