Un 25 de
abril más. Y van 47 desde que un movimiento de militares puso fin a la
dictadura portuguesa. Desde que gentes alegres que llenaron las calles y plazas
de norte a sur del país pusieron claveles rojos en la punta de sus fusiles. Y
la canción joseafonsina “Grândola, vila morena”, como emblema de una
revolución en ciernes. Muchas esperanzas se depositaron en aquellos días y
especialmente en ese medio rural donde el latifundismo llevaba siglos pesando
como una losa sobre sus moradores.
José Saramago escribió seis años después, en 1980, la novela Levantado del suelo (Madrid, Santillana, 2007), que
dedicó a esas gentes humildes del Alentejo, sufrientes y sacrificadas, y también protagonistas
de gestas heroicas en la lucha por dignificarse. Ya al
final de libro (que recomiendo su lectura), en plena vorágine de una alegría que en muchos pueblos alentejanos se estaba tornando en revolucionaria, cuando decidieron ocupar los perversos latifundios, el
escritor portugués nos dejó escritas, en su peculiar y casi único estilo, cosas como éstas:
“Después de
Mantas van al Vale da Canseira, a Reivas, al Monte da Areia, a Fonte Pouca, a
Serralha, a Pedra Grande, en todos los montes y heredades se toman las llaves y
levantan inventarios, somos trabajadores, no hemos venido a robar, no hay nadie
aquí que diga lo contrario, porque de todos estos lugares recorridos y
ocupados, montes, casas, bodegas, establos, caballerizas, pajares, majadas,
bordas, corralas, pocilgas y gallineros, cisternas y albercas, tanques de
riego, ni hablando ni cantando, ni callando ni llorando, están Norbertos y
Gilbertos ausentes, adonde han ido, lo sabe Dios. La guardia no sale de su
puesto, los ángeles barren el cielo, es día de revolución, cuántos son”.
Hacer realidad lo que José
Afonso premonizó en su “Grândola”: “O povo e quem mais ordena”.