Me he demorado en el tratamiento de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Ecuador, que tuvieron lugar el pasado 11 de abril. En cierta medida ha sido debido a la decepción que he sentido por los resultados finales. La victoria del candidato de la derecha, Guillermo Lasso (52'3%), se contemplaba como menos probable que la del candidato de la izquierda, Andrés Arauz (47'6%), que además había sido el vencedor en la primera vuelta. Sin embargo, ha habido un factor decisivo, que ha sido el elevado nivel de votos nulos y en blanco (17'9%). Es algo con lo que se contaba, dado que el que fuera tercer candidato en liza en la primera vuelta, Yaku Pérez, así lo anunció desde el primer momento. Con su 19'4% de los votos estuvo a punto de ser el contrincante de Arauz, lo que no fue posible por apenas 3 décimas y que favorecieron a Lasso.
La razón de la actitud de Pérez y su partido, Pachakutik, para haber tomado esa decisión partió de un doble hecho: uno, su forma de protestar con lo que consideró un atropello del Consejo Nacional Electoral, que acabó favoreciendo a Lasso; y el otro, por un claro distanciamiento de Arauz, candidato del correísmo. Pérez se erigió en la primera vuelta como el portavoz del indigenismo, desde el que consiguió el grueso de sus apoyos. Y, más que curiosamente, en un número que se ha acercado al total de votos nulos o en blanco habidos en la segunda vuelta. Su beligerancia hacia Arauz y el correísmo, como ya expliqué en una entrada anterior, tiene que ver con la oposición que se dio en el seno de los movimientos indigenistas durante los mandatos de Rafael Correa, dado que sus gobiernos tomaron medidas, relacionadas con la extracción de recursos naturales (petróleo, agua y minerales), que resultaban agresivas con el entorno natural donde se asienta la mayor parte de las comunidades indígenas.
Arauz ha pagado por ello muy cara la herencia de esa oposición. Y hasta tal punto, que el resultado, de entrada, más sorprendente ha sido que la decisión tomada desde el indigenismo ha sido posibilitar el acceso a la presidencia de un personaje que representa en toda su dimensión el neoliberalismo. Y he dicho de entrada, porque la coincidencia directa o indirecta de Yaku Pérez con los sectores conservadores no es nueva. Ya lo hicieron durante los gobiernos de Correa y en las elecciones de 2017, cuando apoyaron al propio Lasso frente a Lenin Moreno, que esa ocasión se presentó como el candidato de la Revolución Ciudadana liderada por Correa.
También señalé en la anterior entrada que el indigenismo no es un bloque homogéneo, pues hay sectores que han optado por Arauz, como antes lo habían hecho por Correa. Pero de lo que no cabe la menor duda es que una buena parte ha obedecido las consignas de Pérez y su gente de cara a la segunda vuelta.
En la nueva situación que ha surgido, uno de los problemas va a venir de la dualidad de poderes que puede haber en Ecuador. Es lo que se puede desprender de la existencia de un presidente conservador, por un lado, y de una mayoría parlamentaria formalmente progresista, por otro. Eso va a posibilitar que sea necesario que haya transacciones. La clave se encuentra en qué dirección se van a hacer.
La victoria de Lasso, en todo caso, no ha sido una buena noticia. Primero, porque va a propiciar que prosiga la inestabilidad en el país. El fallido mandato anterior de Moreno derivó de su alineamiento desde el primer momento con el neoliberalismo, que se completó con unas decisiones contraproducentes en relación a la pandemia del covid-19. Y ahora se corre el riesgo de que no se salga de ese bucle, teniendo en cuenta la dualidad de poderes antes mencionada, la fragmentación parlamentaria y las posibles colisiones entre grupos del bloque progresista.
En segundo lugar, la decepción ecuatoriana supone un traspiés en el reforzamiento de la recuperación de los gobiernos progresistas en América Latina. La reciente victoria de Luis Arce en Bolivia, opacada con reveses de última hora en las elecciones locales, y la de 2019 de Alberto Fernández en Argentina han supuesto la derrota del neoliberalismo en su estado duro. Por otro lado, en Perú se han abierto algunas perspectivas con el candidato Pedro Castillo y en Brasil las nefastas medidas del fascista Bolsonaro, junto a la victoria jurídica de Lula da Silva, hacen prever que se acabe dando un vuelco en la correlación de fuerzas en el continente. Pero lo ocurrido en Ecuador, desde luego, no ayuda.
Y por último, volviendo a Ecuador, la actitud de los sectores indigenistas alineados con Pérez puede haber ahondado las heridas abiertas desde la primera década del siglo en relación al correísmo. Sería deseable que desde la coincidencia en la defensa de los intereses populares, independientemente del matiz identitario, se tendieran puentes de colaboración entre lo que representan Arauz y Pérez. Difícil, pero deseable y no imposible. De lo contrario, Lasso y todo lo que representa acabarán siendo los que se salgan con la suya.