domingo, 11 de abril de 2021

De cómo José Bono ha definido intelectualmente a Julio Anguita

El felipìsmo en su auge tuvo una fijación especial sobre Julio Anguita. Nunca le perdonaron que fuera una especie de voz de la conciencia desde la izquierda y, a la vez, de un ejemplo en su integridad personal. Anguita no dudó en denunciar la deriva neoliberal y atlantista de los sucesivos gobiernos del PSOE. Lo hizo, así mismo, con el continuismo en la forma de luchar contra ETA a base de la "guerra sucia" a través de los GAL y la tortura. Y no le faltó tampoco poner el acento en la  creciente corrupción que se había colado en las filas de ese partido. 

Llegadas las elecciones de 1993, Felipe González, después que el PP de José María Aznar se le acercara peligrosamente, no dudó en decir en la noche electoral que había entendido lo sucedido. Y fue claro: lejos de mirar hacia su izquierda, lo hizo hacia los partidos nacionalistas conservadores, especialmente la CiU que lideraba desde Cataluña Jordi Pujol. Hasta 1996 la orientación política del gobierno del PSOE no sólo no varió, sino que dio nuevas vueltas de tuerca: los contratos basura de Solbes, el Tratado de Maastricht... 

Y Anguita, claro está, redobló sus críticas al gobierno y al PSOE, respondiendo, con el apoyo del grupo PRISA (cadena SER, diario El País...), con una estrategia de comunicación basada en una mentira flagrante: la pinza. Y, a la vez, en la creación de una imagen de Anguita como un dogmático, un iluminado...  Retirado de la primera línea de la política en el año 1999, después de haber sufrido un segundo infarto, Anguita volvió a dar una muestra más de su coherencia e integridad persona, regresando a su puesto de profesor en un instituto de secundaria.  

Anguita fue siempre la bestia negra del felipismo y de sus secuaces, entre quienes estaba, y sigue estándolo, José Bono. El mismo que puso en duda la entrada de Unidas Podemos en el gobierno y el mismo que ayer salió con otra de las suyas. Sí, fue ayer cuando en un conocido programa de televisión soltó lo siguiente: "[Pablo Iglesias] era muy amigo de Julio Anguita. Yo un día le vi abrazándose con él y casi lloriqueando. Y he de decirle que me afectó, porque yo tenía de Iglesias mejor concepto en el terreno intelectual y Anguita me parecía intelectualmente más pobre". 

No se trata de comparar, pero conviene aclarar los conceptos. Ayer mismo, por ejemplo, dediqué una entrada a un catedrático universitario que dio muestras de una pobreza intelectual supina en lo referente al cambio climático. Una prueba, de otras tantas, de que ser inteligente (por aquello de haber alcanzado un grado académico elevado), no es sinónimo de ser culto. 

Y Anguita, maestro de profesión y titulado universitario, dio muestras a lo largo de su larga trayectoria política de ser una persona culta, sabia e intelectualmente brillante. Fue a través de su palabra hablada donde dio las mejores muestras. Cuando lo hacía, no era un demagogo que jugaba con las palabras vacías, sino una persona que hacía valer toda su sabiduría. La misma que había adquirido leyendo, escuchando, debatiendo y observando la realidad que le rodeaba. La misma que supo transmitir como nadie, como la haría un buen maestro en el amplio sentido de la palabra.

Fallecido hace casi un año nuestro querido Julio, parece que la sombra alargada de ese felipismo que tanto lo odió no acaba de desaparecer. 

¡Ay!