Estos días he visto algunas fotografías de las que se dice que habitantes de las colonias israelíes se están dedicando a mirar en grupo los bombardeos sobre las localidades palestinas de Gaza. Y parece que se divierten, como quienes contemplan un espectáculo, jaleando y aplaudiendo las acciones armadas de su fuerza aérea, y riéndose, quizás por el sentimiento de superioridad sobre las otras gentes. Espeluznante.
Hace años Hannah Arendt se refirió al término banalización del mal cuando analizó el nazismo a través del caso Eichmann (Eichmann en Jerusalén, Debolsillo, Barcelona, 2006). Huyó de calificar a esa persona, y por extensión a quienes como él cometieron crímenes abominables, como un monstruo. Consideraba que era una persona normal, como tantas otras. Y es precisamente por eso por lo que actuó con tanta crueldad. Hizo lo que en el ambiente social se entendía como normal, que era despojar de su condición humana a las personas contra las que actuó. De esa manera desapareció la noción de lo que estaba bien y estaba mal, banalizándose, en fin, la violencia.
Durante estos días estamos viendo cómo buena parte de la opinión pública mundial se está mostrando pasiva ante los ataques del ejército israelí contra la población palestina. Que los bombardeos hayan destruido cientos de edificios, que sean miles las personas que se han quedado sin hogar o que el número de muertes palestinas supere ya los dos centenares, todo ello ha quedado reducido a una noticia más. Los medios de comunicación parece que hacen encajes de bolillos para ofrecer sus informaciones. Esta mañana aparecieron en las portadas digitales de varios periódicos, como El País o El Mundo, que el estado de Israel está forzando la salida de 100.000 habitantes de Gaza, pero la noticia ha desaparecido ya. En EEUU se encuentra el principal baluarte de ese estado. Su gobierno se niega a condenar sus acciones contrarias a los derechos humanos y al derecho internacional. El lobby judío, apoyado por el lobby cristiano intransigente tan presente en el tea party, no deja de presionar para que su gobierno siga en esa línea. Los gobiernos europeos callan o a lo sumo condenan con la boca chica, mientras su pasividad los convierte en cómplices de lo que en muchos medios se denomina genocidio contra la población palestina.
Puede sorprender el comportamiento de buena parte la sociedad israelí, después de ser heredera de un pueblo que ha sufrido tantas atrocidades en el tiempo y especialmente la provocada por el nazismo. Pero es que la felicidad de quienes se divierten viendo los bombardeos contra la población palestina responde a la misma lógica que sufrieron sus ancestros. Lo que tienen en frente ya no son personas o, en todo caso, son tratadas como inferiores. Han banalizado, como se hizo durante el nazismo, sus comportamientos.