Pujol apareció ayer compungido. Lo hizo pidiendo perdón. Ha reconocido que en 1980 no declaró a Hacienda la herencia recibida de su padre, estando depositada en un banco de Andorra. Quiso, previo consejo paterno, asegurarse el futuro, que, por entonces, cuando acababa de llegar a la presidencia de la Generalitat, creía incierto. Ha dicho también que ese dinero lo puso a nombre de sus 7 vástagos y de su mujer. Así se explicarían los problemas que están teniendo con tanta cuenta en el extranjero. Ha aclarado también que quiere exculpar a sus hijos e hijas de lo ocurrido. Y ha confesado que nunca encontró la ocasión para poner orden en lo que estaba haciendo. En definitiva, un cante a toda regla.
A Pujol lo llamaban l'avi, una figura simbólica -lo fue también Francesc Maciá- muy respetada en Cataluña. También, más institucionalmente y a modo de título, honorable. Hasta ayer fue un icono del catalanismo conservador. Con esto ha dejado de serlo. Ahora estoy seguro de tres cosas: que su partido lo pagará, en favor de ERC; que desde los medios españolistas se lanzarán a la yugular -aunque por ahora no lo han hecho; y que, al fin y al cabo, no ha hecho nada que no hayan hecho las gentes con posibles de aquí y de allá. Al fin y al cabo Pujol no deja de ser un burgués. Y ya se sabe, la pela es la pela.