lunes, 20 de agosto de 2018

La batalla judicial entre Puigdemont y el estado español


Estamos en plena batalla jurídica y judicial sobre el procès catalán. Sólo que ahora el terreno donde se está jugando ocupa el ámbito internacional y el embrollo jurídico y judicial, y, por ende, político (porque lo judicial es político), es de envergadura.

Y todo, por el camino iniciado por el anterior gobierno, con Mariano Rajoy a la cabeza, que contó con la aquiescencia del que fue Fiscal General del Reino, José Manuel Mazas (fallecido a finales del año pasado… ¡ay!), continuó luego con la acción de la jueza Carmen Lamela y después con la del juez Pablo Llarena, que dejó al Tribunal Supremo en una situación de alto riesgo, para encontrarnos ahora, además, con el amparo concedido a Llarena por parte del Consejo General del Poder Judicial.

Y como concepto, una acusación muy grave, la de rebelión, que está resultando insostenible en los medios judiciales de Bélgica, Suiza y Alemania. Duro. Para el estado español, claro. 

Y como todo resulta entre inaudito y enrevesado, dejo la palabra a Javier Pérez Royo, quien, como jurista constitucionalista, sabe algo de ello:

“El Tribunal Supremo ha perdido el control del proceso. No puede proceder contra Carles Puigdemont tras la decisión del Tribunal Superior de Schleswig-Holstein y, al no poder hacerlo, tampoco puede proceder contra los demás querellados sin quebrar la "cadena de legitimidad democrática" en que consiste el Estado Constitucional, ya que, de todos los querellados, únicamente Carles Puigdemont es portador de legitimidad democrática a través de la investidura. Todos los demás la han recibido de él. Su procesamiento deriva del procesamiento del president, es un corolario del procesamiento del president. El Tribunal Supremo podría abrir juicio contra Carles Puigdemont exclusivamente, dejando fuera a los demás. Pero lo que no puede es procesar a los demás, sin procesar a Carles Puigdemont. Esto es una consecuencia insoslayable del principio de legitimación democrática del poder (…). Es el propio juez Llarena el que se ha puesto en una posición jurídica insostenible. No estamos ante un ataque grosero a la integridad de la justicia española, como ha dicho Llarena. Es una reacción de legítima defensa frente a una instrucción errática. El 4 de septiembre se va a producir una nueva sorpresa. Y no será la última. Vamos de disparate en disparate”.