Mientras
paseaba a última hora de la tarde, puse mis pies sobre lo que hace medio siglo
estuvo ocupado por la Feria de Muestras, convertida en un efímero escaparate de
cartón-piedra del desarrollismo franquista. Situado junto al Prado Rico, que
alimentaba las aguas del regato Sabadell, se levantó en muy poco tiempo lo que
antes había sido un erial de areniscas rojizas por el óxido de hierro y tapizado por hierbas olorosas, cuya parte
sur acababa precipitándose hacia la chopera del río. En el centro del escalón
se abría la oquedad natural de la Cueva de las Múcheres.
Allí
construyeron varias casetas, un pabellón central, un espacio para la exposición
de ganado y hasta una cafetería, que se rodeó de un muro simple de ladrillo
pintado de blanco. Durante los días de celebración del evento, en pleno verano,
la gente se convertía en la protagonista principal, entre sorprendida y
emocionada por el ambiente de "modernidad" que se respiraba.
Desfilaba como un reguero de hormigas a lo largo de la vía de acceso construida
para la ocasión, a la que se puso el nombre de Avenida del Campo Charro.
Llenaba con su presencia cada rincón de la Feria, mirando lo que se ofrecía en
cada puesto comercial, escuchando las palabras que pronunciaban quienes los
atendían o disfrutando de los animales. Los logos publicitarios de empresas e
instituciones daban colorido a todo el recinto y los altavoces, puestos a todo
volumen, se encargaban de animar con anuncios y música las horas que estaba
abierto cada día.
Pero
la feria duró poco. Apenas duró un par de años o, como mucho, tres. Y por ello
acabó convirtiéndose en un lugar ruinoso, consecuencia del abandono y de la
precariedad con la que construyeron las instalaciones. Para mí, como para otros
tantos niños, la calzada interior que lo rodeaba fue un excelente circuito para
correr con las modestas bicicletas que disponíamos. Resultaba emocionante bajar
a toda velocidad la cuesta de la Avenida del Campo Charro, entrar por la puerta
principal girando hacia la derecha, circular cómodamente por el circuito
durante la mitad del recorrido y, ante todo, subir la rampa final en curva, que
se nos hacía larga y pesada.
Pasados
unos años, el Prado Rico desapareció, ocupado en parte por un colegio de
educación primaria, y sobre el solar de lo que mi padre solía llamar "la
feria monográfica" -ignoro por qué- se fueron construyendo varios
edificios universitarios. El primero fue el Hospital Clínico y más adelante
empezó a destacar la mole de color rojo de la facultad de Farmacia.