Las palabras que pronunció ayer Manuela Carmena sobre Pablo Iglesias han sido muy explícitas y por ello, también, aclaratorias: “Hubo un momento en
el que hubo una inflexión en la línea equivocada y fue la vinculación con
Izquierda Unida. Un equipo nuevo se vinculaba con personas que estaban muy
ancladas en un modelo antiguo y tradicional”. Ramón Espinar, antiguo colaborador de Iglesias (al que dejó en la estacada a finales de 2018), ha considerado inapropiado "el día que se despide Iglesias de la política meterle una puñalada con una
navaja oxidada". Por mi parte, considero que ha dejado claro lo que he pensado de ella sobre su último paso por la política. Durante su mandato como alcaldesa de la capital dejó constancia de cómo la concebía. Y voy a recordar tres momentos que pueden ilustrarlo.
El primero, a principios de su mandato, en febrero de 2016, tuvo que ver con dos componentes de la compañía Títeres desde Abajo, que fueron acusados de apología del terrorismo y encarcelados por la representación de su obra La bruja y don Cristóbal. Se representó dentro de un festival de teatro infantil organizado por el Ayuntamiento y la derechona en bloque se lanzó sobre la yugular del nuevo gobierno municipal. La alcaldesa reaccionó pidiendo perdón a los padres por considerar que "el espectáculo fue deleznable". Es verdad que consideró excesivas las imputaciones judiciales contra los dos titiriteros y su prisión preventiva, pero al año siguiente acabó destituyendo a Celia Mayer, que era la concejala de Cultura (curiosamente la misma que había sido el blanco en la polémica de la Cabalgata de Reyes y de la que Cayetana dixit eso de "No te lo perdonaré jamás, Carmena").
El segundo caso fue posterior, a finales de 2017, y tuvo que ver con su posicionamiento en la gestión económica del Ayuntamiento y que supuso la destitución de Carlos Sánchez Mato -de IU, ¡qué horror!- como concejal responsable del área. El impulsor de un plan de saneamiento que había conseguido reducir considerablemente la deuda municipal, a la vez que aumentar las inversiones y el gasto social. Algo que contravenía las medidas sobre disciplina presupuestaria tomadas por el gobierno central, con Cristóbal Montoro al frente de Hacienda. Era un plan que no hacía otra cosa que poner al descubierto la falacia de un partido, el PP, cuyas señas de identidad han sido, como siguen siendo, el elitismo, el derroche y la corrupción.
Por último, a finales de 2018, cuando se estaba gestando la candidatura de cara a las elecciones municipales de 2019, Carmena se mostró partidaria de que no intervinieran directamente los grupos que habían conformado cuatro años antes Ahora Madrid. Quería con ello tener manos libres para confeccionar un equipo a su medida. Eso conllevaba dejar de lado a quienes habían estado relacionados con esos grupos tan "radicales" como Ganemos, la plataforma ciudadana Madrid 129 o IU. Fue el momento del acuerdo con Íñigo Errejón, que abandonó Podemos y su candidatura por Unidas Podemos para las elecciones autonómicas, y surgió Más Madrid.
Tras lo ocurrido el pasado día 4, con Más Madrid superando en votos al PSOE e Iglesias apartándose de la política institucional, Carmena ha vuelto a la carga. Su "no estaba haciendo la política que la sociedad exigía" me recuerda eso que tanto le gustaba decir a Mariano Rajoy y su gente sobre "las cosas que realmente importan a los españoles". Palabras vacías e intercambiables.
¡Ay, Carmena!